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EL POLVORÍN DE ORIENTE PRÓXIMO

Bajo los cohetes de Hezbolá

En Kyriat Shmona se acusa a la guerrilla de ocultarse detrás de las mujeres y niños

Ayer volvieron a volar los cohetes Katyusha sobre Kyriat Shmona, una ciudad que sorprende por su belleza y que está situada en el llamado "dedo de Galilea", en el extremo norte de Israel. Se suceden parques, calles limpias, casas coquetas, pero es ahora una ciudad fantasma. La mayor parte de sus habitantes, 13.600 sobre un total de 22.600, se han marchado huyendo de los Katyusha.Los que han permanecido viven bajo tierra, en los refugios. A las once de la mañana, este enviado pasea solo por la calle. Ni un alma a la vista en el centro de la ciudad, repleto de tiendas, ahora con los cierres echados y que en situación de normalidad es un hervidero de gente haciendo sus compras del viernes.

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A la vuelta de una esquina aparece una patrulla de soldados. Es el Ejército quien se encarga de la seguridad de la ciudad y del reparto de alimentos a los habitantes enterrados en los refugios.

De vez en cuando aparece un civil que camina apresuradamente por la calle. Un hombre de unos cincuenta años explica por qué ha abandonado su refugio: "No basta escapar a los Katyusha, también hay que comer". Va a una de las raras tiendas que permanecen abiertas. "Figuro entre los afortunados. Tengo dinero, cosa que no pueden decir muchos de mis vecinos del refugio, que no tienen ni un duro" desde que cerraron los bancos.

En la estación de autobuses, una familia de seis personas se dispone a abandonar la ciudad. "No queríamos irnos", dice la madre, Malka, de 38 años. Van a casa de su hermana mayor, que vive en Jerusalén. "Nací aquí, como mi hermana, que se ha casado con uno de Jerusalén. No, no queríamos irnos... Al principio nos dijimos que había que aguantar aquí a pesar de los Katyusha. Pero no tenemos fuerzas para seguir viviendo en los refugios... ". En ese momento se oye un silbido en el aire que interrumpe bruscamente la conversación. "Un Katyusha", grita el padre, y todos se tiran cuerpo a tierra. Unos segundos después, un terrible estampido revienta los tímpanos. "No se preocupe, ha caído lejos. Aunos 400 metros", dice el padre.

En las alturas de Kyriat Shmona, una batería israelí de 155 milímetros dispara cada dos minutos. ¿Contra quién? Los soldados no lo saben. Se les señala un blanco y disparan hasta que reciben orden de parar.

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El alcalde de Kyriat Shmona, Prosper Azar, de 46 años, llegó aquí en 1955 -entonces una ciudad nueva- cuando contaba sólo cinco años. Fue elegido alcalde en 1983 y reelegido desde entonces. La tragedia de Qana le ha afectado profundamente: "¡Es terrible!". Pero añade a continuación: "No me pesa la conciencia. Sé que nuestros soldados no querían esas muertes. Toda la culpa la tienen los de Hezbolá, que se ocultan tras las faldas de las mujeres, de los niños, para hacernos la guerra. Todo el mundo sabe que Israel no quiere esta guerra. Irán los arma, Siria les deja hacer y es a Israel al que se acusa".

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