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El primer al aparcamiento robotizado de la ciudad se excavará en la plaza de Juan Pujol de Malasaña

Antonio Jiménez Barca

El conductor deja el coche en una rampa-ascensor, abandona el automóvil y da a un botón. A continuación, la persona da media vuelta y encara la calle. El ascensor engulle el vehículo y lo mete bajo tierra. Allí, es conducido por una plataforma a una suerte de celda, donde aguardará a que su propietario lo reclame. En esquema, así es el funcionamiento del aparcamiento robotizado, cuyo primer exponente madrileño funcionará en la plaza de Juan Pujol, en Malasaña. Este mes se aprueba la obra. Un ordenador se encargará de distribuir y adjudicar las plazas libres.

Se trata, por así decirlo, de colocar los coches como uno puede colocar los libros en una estantería. Utilizando el mínimo espacio posible. El Ayuntamiento de Madrid elabora actualmente las condiciones a las que tendrán que plegarse las empresas que quieran competir por la construcción y gestión de este aparcamiento especial en la plaza de Juan Pujol, en el barrio de Malasaña. El ingenio podrá albergar aproximadamente 400 vehículos. La Empresa Municipal de la Vivienda (EMV), organismo encargado de la rehabilitación de los alrededores de la plaza del Dos de Mayo, pretende que el pliego de condicione se pueda discutir -y probar- en el pleno del Ayuntamiento de este mes.Las razones que empujan al Ayuntamiento, a decidirse por un aparcamiento mecánico son varias. Los partidarios de este tipo de almacenaje automático de coches apuntan que una ventaja de los mismos, y no la menos importante, es que permiten un mayor aprovechamiento de las plazas existentes.

Vacío, no libre

Cuando el propietario de una plaza de un aparcamiento normal se marcha con su coche, deja el sitio vacío, pero no libre; en los aparcamientos mecanizados, el residente alquila o compra el derecho a aparcar, pero un día puede ser en una celdilla y otros en otras. Un ordenador se encarga de distribuir los automóviles.Otra de las ventajas es que destierra el robo. Ninguna persona (fuera de los empleados o técnicos) tiene acceso al interior del almacén, con lo que la probabilidad de que al usuario le sustraigan la radio mientras el coche está aparcado se reduce a cero. En Alemania, según cuenta Rafael León, gerente de Sistemas Alem, empresa especializada en el diseño de este tipo de aparcamientos, son las mujeres las que más emplean el sistema robotizado. "No hay peligro de que nadie te ataque cuando vas a retirar el vehículo; el coche va hacia ti, no tú a por el coche", dice León.

¿Son más caros? León cree que no: "Hay que lograr que la hora no cueste mas de 100 pesetas, porque si no, nadie utilizará los aparcamientos públicos".

El sistema mecánico también permite enterrar coches en ámbitos demasiado estrechos para un aparcamiento subterráneo normal, necesitado de mas espacio. Ésta es la razón por la que el Ayuntamiento está estudiando ahora la posibilidad de construir aparcamientos de este tipo en el barrio de Lavapiés. Ya ha pedido a varias empresas proyectos.

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Pero no todo es positivo. Los inconvenientes de este método, que ya existe en Barcelona y Bilbao, son varios: en primer lugar, una avería en el mecanismo puede acarrear que un centenar de coches queden apresados en una suerte de trampa inaccesible. Para solucionar este importante escollo, las empresas no dejan de desarrollar soluciones. Otro de los peros es el tiempo necesario para dejar o recoger el coche. Generalmente son más lentos que los aparcamientos subterráneos normales.

En Barcelona y en Bilbao existen ya almacenes mecanizados de coches. El catalán fue construido y gestionado por la empresa Camusa. Se encuentra en las Ramblas, se inauguró en 1993 y tiene capacidad para 700 vehículos. Una plaza en propiedad costó alrededor de siete millones, pero los dueños las explotan cuando no las utilizan gracias a lo ordenadores. El de Bilbao se abrió en 1992 en la Gran Vía, y en él caben 62 coches.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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