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LAS VENTAS: FIESTAS DE LA COMUNIDAD

Apoteosis de Joselito

¡Gran tarde de Joselito en Madrid! La mejor tarde de toda su carrera redondeó Joselito ante la afición de la primera plaza del mundo. Toreó como los ángeles en diversos pasajes de sus faenas, entró a quites en todos los toros desplegando un amplísimo repertorio que dejó anonadado al público; estuvo relajado y seguro, dominador y valiente, por encima del bien y del mal, y ni siquiera iba media da la corrida cuando ya había alcanzado el apoteosis.La tarde entera transcurrió en medio del apoteosis. Los olés y las ovaciones fueron continuos desde que hizo el paseíllo hasta que tumbó al morucho pregonao sobrero Cortijoliva que hizo sexto. Y a hombros se lo llevaron por la puerta grande, que es la puerta de Madrid, bajo un coro estruendoso que le aclamaba "¡torero!"

Varias ganaderías / Joselito

Toros: 1º y 5º de El Torreón, inválidos; 2º devuelto por inválido y 4º inválido, de Las Ramblas; 3º, flojo y 6º devuelto por inválido, de Antonio Ordóñez; sobreros de Cortijoliva: 2º manso de encastada nobleza y 6º morucho, condenado a banderillas negras. Todos bien presentados y nobles excepto el último.Joselito, único espada: estocada caída (oreja con protestas); estocada ladeada (dos orejas); estocada perdiendo la muleta (oreja); estocada ladeada perdiendo la muleta (dos orejas y clamorosa vuelta al ruedo); bajonazo (aplausos y saludos); estocada corta caída atravesada (gran ovación). Salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 2 de mayo. Corrida goyesca. Lleno.

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El joselitismo estaba exultante, la afición también. Por fin se asentaba el consenso, que no siempre alcanzó la unanimidad a lo largo de la tarde. Ya en el primer toro empezó la polémica. Los aficionados que no son joselitistas protestaron su invalidez. Y muchos que sí lo eran también pues las preferencias de los aficionados verdaderos no les conducen ni al triunfalismo ni a la ceguera. Y sólo por eso el graderío se convirtió en un dislocado parlamento: los que re clamaban toro, los incondicionales del torero. El 9 contra el 7, el 6 contra el 4... Extraña controversia matemática que no se le hubiera ocurrido ni a Pitágoras.

Joselito toreó a ese toro sobrado de temple e imaginación. Como sin esforzarse iba desgranando de rechazos y naturales con sus correspondientes pases de pecho, alguna trincherilla o cambio de mano, adornos y desplantes. i Y todo parecía tan fácil! Pero aún habrían de venir momentos mejores.

Otro inválido, que salió segundo, volvió al corral y el sobrero resultó manso aunque enterizo y encastado. Fue el toro de la corrida, al que Joselito cuajó su mejor faena. Faena en la que no bastaba bajar la mano dejando discurrir la dulzona embestida sino que requería fajarse con el toro, medirle las distancias, templar y mandar. Diversos pasajes de la faena poseyeron estos valores y la multitud joselitista aprovechó para reprochar pasadas exigencias a la militancia torista. Protestaron éstos por la intemperancia, sus antagonistas les hacían gestos, aquellos les llamaron ignorantes y en el fragor de la bizantina discusión Joselito -recrecido, valeroso, torerísimo- ligó una extraordinaria tanda de naturales que puso al público en pie.

Al de Ordóñez que hizo tercero lo toreó según suele por esas ferias: pases sueltos de bonita factura, perder terreno al rematarlos, vuelta a citar, mas la tarde ya iba lanzada y el entusiasmo no decaía; antes al contrario. Cruzado ese ecuador de la corrida se contabilizaban ya cuatro orejas, un montón de quites, incontables olés y ovaciones. El triunfo era imparable.

Con el cuarto, de Las Ramblas retornó la invalidez y si bien hubo protestas callaron en cuanto se produjo el hermosísimo quite de Joselito de frente por detrás cambiándose de mano el capote por delante, que causó una auténtica conmoción. El público en pie, interminable la ovación a la que hubo de corresponder descubierto, acaso fue ése el momento cumbre de la apoteósica actuación de Joselito.

Poseído por las musas, pletórico de afición y de maestría, arrojó lejos la espada y de esta guisa cuantos pases dio a derechas o a izquierdas resultaban naturales. Porfió al toro aplomado y, tirando de él, consiguió sacarle muletazos inverosímiles por su ajuste y su templanza. Cobrado el estoconazo le fueron concedidas dos orejas, que ya sumaban seis, y dio la vuelta al ruedo en medio del delirio.

La racha triunfal se cortó en el quinto toro, de El Torreón -nuevo inválido-, que derrotó fuerte en los muletazos inciales. Joselito optó por no buscarse complicaciones y aliñó. Igualmente inválido el sexto, de Ordóñez, se devolvió al corral y salió un morucho Cortijoliva que ni por todos los piensos y todas las habas del mundo quiso tomar los capotes.

Lidiado sin concierto ni recursos, tampoco quiso tomar las varas -ni una- y se le condenó a banderillas negras. Y allí fue ella pues, al sentir el arpón, se puso a pegar brincos, a correr enloquecido topando cuanto se encontrara a su paso, a desconcertar a las cuadrillas y hasta al propio Joselito cuando entraba a la brega. No desconcertó, en cambio, a José Antonio Carretero, que sacó coraje, hizo así, y le clavó en lo alto el par de banderillas.

Joselito se dobló muy toreramente con el morucho y debió confiar en que rompería a bueno, pues humillaba, pero al dar un pase de tirón el toro le desbordó enfurecido. Macheteó entonces Joselito y se quitó al pregonao de encima de un espadazo.

Una estocada por toro empleó Joselito y los tumbó a todos sin puntilla. He aquí otro dato elocuente de cómo venía de preparado y decidido. Seis estocadas, y el doble de quites y una torería cabal de las que ya no se llevan. Había franqueado ya a hombros Joselito la puerta de Madrid y aún resonaba en la, plaza el apoteósico clamor de esta corrida memorable.

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