Morir en Grbavica
El suburbio de Grbavica se extiende por la orilla sur del río Miliacka, que cruza Sarajevo, y trepa unas colinas que la demorada primavera, aunque muy fría, ha empezado ya a llenar de verdura y colores. Sin embargo, lo que concentra inmediatamente la atención no es el civilizado paisaje natural -el limpio cielo azul y el radiante sol helado-, sino la bárbara devastación que no ha dejado una vivienda intacta, que ha desfondado edificios, abierto boquetes en las paredes, erizado el pavimento de cráteres, pulverizado puertas y ventanas, retorcido balcones y vehículos, descuajado los postes de luz y convertido las calles en bosques de escombros, ruinas y parches.Este espectáculo se repite, por supuesto, por doquier en Sarajevo, pero en tanto que en los barrios de la orilla norte del río la destrucción tuvo lugar, sobre todo, durante los años de la guerra, en Grbavica los mayores destrozos -esos incendios, por ejemplo, que han carbonizado manzanas enteras y sembrado el lugar de ceniza y chamusquina- son recientísimos, pues ocurrieron después de los Acuerdos de Paz de Dayton y tuvieron, además, la singularidad de haber sido infligidos por serbiobosnios a serbiobosnios. Por eso, para medir en toda su infinita, crueldad y estupidez la tragedia de Bosnia Herzegovina no hace falta recorrer el país, ni siquiera ir y venir por todos los vericuetos de la martirizada Sarajevo. Basta confinarse en este suburbio de Grbavica, microcosmos que reproduce en pequeño formato los sufrimientos, salvajismos y absurdos que vive esta región de los Balcanes desde la desaparición de Yugoslavia.
Es lo que he hecho yo toda" la tarde, guiado por una extraordinaria mujer llamada Morgan, una inglesa voluntaria que, antes de venir a Bosnia, trabajó en el Sureste asiático con las víctimas de los jemeres rojos de Camboya y los boat people de Vietnam. Es delgada, enérgica, sin edad, inmune a toda forma de truculencia. Apenas cruzamos el puente sobre el Miliacka, que estuvo cerrado durante toda la guerra y que lleva un sarcástico apelativo (Puente de la Hermandad y la Unidad), me ordena: "Vaya detrás de mí y pise donde yo piso. El barrio está sembrado de minas". Para alertar sobre este peligro hay carteles a cada paso y unos circuitos seguros demarcados con cintas amarillas, pero, pese a ello, los disimulados explosivos siguen haciendo víctimas, principalmente niños. A los mutilados sobrevivientes se los puede visitar, en el hospital Kosevo del centro de la ciudad. (Las autoridades militares de la OTAN calculan que hay unos siete millones de minas esparcidas por Bosnia y que removerlas costará treinta años y cientos de millones de dólares).
Morgan vive en un cuchitril, en lo que queda de un edificio agujereado como un colador, en cuya segunda planta, sin embargo, se las ha arreglado para improvisar un asilo de ancianos. Allí se apiña una triste humanidad, que no pudo o no alcanzó a huir del barrio cuando, apenas hechos los acuerdos de Dayton, el autoproclamado gobierno serbiobosnio de Pale supo que debería entregar Grbavica a la jurisdicción del gobierno bosnio de Sarajevo y MIadic y Karadzic desataron una campaña de terror para obligar a sus compatriotas del barrio a huir, luego de destruir e incinerar todo lo que quedaba en pie, de modo que las nuevas autoridades se encontraran, al cruzar el río, con un páramo lunar.
Lo han conseguido, en gran parte. Porque, aunque la paz firmada en Dayton haya callado a los cañones y puesto fin por ahora a la degollina entre las tres comunidades de Bosnia-Herzegovina -serbios, bosnios y croatas-, lo que desde entonces no sólo no ha cesado, sino más bien aumentado a un ritmo creciente, es la limpieza étnica. Lo que va surgiendo, en la realidad de esta tierra, no son esas dos entidades -la federación bosniocroata y la República Serbia- que habrían reabsorbido a sus respectivos repatriados según propone el acuerdo, sino una nueva configuración del país: en el 49% del territorio que le corresponde a la república más pronto que tarde sólo ha brá serbios, y en el 51 % restan te, el de la federación, los supuestos aliados croatas y bosnios seguirán separados y se parándose cada día más hasta llegar a la total segregación. Nada me gustaría más que estar errado, porque si los doscientos mil muertos, los tres millones de desplazados y la terrorífica destrucción ex perimentada por esta tierra en los últimos cuatro años desemboca en este resultado, habrá triunfado la peor de las opciones -la del racismo, el nacionalismo y el fanatismo-, pero ésta es para mí la deprimente lección de mi visita a Bosnia-Herzegovina, recogida en Sarajevo y Mostar, en Banja Luka y en Mrkonjic Grad, en Prijedor y en Bosanska Gradiska: la reintegración no se produce en lugar alguno, y lo que prosigue, inexorable, aunque con menos muertos y crímenes, es la limpieza étnica.
Unos cincuenta mil serbios han huido de Sarajevo desde la firma de la paz. (Quedan apenas unos ocho mil en la ciudad). Una buena parte de ellos vivía en Grbavica, barrio que, antes de la guerra, como todos los otros de la capital bosnia, estaba integrado y era un modelo de coexistencia entre ortodoxos, católicos y musulmanes. Aunque, según una docena de amigos del PEN Club, con los que ceno una noche en el destartalado Club de los Escritores, esas nomenclaturas religiosas no tenían mucho sentido en el Sarajevo de hace cinco años, donde la secularización había avanzado con botas. de siete leguas y los matrimonios mixtos proliferaban. Esta civilizada realidad se desmoronó como un castillo de naipes en pocas semanas, en 1992, durante la crisis que puso fin a la Federación Yugoslava y vio la proclamación de independencia (insensatamente alentada por una Pasa a la página siguiente
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Morir en Grbavica
Viene de la página anteriorserie de países europeos) de Eslovenia, Croacia y, finalmente, Bosnia.
Los serbios se apoderaron del suburbio de Grbavica y el río Miliacka quedó convertido en el frente de batalla. Croatas y bosnios que no pasaron a tiempo a la otra orilla fueron hechos prisioneros, torturados, las mujeres violadas y un gran número de ellos asesinados. Entre las víctimas se hallaba el vicepresidente del PEN Club de entonces, un bosnio musulmán a quien los serbios tuvieron cavando trincheras hasta que perdió las fuerzas. Entonces, lo mataron. Al escritor bosnio Nedrod Ibrisimovic, que me cuenta esta historia, y cuya familia huyó a tiempo de Grbavica aquella vez, le pregunto cómo fue posible que gentes que habían vivido juntas, compartido la calle y los deportes y el trabajo y lo bueno y lo malo de la vida, pudieran de la noche a la mañana empezar a despedazarse, así, sin más ni más. Él mira el vacío, chupa como un murciélago su cigarrillo, y se encoge de hombros: no me puede dar ninguna explicación porque ninguna le convence.
Pero, sin habérselo preguntado, Morgan, a la que sigo a saltos, tratando de igualar sus pasitos eléctricos por las enfangadas calles de Grbavica -en las que, por increíble que parezca, diviso niños que juegan-, me lo deja adivinar. Ella no estaba aquí en 1992 cuando se produce la primera limpieza étnica del barrio. Pero sí en diciembre y enero, cuando el Dr. Karadzic, el general MIadic, Koljevic, Plavsic y demás miembros del gobierno serbio de Pale decidieron que los habitantes serbios de Grbavica no podían permanecer en el barrio cuando, éste pasara bajo control bosnio. Y estuvo aquí cuando, por la televisión y las radios y a través de activistas y comandos a órdenes de Pale, se aterrorizó a toda, la población augurándole matanzas y represalias atroces con la entrada de los musulmanes, y se la forzó, a golpes, violaciones y asesinatos, a partir. Fue en esos días horrendos que ella creó el refugio para ancianos, en el desbaratado edificio donde vive y que uno se pregunta cómo puede aún tenerse en pie. Cada esquina, cada rincón, cada hueco es para ella un testimonio de ese espanto: "Aquí violaron a una madre y a una hija", "Aquí fusilaron a tres, contra ese muro, ahí están las balas, las manchas de sangre".
No sólo serbios perpetraron esos horrores, por supuesto. Hubo también bosnios exacerbados por la idea de la venganza, que, con sus exacciones y atropellos contra los serbios hicieron el juego a, Pale, pero todos los testimonios más imparciales son rotundos. La mayor parte de los asesinatos y violaciones cometidos en Grbavica, desde mediados, de diciembre del año pasado hasta fines de enero de 1996 fueron obra de comandos enviados por las autoridades de Pale, para impedir que el ideal de Dayton -la reintegración de la coexistencia interétnica luego de la firma de la paz- pudiera realizarse en este suburbio, desde el cual la artillería del famoso general serbiobosnio apodado. El Duque ("En estos días se le ha visto reaparecer y merodear entre estas ruinas", me dice Morgan) lanzó entre 1992 y 1996 buena parte de los seis millones de proyectiles y explosivos que han convertido a Sarajevo en un esqueleto de ciudad.
Aunque, si se trata de hacer un balance de los crímenes y horrores cometidos, no hay la menor duda de que la primera responsabilidad incumbe a los serbiobosnios -porque ellos tuvieron la superioridad militar-, ello no exonera a las otras comunidades de su contribución a la matanza. Los croatas de Bosnia, por ejemplo, donde tuvieron el dominio de la fuerza, como en Mostar, actuaron con una ferocidad sanguinaria que no tiene nada que envidiar a la que padeció Grbavica. Y aún ahora siguen practicando la segregación, oponiendo todos los obstáculos concebibles para que las personas desplazadas -once mil- puedan regresar a sus casas. Aunque los documentos firmados digan otra cosa, la realidad de Mostar es que el río Neretva sigue siendo una barrera infranqueable entre bosnios musulmanes y croatas y que la tensión y hostilidad entre ambos es una presencia visible, que acompaña al visitante por todas las calles de Mostar. En ninguna otra parte me pareció más precaria la paz acordada que en esta antiquísima ciudad sobre la que se ha encarnizado, aun más que en Sarajevo, el salvajismo de la intolerancia. Y, aquí, los mayores culpables no han sido los serbios, sino los croatas, los grandes beneficiarios de todo lo ocurrido en los Balcanes desde 1992.
Para comprobar hasta qué punto los bosniocroatas practican la limpieza étnica hay que echar un vistazo a Mrkonjic Grad, localidad que había permanecido en manos de ellos y que, al haber quedado dentro de los territorios atribuidos en Dayton a la República Srpska (o Serbia), debieron devolver a los serbios. Lo que han devuelto es una sombra dantesca de ciudad. Entre el 15 de diciembre y el 4 de febrero se dedicaron a demoler sistemáticamente todas las viviendas que ocupaban y a pulverizar todos los bienes y objetos que no pudieron acarrear. La consigna fue, incluso, dejar abiertos los grifos para que se inundaran las casas que no fueron dinamitadas o quemadas. No había aquí objetivo militar alguno. Solamente, volcar el odio y abrir abismos insuperables entre las comunidades que hagan imposible en el futuro una nueva coexistencia.
¿Hay alguna posibilidad, en estas condiciones que vive Bosnia-Herzegovina, de que las elecciones previstas por Dayton se celebren con un mínimo de autenticidad y libertad, es decir, que de ellas resulten, por lo menos, en las dos entidades en que está dividido el territorio, gobiernos representativos? Yo creo que ninguna, pero también en esto, claro está, me gustaría equivocarme. Aunque hay indicios de diferencias crecientes entre los serbios de Pale y los de Banja Luka, el hecho es que la República Srpska es una satrapía controlada aún por el Dr. Karadzic y el general MIadic, donde no se admite la menor oposición. Y, por su parte, la federación de croatas y bosnios existe en el papel de los acuerdos, pero no en la realidad. Ambas comunidades se hallan divididas y sin el menor ánimo de integrarse. En los pueblos y ciudades de la federación donde dominan los croatas, la bandera que ondea sobre los edificios públicos es la de Zagreb, no la de Sarajevo, y la foto del führer Tudjman, la que aparece por todas partes. El gobierno bosnio, por su parte, que preside los destinos de la comunidad más golpeada y perjudicada en el conflicto de Bosnia-Herzegovina -de eso no hay duda-, ejerce un rígido control sobre los medios de comunicación y nadie -nadie que no sea adicto incondicional suyo- cree en Sarajevo que permitirá unas elecciones en las que la oposición (encarnada en el ex primer ministro Silajdzic, que acaba de formar un nuevo partido) pueda disputarle en serio el poder. Ésa parece, pues, la misérrima cosecha de los llamados Acuerdos de Paz de Dayton: una paz prendida con alfileres, la política de la segregación étnica legitimada y consumada en los Balcanes, y una próxima farsa electoral para dar una credencial democrática a dos autoritarismos, uno experimentado y otro en ciernes. Pobre Bosnia. Pobre Herzegovina.
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