Volvió la normalidad: nos dormimos
Después de la emocionante tarde del jueves con la corrida de los victorinos, en la del viernes volvió la normalidad: nos dormimos. Alguno roncaba. A veces se despertaba alguien, miraba al redondel, decía osú y daba la vuelta con ademán de envolverse en el embozo. A otros se les caían los párpados y comentaban que no se dormían pues les daba vergüenza. Uno confesó que era por si le robaban la cartera.La normalidad es, sin embargo, un concepto relativo. La normalidad era hace 20 años corridas como la de los victorinos que, si se analiza, tampoco resultó como para soltar cohetes. El toro de trapío, serio y bien armado; con la casta propia de su estirpe; manso o bravo, boyante o bronco, según. Así salían las corridas 20 años atrás y se medían con ellas toreros valientes o medrosos, tal cual ocurrió el añorado jueves de los victorinos, 20 años después.
Benítez / Muñoz, Rincón, Finito
Toros de José Benítez Cubero (dos rechazados en reconocimiento), 4º y 5º de María Pallaés, discretos de presencia, flojos, descastados.Emilio Muñoz: media atravesada, rueda de peones, pinchazo, otro hondo atravesado, metisaca en el costillar, pinchazo bajo, bajonazo descarado -aviso- y dobla el toro; pinchazo y estocada. César Rincón: estocada; estocada caída. Finito de Córdoba: dos pinchazos traseros bajos, estocada corta atravesada, rueda insistente de peones y tres descabellos; estocada corta. Silencio en los seis. Plaza de la Maestranza, 19 de abril. 3ª corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada.
Llegaba el viernes el público a sus localidades y lo primero que hacía era congratularse con el vecino de localidad de lo bien que lo habían pasado el día anterior. "Qué interesante fue todo, ¿verdad usted?". Empezaron a saltar luego los toros de la nueva normalidad a la arena, los toreros se ponían pesadísimos con ellos sin siquiera pegarles pases y volvían las comparaciones. Nada había allí que ver, menos aún que aplaudir.
Hubo, no obstante, un motivo para aplaudir y estaba en el tendido. Lo descubrió, de súbito, un espectador- "¡Es él, ahí está!", gritó. Miró la afición donde señalaba, vio que era el propio Victorino Martín hecho carne terrenal y le dedicó una ovación de gala. Después, quien pudo se entregó en brazos de Morfeo, con la satisfacción del deber cumplido.
Muermo, diagnosticaban expertos en psicología animal acerca de lo que les ocurría a los toros; somnífero, los especialistas en farmacia; genética morucha, los lectores del Cossío; fraude y estafa, ciudadanos de a pie.
Estudios, experiencia, gramática parda posiblemente sirvan para descubrir y erradicar los males de esta insoportable normalidad de la fiesta, y quizá sean los dichos o más que se podrían referir. Lo que nadie cree, en cambio, es que vaya a ser la orden ministerial concebida para dejar en la impunidad afeitados lo que la vaya a salvar de la ruina a la que está abocada, como ha conseguido del ministro Belloch ese contubernio de taurinos que utilizó la amenaza de una huelga salvaje para conseguir sus propósitos.
La normalidad de hace 20 años atrás, el toro encastado al estilo de los victorinos el jueves, el coraje y la torería de los diestros a la manera de El Tato y Pepín Liria es lo que puede devolverle la grandeza a la fiesta. Los toros de ayer, trastabillantes y moribundos; los toreros haciendo dengues, pegando trapazos, incapaces de aportar ningún recurso lidiador distinto al derechazo; los taurinos que amparan y promueven semejantes despropósitos es lo que la está llevando a la perdición.
César Rincón y Finito de Córdoba parecía que habían ido allí a cobrar y les costaba un esfuerzo enorme practicar el toreo en día de paga y asueto. Únicamente Emilio Muñoz lo intentó, ejecutando con pureza el natural en el mulo que abrió plaza, el redondo en el que hizo cuarto.
Ese mulo cuarto estuvo a punto de tumbarse en plena faena. La verdad es que llevaba en sus carnes un puyazo bestial, fruto de la tropelía del individuio del castoreño que lo envolvió en el percherón y lo quiso convertir en butifarra. La acorazada de picar volvió también por sus fueros y desfogaba su saña carnicera sobre la mustia torada en cuanto la ponían a su alcance.
Diez días de feria quedan; diez días de este penar, si no sucede un milagro. Pero la afición ya está tomando medidas previsoras. Y va a llevar a la plaza su almohada favorita porque no es plan dormirse en el hombro del vecino, que quizá no sea consentidor; y así es como empiezan las peleas.
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