Ana Botella, el agua y la fuente
La esposa de José María Aznar amadrinó ayer la bendición del manantial de San Isidro Labrador
Miles de madrileños se acercaron ayer a la ermita de San Isidro para beber al menos un traguito del manantial milagroso más afamado de la ciudad, el que hizo brotar el santo labrador en el siglo XII. Ana Botella, esposa de José María Aznar, amadrinó este año la bendición que presidía Mateo González Camarma, deán de la catedral de la Almudena. Entre vítores e intentos de abrazar a la esposa de Aznar por parte de algunos de los asistentes, Ana Botella comentó: "Estoy aquí porque soy madrileña de tres generaciones".
Cuenta la tradición que el santo madrileño -que trabajaba las tierras cercanas a lo que actualmente son las proximidades del estadio Vicente Calderón-, cierto día caluroso indicó a su amo, Iván de Vargas, un lugar donde podía aplacar su sed. Al sitio señalado se acercó el señor feudal, pero no encontró nada de lo prometido. Enfadado, volvió donde estaba el futuro patrón de Madrid y le echó en cara su burla. El santo labriego se dirigió entonces al lugar que había indicado a su señor, dio un golpe con su aguijada sobre una piedra e hizo manar una abundante fuente que aún existe.
El milagro pronto fue vox pópuli: sus aguas sanaban enfermedades. Según la inscripción que preside la fuente, han curado casos de lepra, ceguera y males de orina y riñón.
Desde hace siglos, el manantial ha sido foco de visitas. En 1528, sobre él se levantó la actual ermita. Entre sus visitantes se encontraron la mayoría de los reyes españoles, desde Felipe II a Carlos III. Juanita Gómez y María Gracia, de unos cincuenta años ambas, eran ayer las primeras personas de la larga cola de visitantes que esperaban que el deán acabase la ceremonia de bendición para probar las milagrosas aguas. "Desde las cinco de la tarde estamos frente a la ermita [el acto comenzaba a las ocho de la tarde] para ser las primeras y beber el agua de san Isidro, que lo cura todo", decían muy convencidas.
La ceremonia religiosa se rigió ayer según el rito hispano-mozárabe, que es el que se practicaba en el siglo XII en una España dividida entre reinos árabes y cristianos: a la caída de la tarde, quemando incienso y lanzando sal al pozo como símbolo de renuncia a la vida no cristiana.
El deán, tras la bendición del manantial, ofreció a Ana Botella, al alcalde y a la esposa del regidor tres vasitos con el líquido de la fuente. Al acabar la ceremonia, miles de madrileños se abalanzaron sobre las famosas aguas, que sólo manarán unos días.
Desde la Real Archicofradía de San Isidro se explicó que "pronto se cerrará la llave del manantial porque si no éste terminaría agotándose en verano".
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