De puente a puente
Varios pasos medievales permiten remontar este regato de la sierra desde el Canto hasta el Vadillo
Refieren los mitólogos (no confundir con los peritos en setas) que en el Lacio vivía una ninfa (no confundir con una bacante) llamada Canente, hija de Jano y de Venilla, que era divina encarnación del canto. Matrimonió la semidiosa con Pico, rey de los laurentes, y hubiese sido feliz gorjeando eternamente a su vera de no ser por la pelandusca de Circe, que, habiéndose prendado también del soberano y viéndose rechazada por él, fue y lo metamorfoseó en pájaro. Refieren los mitólogos que Canente buscó y rebuscó a su esposo hasta que, reventada, se desplomó a orillas del Tíber, donde trinó por última vez y se volatilizó. Y hay quien se pregunta: ¿por qué no, en honor de la ninfa, a ese arroyo rumoroso, cantarín, que tintinea entre las rocas del Guadarrama, se le pudo poner Canencia, y de él haber tomado luego nombre el pueblecito serrano?¿Por qué no?, se pregunta el caminante mientras baja mañanero por las pinas calles de Canencia, costanillas que desembocan en el jacarandoso regato. Después de todo, por estas montañas anduvieron los romanos. ¿De quién, si no, iban a haber aprendido los indígenas a obrar puentes como el Canto, con rasantes en lomo de asno, dos arcos de doble rosca, tajamares semicilíndricos de sombreretes gallonados en el paramento de aguas arriba y contrafuertes de planta cuadrada en el muro de aguas abajo? ¿De las vacas?
Desde su nacimiento en las umbrías de la Morcuera, hasta su afluencia en el río Lozoya, nueve son los puentes que enhebra a su paso el arroyo de Canencia, ocho, si sólo contamos los que caen por encima del pueblo homónimo, junto al que yace el Puente Canto. Este, que según todos los indicios fue tendido en el siglo XIV o acaso XV, será el punto de partida de una excursión que nos permitirá remontar, como truchas, la canora y límpida corriente.
"Ruta de los puentes medievales", reza un letrero nada más cruzar el Canto, invitándonos a ganar altura por una pista de tierra que deja a mano izquierda un pontezuelo de hormigón, cambia de margen por otro parejo y bordea la tapia del camposanto, para, en la primera encrucijada, tomar a la derecha el camino que va a morir en las últimas casas de Canencia, junto al puente de, la Cadena.
Espinazo de asno
Como su hermano de valle abajo, tiene el de la Cadena espinazo de asno; o mejor sería decir de borriquillo, pues éste consta tan sólo de un mínimo arco, y su calzada de cantos rodados, angosta, empinada y resbaladiza como final de mes, apenas da para que cruce el arroyo algún vaquero de carnes magras. Por este paso gótico y coquetón, que diríase sacado del Amadís de Gaula, habremos de mudar nuevamente de ribera para proseguir en lo sucesivo por la izquierda sin apartarnos un ápice del curso que nos ocupa.Otros dos puentes, pero ésos a la altura del kilómetro 5 de la. carretera que sube al o baja del, según se mire) puerto de Canencia; y tres kilómetros más adelante, estaremos arribando al del Vadillo, meta de la presente caminata.
Desde este vetusto puente de ladrillo -ubicado, por cierto, en una sombría vaguadita muy a propósito para hincarle el diente a un bocata de sardinas en aceite-, regre saremos cuando nos venga en gana por la pista que desciende por la orilla derecha del arroyo hasta su confluencia con el del Sestil del Maíllo. Este regajo jovenzuelo, que baja trastrabillando desde la vecindad del puerto entre acebos y abedules, no es precisamente el Amazonas, pero puede plantear ciertos problemas para vadearlo en primavera. Nada, por supuesto, que no pueda solucionar un senderista de pecho.
Vadeado el Sestril, retomaremos la vista para ascender en zigzag por el pinar y, tras un par de revueltas, la abandonaremos a mano izquierda por el placentero camino de bajada que, entre pinos silvestres, melojos y arces de Montpellier, nos ha de llevar de vuelta a Canencia, ese lugar que lleva el rumor del agua en el nombre.
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