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El afán del PP por dar imagen de eficacia provoca precípítaciones en la primera semana de Gobierno

El PP ha probado esta semana el coste que tienen los errores cometidos desde el Gobierno y que apenas se pagan cuando se está en la oposición. Ya han comprobado que el precio de un comentario poco meditado del ministro de Economía -por ejemplo, sobre la necesidad de "parar el reloj" para que España ingrese en la unión monetaria- puede provocar, un encarecimiento de la deuda, acrecentada así en miles de millones. Y han sufrido las consecuencias de realizar anuncios impactantes, guiados por una política de imagen, que no se plasman en la realidad. Los nuevos gobernantes ya saben lo que es cambiar cinco veces un paquete de decretos -los de reestructuración del Gobierno- antes de dar con la redacción definitiva.

Los tropiezos iniciales parecen haber estado inducidos por la velocidad e incluso por un apremio innecesario para mostrar ante la opinión pública resultados emblemáticos de la llegada de José María Aznar a La Moncloa. Pero también parecen relacionados con una fórma peculiar de hacer las cosas: la utilización de cauces distintos para escoger a los ministros y simplificar la estructura de los ministerios ha llevado a desajustes y a retrasos, cuando no a rectificaciones sucesivas en el BOE.Aznar, tras un intachable discurso de investidura en el que a unió con madurez la herencia recibida -es decir, como un legado con valores y cargas-, se dejó llevar el pasado domingo tal vez por la alegría del juramento de su cargo y algunas de sus improvisaciones restaron solidez a su comparecencia pública. El comentario de que La Moncloa "no es el lugar recomendable para vivir una familia" empañó la seriedad del acto de presentación de un nuevo Gobierno de España.

En esa misma conferencia de prensa, Aznar aportó como pista, a iniciativa propia, que el portavoz del Gabinete "será más bien ministra que ministro". Los hechos todavía no lo han mostrado. Más bien han apuntado la ende blez de un planteamiento poco madurado: la supresión de la figura de un ministro portavoz, capaz de responder a cuestiones políticas de todo tipo. Los populares han eliminado sus dudas, comprensibles, sobre quién es la persona actecuada para representar al Gobierno, y ocupar ese parcela de poder, por la vía de negar la necesidad de ese papel. Pero la necesidad sigue ahí.

El primer dirigente político que Aznar quiso recibir en La Moncloa, previsiblemente como un homenaje a los servicios que ha prestado a la evolución democrática y centrista de la derecha, fue Manuel Fraga. Y nada más despedirse de él, en la tarde del lunes, asistió a su primer acto social como presidente del Gobierno: la fiesta de conmemoración de los 20 años de EL PAÍS.

Ese mismo día, el vicepresidente Francisco Álvarez Cascos, cuya condición de vicepresidente primero tuvo que aclarar verbalmente el propio Aznar porque no había sido especificada por escrito, anunció una reestructuración del Gobierno que no se produjo del todo 24 horas después. El primer Consejo de Ministros sólo abordó la reorganización y los nombramientos de los ministerios de la Presidencia, Economía e interior. Cuando terminó la reunión, Álvarez Cascos se excusó de concretar la reestructuración con el argumento de que iba a ser detallada en la referencia oficial de la reunión. No hubo tal.

Y, sin embargo, desde finales de 1994, Rodolfo Martín Villa, ex vicepresidente y ministro del Interior con UCD, había estado trabajando por encargo de Aznar en una simplificación del aparato administrativo de los ministerios. Consultó con los responsables populares del seguimiento de cada ministerio, elaboró sus propias conclusiones y entregó el informe a Aznar poco después del 3 de marzo. Casi ninguno de esos portavoces sectoriales han sido colocados en las máximas responsabilidades ministeriales, y los verdaderos ministros han negociado a última hora reajustes que consideraban necesarios. En algún caso, como en Sanidad, han servido para simplificar aún más la propuesta de Martín Villa respecto a un departamento "muy bien adelgazado" por la ministra Ángeles Amador, en expresión del propio dirigente popular. En otros ministerios, como Asuntos Exteriores, el peso político de su máximo responsable, en ese caso Abel Matutes, ha logrado que sus contrapropuestas fueran aceptadas o negociadas.

La última reunión de Aznar con sus principales hombres de confianza para estudiar la reestructuración del Gobierno se produjo el pasado sábado. En ella hubo un sarcasmo de Martín Villa que, además de levantar carcajadas, resumió gráficamente la situación: "Ahora tenéis que decidir. Yo soy un técnico, vosotros sois los políticos".

Y de político tuvo que ejercer el pasado viernes el periodista Miguel Ángel Rodríguez, secretario de Estado de Comunicación, para explicar por qué el Gobierno reducía en un tercio los altos cargos y no suprimía el 70% de esos puestos, que en la campaña electoral había cifrado en 8.000. Rodríguez adujo que quizá el PP había inducido a error al identificar altos cargos con cargos de libre designación. Pero no se trata de un error. Durante años los ministros de Administración Pública han reiterado esa distinción a los representantes del PP sin que sirviera para que se dieran por enterados. Además de tener que suspender una cena anunciada, a la que iban a asistir el pasado miércoles Rato, Arenas, Antonio Gutiérrez (CCOO) y Cándido Méndez (UGT), el nuevo Gobierno se vio obligado el pasado viernes a aprobar el prometido recorte de 200.000 millones sin poder explicar dónde va a aplicar el corte.

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