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ELECCIONES EN ITALIA

A florete embotado

Sin sangre, con profusión de sonrisas reservadas, con temas obsesivos y raramente apasionantes. Silvio Berlusconi ha partido al ataque de salida y durante un rato ha tenido, distraído más que acorralado en un rincón, a Romano Prodi.Se trataba de demostrar que un empresario explica y aplica mejor las medidas económicas a tomar: empleo, reducción del gasto, que un profesor de economía. Para ello se volvía coloquial con parábolas como la del hermano pródigo, el laborioso y el desempleado, que no parece que precisamente figuren en la historia sagrada. El profesor intervenía, breve y a la defensiva. Cuantas más veces negaba con la cabeza, sonreía con los ojos y repetía sabes de sobra que es mentira a su interlocutor, mostraba cómo le costaba entrar en el partido.

Romano Prodi tiene, por añadidura, un problema. Es ventrílocuo y no se ha percatado todavía de ello. Habla desde el estómago y para el estómago, no acaba ninguna frase ni casi pronuncia el último sonido de ninguna palabra. Hay que creerle bajo juramento, más que por haberle entendido. Pero en la medida en que Silvio Berlusconi cargaba con lo que visiblemente considera su gran argumento -a la izquierda de Prodi todos, en el Olivo, son comunistas, y los demás, tontos útiles-, el profesor comenzaba a dominar el centro del terreno. No para establecer novedades, ni parecer el líder biónico que no es, sino para tranquilizar al auditorio.

Lo mejor de Italia

Su gran plataforma es que el centro-izquierda ha creado algo nuevo, que es un fermento laico-social-católico que reúne en el Olivo a lo mejor de Italia: de la derecha democrática a la izquierda no comunista. De Refundación, los comunistas irredentos, que apoyan desde fuera a su coalición, ni una palabra. Berlusconi, casi todas. Si el muro ha caído, sus cascotes siguen contaminando, sin embargo, el alma de todo ex comunista y de sus compañeros de viaje. No hay perdón, ni arrepentimiento. Más que cualquier sacramento, está claro que la iglesia comunista imprime carácter.Ambos han estado más que han argumentado. Parecen resignarse a un final apretado, sin golpe mortal que asestar al adversario y con el convencimiento de que la suerte, cualquiera que sea, está ya echada.

Berlusconi llega a todos los platós con la lección bien aprendida y una elocución moderadamente torrencial, que hoy ha contenido para estar como un señor. Sólo, quizá, traicionaba su inquietud el constante tamborileo de los dedos sobre la mesa mientras Prodi hablaba. Éste, aferrado a una pluma tan gruesa como un cabrestante, abría y cerraba gráficos y llaves explicativas con la mano en el aire. Didáctico y amortiguado hasta el último momento.

La decisión, mañana, a los puntos. Y pocos de ellos positivos.

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