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Occidente y la crisis de la OTAN con Rusia

Es de sobra conocido que Rusia ha ido intensificando su desaprobación respecto a la ampliación de la OTAN. Hace sólo unos años, Rusia no se oponía a la idea de la ampliación, ya que era consciente de que si la Alianza se aproximaba a sus fronteras acercaría hasta ella una zona de estabilidad y democracia que también le beneficiaba. ¿Qué ha cambiado desde entonces?Una respuesta importante a esta pregunta es el hecho de que, a la hora de enfocar esta cuestión, Occidente mostrara cierta vacilación o indecisión. En Rusia, mucha gente ha interpretado esta vacilación como reconocimiento de algún tipo de resto del telón de acero, como reticencia a entrar en un territorio que hasta hace poco era de dominio ruso, y como indicación indirecta de que los intereses de Rusia en este territorio podían ser todavía legítimos. Los rusos piensan que por qué no van a poder reclamar sus derechos si creen ver indicios de aceptación de que esos derechos existen. Por consiguiente, no es sólo que Occidente dude por miedo a suscitar la desaprobación de Rusia. También funciona al contrario: la desaprobación de Rusia se ve fomentada por la duda de Occidente.

El origen de estas dos interpretaciones es el mismo: los restos no reconocidos o subconscientes de la mentalidad de la guerra fría, es decir, pensar en la categoría de las esferas de influencia de las grandes potencias. Esto implica una absoluta falta de comprensión de la nueva situación y de sus desafíos. Occidente no supone una amenaza para Rusia; por consiguiente, Rusia no tiene nada que temer. Rusia no supone una amenaza para Occidente, así que Occidente tampoco tiene motivos de preocupación. Simplemente es necesario decir con total claridad y sin ambigüedades que la OTAN es una agrupación regional de aquellos que se consideran parte del mundo y de sus valores, interesada en cooperar con otras por el bien de la paz mundial.

Rusia, por su parte, es una vasta potencia euroasiática con un enorme potencial de gravitación. Tiene derecho a mantener su identidad y a crear, lazos regionales, algo que ya hace en estos momentos. La política de Occidente con respecto a Rusia y la política de Rusia con respecto a Occidente deberían basarse en la idea de una buena asociación entre estas dos grandes entidades. Esto no aislaría a Rusia de Europa, sino todo lo contrario.

Una coexistencia verdaderamente auténtica y amistosa entre Rusia y una Europa cada vez más integrada sólo es posible e imaginable si ambos socios conocen y respetan su respectiva identidad, persiguen valores que les unan, e intentan profundizar su relación sobre estas bases. De vez en cuando, oigo preguntas sobre si este Estado o aquél debería pertenecer a Occidente o al Este. Son preguntas muy mal encaminadas, al menos por dos razones. La primera es que el

Estado en cuestión es el que tiene el derecho a decidir adónde pertenece y hacerlo en la práctica mediante su comportamiento político: eligiendo si, por ejemplo, va a intentar ingresar en la OTAN o en la Comunidad de Estados Independientes, o buscar buenas relaciones con ambos organismos sin unirse a ninguno de ellos. Nadie tiene derecho a decir a qué clase debería pertenecer un Estado sin tener en cuenta la opinión de ese Estado.

La segunda razón por la que estas preguntas están mal planteadas es una cuestión de matiz, porque parecen implicar tácitamente que Occidente es de mejor clase que el Este y que lo que hay que decidir es quién puede unirse a la mejor y quién se quedará en la otra. Esta percepción es, una vez más, un camino que no lleva a ninguna parte. Nadie es peor o mejor por naturaleza. Simplemente somos diferentes de diferentes maneras.

Latinoamérica, que está cada vez más embarcada hacia la integración, los países de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), China, Oriente Próximo, los países de la OTAN, Rusia y otros Estados pos-soviétcos que quieren unos lazos de seguridad, políticos y económicos firmes con la Federación Rusa, todas estas regiones diferentes deberían, por el interés común y con el espíritu de ciertos valores universales, trabajar juntas sobre una base de igualdad. En esta cooperación, nadie debería considerarse mejor que los demás, nadie debería tener ninguna razón para Sospechar que los otros tienen malas intenciones y nadie debería atribuirse el derecho de decidir por otros a quién se le debería permitir unirse a una u otra estructura y a quién no.

La mejor alternativa para el futuro desarrollo de la civilización, es el nacimiento y consolidación de estas agrupaciones regionales más amplias y la cooperación entre ellas. Esta es la única manera de combinar las dos tendencias contradictorias que existen en nuestra civilización: por un lado, la presión de la uniformidad progresiva y, por otro, el deseo de varios mundos más pequeños de conservar su identidad.

Si el mundo va a seguir este camino, es necesario que las agrupaciones individuales tengan una idea clara de qué son, de cómo se definen a sí mismas y de dónde están sus fronteras. Las entidades confusas que carecen de una clara definición difícilmente pueden involucrarse en una cooperación creativa con otras entidades. Más bien tienden a las disputas. Únicamente aquellos que conocen su identidad y la respetan pueden respetar también identidades diferentes.

Mientras una esfera de nuestra civilización considere a otras esferas como sus adversarias, enemigas o rivales, como inferiores, o como amenazas contra ella o, simplemente, como entidades cuya influencia debe estar bajo control para reforzar la influencia propia, no conseguiremos nada bueno. La variedad de alternativas negativas que pueden resultar de este planteamiento es bastante amplia: van desde la posibilidad de que la guerra fría mundial sea sustituida por numerosas guerras frías entre diferentes partes del mundo, hasta el peor rumbo de todos: el que los expertos en ciencias políticas llamarían un conflicto de civilizaciones. La división bipolar del mundo pertenece al pasado. Entramos inconfundiblemente en un mundo multipolar y deberíamos construirlo responsablemente como tal.

Václav Havel es presidente de la República Checa.

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