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Entrevista:

"Ahora veré en Bosnia a personas sonrientes"

Jesús Fernández Valiente tiene 21 años, aunque con la boina negra calada hasta los ojos y el uniforme con los galones de cabo primero, no parece tan joven. Se le nota cuando habla, a pesar de que sus ojos claros han visto cosas que otros veinteañeros sólo conocen por la televisión. En 1993, cuando la guerra azotaba la antigua Yugoslavia, trabajaba en Medurjorge, en zona croata, haciendo reconocimientos del terreno y escoltando camiones con alimentos.El próximo 27 de mayo este madrileño, vecino de Cuatro Caminos, volverá a Bosnia con otros 1.000 hombres y mujeres de la Brigada Paracaidista de Alcalá de Henares para unirse a las fuerzas de la OTAN que vigilan el cumplimiento de los acuerdos de Dayton.

Fernández quería ser como su padre, un caballero legionario paracaidista que contaba a sus hijos sus andanzas en Sidi Ifni, y por eso abandonó a los 17 años la Formación Profesional para ingresar en la brigada como voluntario especial.

Pregunta. ¿Hubo alguna imagen de la guerra que se le quedase grabada?

Respuesta. Un olor. Pasamos por un cementerio, lo estaban levantando, y el olor a muerte, a carne humana, se me quedó durante más de dos semanas en la garganta. No podía dejar de comer chicle.

P. Desde casa, seguro y cómodo, es difícil imaginarlo. ¿Qué es una guerra?

R. Es una pesadilla. Noches sin dormir oyendo bombardeos, mucho sufrimiento, maldad y miseria. Sobre todo para los civiles, los que no tienen nada que ver, y ni pinchan ni cortan.

P. ¿Por qué vuelve a Bosnia?

R. Porque se va mi unidad y porque son puntos para ascender e ir a la Academia, quiero ser sargento. Además, es bonito volver ahora qué hay paz.

P. ¿Qué diferencias encontrará?

R. El rostro de la gente. Ahora veré personas sonrientes.

P. ¿Cree que los madrileños pueden ayudar desde sus casas a que Bosnia supere la guerra?

R. Sí. Allí se ve mucho el trabajo de Unicef, ACNUR o Cruz Roja. La ayuda llega. Si llega la mitad o no, a mí no me importa: llega. Yo he repartido ayuda humanitaria y nunca olvidaré la cara de felicidad de un niño ante un simple caramelo.

P. ¿Ha hablado alguna vez con los jóvenes que defienden la objeción y la insumisión?

R. Una vez, cuando venía de permiso de Yugoslavia me encontré con un chaval que se reía de los cascos azules. Le dije que mostrase respeto, porque si no habría problemas. Si alguien quiere ser objetor o insumiso, me parece muy bien. Respeto sus ideas, pero que ellos respeten las mías. Y si no quieren hacer la mili que no vengan. Soy de los que quieren un Ejército profesional.

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