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Tribuna:
Tribuna
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Teatro e impostura

Nos ha tocado vivir un tiempo en que, quizá porque recibimos tal cúmulo de información indiscriminada, prescindimos del pensamiento, la opinión y el criterio, y permanecemos pasivos en la mera superficie de lo que ocurre, a la espera de más información. Desde los planes de estudio que prescinden cada día más de los contenidos para centrarse en los métodos, hasta la propia Telefónica que en las esperas se dedica a trivializar la música para que el melómano usuario no pueda elaborar ni un conato de reflexión que turbe el limbo intelectual en el que vive, o que nos promete una vida de excepción con un teléfono móvil que llegará hasta los recovecos de nuestra vacía intimidad y alcanzará las cumbres nevadas de nuestra vacación,. todo es impostura, todo es suplantación. Y no sólo en estudios y comunicación se nos falsea y se nos vacía la realidad. También en política.Estamos asistiendo desde el pasado 4 de marzo, es decir desde hace casi dos meses ya, a una pantomima sin más contenido real que la pantomima en sí misma. Un juego de dimes y diretes, tan orquestado y. programado que apenas da pie para el juicio, manteniéndonos día a día a la espera, en un largo camino de contradicciones y banalidades que nos dejan atónitos. Hay incluso quien en el como de la confusión adjudica al líder convergente una inteligencia, un sentido político y un maquiavelismo en estas negociaciones que, a mi modesto entender, no son siquiera teatro, sino pura impostura.

"Qué difícil es tomar decisiones en soledad", decía como un pequeño De Gáulle, Jordi Pujol a sus minyons de muntanya. Pero ¿qué me viene a decir? ¿Que sólo de él depende la decisión? ¿No tiene acaso su partido una comisión ejecutiva? ¿O para estos casos tan importantes se abstiene y todo el peso de la responsabilidad del pacto recae sobre sus cansadas espaldas? "Que sí, pero que no", "que no pero que sí", que si no estamos decididos, que si el electorado no lo perdonaría, que si los ciudadanos han de saber, etcétera, tanto ir y venir para un pacto que, en último término, es, como todo el mundo sabe, un pacto entre aliados naturales, entre. personas o partidos con el mismo código de valores que defenderán en el Parlamento la misma política de privatizaciones el mismo rechazo por el aborto, la misma defensa del poder moral y material de la Iglesia católica, y si me apuran, el mismo sentido nacionalista con igual pasión por las banderas desplegadas en los mítines, aunque cada cual en su propio ámbito. Tan de derechas es Aznar como Jordi Pujol, o tan de centro es uno como el otro si esto les gusta más. Aunque Pujol. haya defendido que es socialdemócrata, su actuación política es la de un democratacristiano, una forma de entender la vida, el hombre, la moral y el universo a la que también podría apuntarse Aznar. Así pues, una Vez calmados los agravios al nacionalismo catalán perpetrados por el nacionalismo español, una vez reconocida la identidad del pueblo catalán tan importante para Pujol; por decirlo más claro: una vez que Aznar ha hecho público su respeto por la lengua y por el hecho diferencial de Catalunya, una vez que Abc ha reconocido lo bien que juega el Barça y ha dedicado una página entera a metáforas políticas inspiradas en la excelsa figura de san Jordi, y sobre todo, después de varias reuniones de cuatro o cinco horas entre Rato y Molins, entre Aznar y Pujol, poco le queda por dar al Partido Popular que no tenga ya Convergència i Unió, si dejamos aparte las exigencias de tipo económico y financiero que, por otra parte, parece estar dispuesto a conceder. O sea, que después de tanto jugar a ocultar y a posponer, era cierto que de lo único que se trataba era de establecer el acuerdo en términos económicos: pasar del 15% al 30% del IRPF, permitir la entrada de capital catalán en empresas estatales y compartir en Catalunya la gestión de la Agencia Tributaria, es decir, la administración de Hacienda, por no citar sino los más evidentes. Como se, ve, una mera cuestión de dinero, aunque se la pretenda disimular y edulcorar tras los grandes valores de gobernabilidad, responsabilidad, sentido de Estado, visión de futuro o capacidad negociadora. Quizá con la oculta intención de restituir por una vez el verdadero contenido a una palabra que desde el latín fue acuñada en primer lugar en Catalunya:. la peseta.

Si no me equivoco fue el líder de CiU -y no, como se insiste una y otra vez, el de los catalanes- quien en aras de su vocación de ayudar a gobernar el país, firmó un pacto de gobierno con el partido socialista. Y si sigo sin equivocarme, fue él el que rompió ese pacto supuestamente por las acusaciones que se hicieron al PSOE por el asunto de las escuchas del CESID (acusaciones que posteriormente quedaron desmentidas por el veredicto de la justicia sin que nadie pestañeara siquiera). O tal vez se dejó llevar por la extendida creencia de que el partido socialista iba perdiendo adeptos a marchas forzadas, opinión que luego se ha demostrado falsa. En cualquier caso, fue la retirada de su apoyo al Gobierno socialista, concretamente a los Presupuestos, y no otra cosa, lo que desencadenó una nueva situación que exigió adelantar las elecciones. Y uno se pregunta, si el presidente del Gobierno, Felipe González, tan denigrado por el pacto con los nacionalistas catalanes, le hubiera dado a Pujol ese 30% del IRPF que ahora le van a conceder los populares, ¿le habría dejado caer Pujol antes del final de la legislatura?

No es teatro lo que se está haciendo, es simplemente impostura ("fingimiento con apariencia de verdad", RAE). Se está actuando Como si hubiera insalvables diferencias, se está dando importancia a lo que no existe, se está alargando innecesariamente una negociación para dejar entrever problemas, dudas, incertidumbres y desconfianzas que no son tales, a fin de revestir de misterio y trascendencia una situación que, hoy por hoy, es diáfana. Parece dudoso que el Rey hubiera ya propuesto a Aznar de presidente si no se supiera lo que iba a ocurrir. Pero en todo caso, si hay que pactar, como dice Pujol, para la "gobernabilidad" del país, se pacta. Y si no, no se pacta. Pero es innecesario y absurdo que tras la decisión de los líderes de los demás partidos políticos, CiU siga sosteniendo que hasta el último minuto no va a saber qué votar. Y si lo que ocurre es que Jordi Pujol ha cambiado de opinión y contrariamente a lo que sostuvo en la campana e incluso tras las elecciones, está dispuesto a apoyar a Aznar, bien está. Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, de táctica y de comportamiento, pero que no nos dedique tantos gestos, ni nos dirija tantas premoniciones, advertencias y llamadas a la sensatez y a la calma, ni nos diga que es necesaria tanta reflexión, ni nos insinúe que está en juego lo más sagrado, sino que explique llanamente a su electorado y a todos nosotros los motivos por los que él y su ejecutiva han decidido apoyar a Aznar.

Porque aquí sí se puede decir "donde dije Diego digo digui". Hay declaraciones de Molins -más del corte de Pujol que del templado y prudente Roca- en las que asegura que no cabe el pacto con los populares, y en una recientísima entrevista a tres páginas en el Abc, él mismo sostuvo que "me siento capaz de explicar al electorado por qué puedo votar sí en la investidura de Aznar". Pues ¡venga! Que lo explique, no queremos otra cosa ni debería ser de otro modo. Al fin y al cabo no hay que olvidar que son los convergentes los únicos responsables de que se hayan adelantado las elecciones, y por tanto es bastante normal que sean ellos, al tener la famosa bisagra en sus manos una vez mas, a quienes corresponde decidir si apoyan o no apoyan a los populares al margen de lo que decidan los demás partidos. Entretenerse en buscar abstenciones para no encontrarse solos en la investidura y tener con qué justificarse ante sus electores reacios al pacto, no es de recibo. Y menos cuando estos aliados son los mismos a los que en su día se les retiró el apoyo.

Pero el acto de impostura, de suplantación, supremo radica en la identificación que un líder hace de sí mismo con la patria. Porque si sigo sin equivocarme, en estas negociaciones Jordi Pujol actúa como representante de un partido y no como presidente de la Generalitat de Cataluña y por tanto sólo representa al 29,6% de la población catalana. No estaría de más que Aznar recordara, y con él todos los ciudadanos, que en Catalunya, el partido más votado en las últimas elecciones generales fue el PSC, y que si por avatares de una ley electoral elaborada y aprobada con precipitación -creo yo, aunque ésta es la que tenemos- y porque ya se sabe que la política es el arte de lo posible, el partido nacionalista catalán se ha convertido en partido bisagra en el Gobierno de España y es a Jordi Pujol a quien corresponde decidir en representación de sus 16 diputados, parece en cambio fuera de lugar que porque estas negociaciones sean al nivel estatal, el líder convergente se crea investido con la capacidad de decidir en nombre de todo un pueblo. Me pregunto, ¿con qué atribuciones puede rechazar la creación de un Estado federal que igualaría a Cataluña con las demás autonomías? ¿A quién cree representar cuando dice que quiere un estatuto especial como el de Quebec, olvidando o haciendo como que olvida, que en Canadá sólo la zona de Quebec tiene ese problema diferencial, contrariamente a España que problemas diferenciales tiene varios? En lo que respecta a la, voluntad secesionista o exclusivista de Catalunya, los votantes en las elecciones generales han sido desde siempre muy claros.

Tal vez, dicen los escépticos la democracia no da para mucho. Pero sí al menos cabría es perar que la cosa pública tuviera esa tan cacareada transparencia y que los políticos nos dijeran simplemente la verdad, una ver dad que ayudaría a los ciudadanos a elaborar sus propios criterios, en lugar de tener que ir adivinando qué se está velando, porqué se ocultan. los términos del acuerdo y qué tajada se van a .llevar éstos. que no se lleven los otros. Porque la reacción. del electorado frente a esas patrañas y a esos mangoneos no es más que el puro desinterés y la tentación de sumergirse en una ola de pasividad que, a mi modo de ver y siempre que siga sin equivocarme, es lo peor que le puede suceder a un país.

Yo creo que esta forma de negociar no es la de un hombre de Estado, ni de un Maquiavelo, ni de un florentino, ni siquiera de un buen negociador, esto es lo que, con todos los respetos, el refranero catalán denomina fer la puta y la Ramoneta, y que debidamente traducido significa más o menos "nadar y guardar la ropa".

No sé si así es la realidad de este momento en el secreto y exclusivo olimpo de los políticos, y a fin de cuentas es muy posible que yo me haya equivocado en todo, pero lo que sí es cierto es que así es como se ve desde donde yo estoy, es decir, desde la calle.Rosa Regàs es escritora.

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