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Reportaje:

Retorno a Meirás

El pazo donde veraneaba Franco se reabrirá para la boda de una nieta

Después de casi 20 años, los coches negros de potente cilindrada volverán a recorrer las curvas rodeadas de vegetación que son las carreteras que confluyen en Meirás. El 27 de julio, Arancha Martínez-Bordiú Franco, la nieta pequeña del general que popularizó el pazo en el No-Do, se casará allí con Claudio Miguel Quiroga Ferro, un retoño de la aristocracia empresarial coruñesa. El acontecimiento ha animado a la familia de la novia a reabrir el pazo, abandonado desde 1978, y brigadas de obreros trabajan ya en el arreglo de la capilla y del jardín donde los novios jugaron de niños.Hace apenas dos siglos que la madre de doña Emilia Pardo Bazán construyó la residencia para pasar los veranos. La hija de la novelista lo reformó añadiéndole tres torres medievales, a una de las cuales llamó de la Quimera. En 1939, a Pedro Barrié de la Maza, propietario de Fenosa (cuando todavía era sólo una empresa eléctrica y no un título de conde), se le ocurrió comprarlo y regalárselo a Franco para que descansara de la guerra que había ganado.

Para darle tono de "suscripción demostrativa del agradecimiento popular", y por si la voluntad de los agradecidos -y de los que tenían miedo a no parecerlo- no bastaba, el entonces gobernador civil tuvo la iniciativa de reunir el dinero necesario descontándoselo del sueldo a los funcionarios.

Franco agradeció el detalle pasando allí todos los veranos, con lo que convirtió a La Coruña en capital veraniega. Doña Carmen Polo amplió el campo de acción de la elegancia social del regalo (al cáudillo) con blasones y balaustradas procedentes de pazos de verdad -entre ellos, algunos de la familia del novio de su nieta- y con numerosas obras de arte, incluidas dos piezas de la catedral de Santiago atribuidas al maestro Mateo.

Muerto Franco en 1975, su familia no volvió a pisar el pazo, que en 1978 sufrió un misterioso incendio. Sí decidió ponerlo en venta de forma discreta. En 1980, el primer Ayuntamiento democrático de La Coruña se planteó recuperarlo, y en el verano de 1983, el entonces presidente de la Diputación y actual ministro de Sanidad, José Manuel Romay, llegó casi a cerrar un trato con los marqueses de Villaverde por unos 400 millones de pesetas. En los dos casos, la operación no llegó a cuajar porque en el seno de las corporaciones surgieron críticas por comprar algo que, aunque forzado, había sido un regalo.

Si alguno de los 500 invitados, embargado por la nostalgia, soñó una noche que volvía a Meirás, deberá arreglar cuentas con sus recuerdos. Ya no habrá cada pocos metros guardia, ni civil ni mora. Y detrás del ellos podrían estar quizá gentes curiosas por ver un evento de papel cuché, pero ya no multitudes vitoreantes.

Los 500 naturales de San Martiño de Meirás, parroquia del municipio de Sada, han sido progresivamente sustituidos por acomodados propietarios de chalés residenciales (incluida una cuñada de Roldán). Ni a unos ni a otros se les perderá nada el 27 de julio. "Algo oí de reabrirlo. No tiene por qué parecerme mal dice una vecina que trabajó para la familia.

Cuando Meirás era Meirás, Ramón Ares era mancebo de la farmacia de Sada, entre cuyos clientes estaban los ocupantes del pazo. Hoy, y prácticamente desde que Franco dejó de veranear, es alcalde (del PP) sin necesitar más lema que "vota Moncho", aunque las últimas elecciones ganó por los pelos.

El alcalde está encantado. "Aunque no tendrá el esplendor que tuvo, para mí sería una alegría que lo reabrieran, y también que la familia tomara una decisión, entregarlo a alguna institución. No digo devolverlo, porque con los regalos se hace lo que se quiere", afirma.

Fernando Quiroga Piñeiro, ex director general de Unión Fenosa, presidente de aquel club de golf de A Zapateira, que también salía en el NoDo, y padre del novio, rechaza con elegancia comentar el evento: "Ellos son felices y se hallan por encima del bien y del mal. Hay que dejarlos tranquilos y no convertirlos en noticia". Otros miembros de la familia hacen de la elección del lugar una cuestión de deferencia: "Lo normal es celebrarlo en el sitio de la novia".

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