La soledad
Una de las paparruchas más veteranas y pinto rescas de la literatura apocalíptica consiste en la denuncia de "la soledad del hombre moderno". Este punto de vista es completamente sensacional. Imagino la vida en una de esas arcadias superiores que los apocalípticos manejan en su permanente cruzada: la vida en un villorrio medieval. Al parecer, el diálogo que allí establecía cualquier hombre con una mujer reventada por el trabajo, un vecino permanente y un perro idiota tenía una textura y una calidad admirables: bastaba para una vida y para afrontar, con garantías de haber vivido, la propia muerte. La imprenta, la ciudad, la luz artificial, la radio, el teléfono, el automóvil y la televisión le parecen al Apocalipsis meros eslabones de la cadena que ata y pudre al hombre con su soledad.El último muecín ha sonado a propósito de Internet. Nunca tuvo menos sentido el desgarro. Resulta que uno tiene en el cuarto una caja que guardan millones de hombres y millones de cosas. Resulta que uno la abre según su gusto y pega la hebra. Además, a diferencia del teléfono, en esa caja uno no pasa sin llamar y sin decir quién es, lo que fomenta las buenas costumbres. Se puede estar allí a la hora que se quiera y por el tiempo que se quiera. Como quien va al bar a. ver quién hay, qué aprende: sin compromiso ni cita. Pues no: les parece mal esa ciudad, esa nueva con vivencia. Les parece mal que uno llegue de madrugada, encienda el mundo un momento y le dé las tiernas buenas noches a una muchachita de Illinois que en ese instante. se despereza. La red fomenta la soledad y el individualismo, dicen y mascan.
Nunca hubo más gente. El progreso no ha sido más que una aspiración -bien resuelta- a facilitar la compañía de seres adorables. Dudo estos días si entrar en red: el problema es que el mundo está lleno de gente, de libros, de asuntos adorables, y uno ya no da abasto.
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