Toros hasta en la sopa
La otra noche estaba cenando con mi actual esposa en un céntrico hotel de nuestra ciudad cuando encontré un toro en la sopa.Me explico. Durante la magna Feria de San Isidro, dos hoteles de ambiente taurino rivalizan en buscar clientela. Uno de ellos ha establecido la última moda, que consiste en comer a la vez que te ofrecen una conferencia de toros. Al mediodía hay un coloquio-almuerzo, dirigido por un "gran chef del periodismo taurino". Por la noche, se proyecta un vídeo de la corrida que acaba de finalizar, comentado por dos periodistas que "cuecen la salsa taurina de las fiestas isidriles", y se cena a base de ensalada burladero, ruedo de verduras, estoque de rape, etcétera. Fue entonces, cuando terminaba la sopa, que encontré el toro.
Antes de decir nada, lo inspeccioné detenidamente. Por supuesto, era muy pequeño -pequeñísimo-, pero tenía trapío y estaba bien armado, que es lo importante. Era negro listón. Fue imposible ver el hierro ni la señal, pero por su morfología podía haber sido de procedencia Domecq. Anuncié mi descubrimiento.
"Pues no me extraña nada", dijo mi mujer. "Con la vida que llevas últimamente...".
Tiene razón. Desde que hace unos años me jubilé, cada vez que llega San Isidro me dedico en cuerpo y alma a la fiesta nacional. Todas las mañanas compro la prensa para leer a mi crítico taurino, y si ha sido una corrida especialmente controvertida, consulto las opiniones de los demás cronistas. (Cada uno tiene su estilo inconfundible, y a veces difieren tanto sobre lo que ha pasado en el ruedo que parece que están describiendo festejos distintos. También me divierten las declaraciones de los toreros: si han fracasado, siempre se debe a que su enemigo tenía grandes defectos o "un peligro sordo" que el público no supo apreciar).
Muchos días me acerco a la venta de Batán para observar a los toros, y a la hora del aperitivo cambio impresiones sobre toros con los amigos aficionados. Por la tarde, a Las Ventas, y después, más comentarios en el patio de arrastre. Luego se puede ir a uno de los muchos coloquios donde se analizan las incidencias de la lidia, como éste donde se me apareció un toro en la sopa.
Cuidadosamente lo retiré con la cuchara y lo puse debajo del plato, intentando no llamar la atención. Después de cenar inspeccionamos la muestra de esculturas de toros que hay en el vestíbulo. Tomamos café en el bar vigilados por las cabezas disecadas de toros célebres, mientras hojeábamos una revista taurina que había dejado un apoderado obeso.
Mañana más.
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