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lndiferentes y divididos

Emoción electoral es lo que menos puede uno encontrarse en el plácido ambiente de casas viejas árabes de la localidad israelí de Taibe. Mahmud un árabe-israelí, que sorbía un café espeso, dándole chupadas fuertes a un Marlboro, declaraba que no existe razón para creer en la política. Costó tiempo, pero, al final el hombre dijo que no puede haber fe en la política. "No creo en nada", dijo, y se marchó agrediendo al cenicero.Los esfuerzos por restar llanto árabe a las penosas consecuencias de la operación israelí en el sur de Líbano, los esfuerzos por eliminar de la memoria colectiva árabe el horror de la matanza del campo de refugiados de Qana han triunfado. Las seis listas de candidatos árabes, los árabes que no se fueron de sus casas cuando se creó el Estado de Israel en 1948, piensan que el primer ministro Simón Peres debe seguir dirigiendo el país.

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Los aproximadamente 850.000 árabes de Israel' están con Peres. Al menos eso dicen las encuestas. Representan un 12% del electorado, y la difusa promesa de incorporar a un árabe al Gabinete -si gana Peres, claro está- tiene todos los rasgos de una riña en perspectiva en un país judío donde se ve a los primos con sospecha. Árabes que se han acogido a la oferta de ciudadanía israelí, especialmente en Jerusalén, donde la demografía sí que cuenta, pretenden ignorar la importancia teóricamente capital del "voto árabe".

"Yo paso de todo", decía sin afán alguno de disfrazar escrúpulos un palestino. Y mentía. Tradicionalmente, los árabes de Israel, las gentes con pasaporte israelí y las ventajas que les ofrece la posesión de ese documento, han votado a la derecha, y este año, a pesar de las ofertas de Peres, es posible que no haya cambio alguno a la hora de, ir a votar.

Los árabes tienen cinco escaños en el Parlamento, de 120 miembros. Creen los árabes de Israel que el número podría ampliarse a 15. Pero, como en todas las historias de unificación árabe, hay al menos seis fracturas.

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