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Recuerdo de milicianas

Las mujeres que lucharon en la República conmemoran su 65º aniversario en Madrid

Cuando las notas del Himno de Riego empiezan a sonar en la sala, ellas se ponen en pie con esfuerzo, levantan el puño tembloroso y enjugan, pudorosas, una lágrima rebelde. Tienen tantos años y tanta cárcel y tanto exilio a las espaldas que, para ellas, muchas cosas han dejado hace tiempo de tener importancia. Otras han adquirido con los años más fuerza, más brillo, y han perdido sus peores aristas."Estuve condenada a muerte". "Yo tuve dos consejos de guerra". Lo dicen sin perder la sonrisa. Juana Doña, Antoñita Herrero. Dos del centenar largo de mujeres que ayer, en el 65º aniversario de la II República Española, se reunieron a iniciativa de la Librería de Mujeres."He encontrado amigas que hacía años que no veía", dice Amelia Jover, que ahora vive en París. "Ya nadie se acuerda de mí. Vivo solita. Nadie va a verme. Por eso esta fiesta es tan maravillosa, poder ver a tantas camaradas...". Es Antoñita, la de Vallecas, Antoñita Herrero. "Me quemaron los pechos con cigarrillos", recuerda. Fue la organizadora de las Mujeres Antifascistas en Almería, "cuando ya había caído Málaga y tuve que salir de allí".

Hablan y hablan. Se ríen, se besan. Se preguntan por alguien que ya murió -"¡vaya por Dios!"-, por hijos y nietos. Se buscan unas a otras y se dejan querer por las jóvenes que las piropean y las halagan. Pero ellas lo que quieren ahora es besar a Ana Belén -"es ella, mira"-, que ha venido, abrazar a Juana Ginzo, "que tiene la misma voz, igual, igual que en la radio", oír a Elisa Serna, que "canta cosas tan bonitas", a Charo Centenera, "que tanto hace reír".

Ellas, que protagonizaron una guerra, no se sienten protagonistas de nada. Todo para ellas ha sido lógico y natural. "Yo soy sólo una mujer, hijo. Nada más. No me encumbre si va a escribir de mí. No soy nada. Soy una de tantas mujeres que lucharon por la libertad". Y lo que en otra boca sonaría enfático y hueco, en los labios de Amelia, de la CNT-FAI, suena con absoluta naturalidad.

Se rectifican unas a otras. "No la haga caso. Ella ya no se acuerda de lo que era yo", dice Juana Doña, cuando alguna cariñosamente advierte al periodista que "no fue miliciana". La memoria. "Que no se pierda, que no se pierda", dice Juana. "Que recordemos siempre la historia. Y recordemos a todos. Hoy los jóvenes...", se lamenta. Así que dice que es "maravilloso este acto que tan bien ha montado Elena".

Elena es Elena Lasheras, de la Librería de Mujeres, que ha conseguido -nadie sabe cómo- reunirlas en este viejo cine, hoy sala alternativa. Se ha traído un centenar de mujeres que ayer se emocionaron ante la, bandera tricolor, que aplaudieron las imágenes de Lina Odena, de Pasionaria, de Federica Montseny.

Juana Reinés -tan guapa- se ha ido al fondo de la sala. Sus compañeras de mesa la regañan y no la dejan fumar. Y, ni corta ni perezosa, ha recogido sus cosas y se ha ido a echar un cigarro con su hija, Rosana. Fue recordwoman de los 400 metros lisos en 1933. Y miembro del grupo teatral El Globo, de Max Aub. Todavía es capaz de desafiar a su yerno a saltar una valla. Y le gana, dicen."Yo no sé cómo supo Miguel Hernández que mi nombre era Rosario Sánchez". Es la mujer que Miguel Hernández retrata en el poema Rosario, la Dinamitera. Le falta un brazo. "A mí me llamaban Chacha, porque a las que vendíamos una publicación titulada Muchachas, nos llamaban así". Se fue voluntaria al frente con 17 años. Estaba en un centro cultural de la calle de San Bernardino aprendiendo corte y confección. "El 19 de julio del 36 llegó un Julio llegó un joven y preguntó quién quería ir voluntario a luchar. Yo miré detrás de mí y sólo éramos chicas. Pregunté: '¿pueden ir mujeres?'. Me dijeron que sí. Y me apunté. Pero no quise convencer a ninguna de mis amigas. Tenía miedo de que murieran".

No dijo nada a su familia. "Cogí mis cuatro cositas y me marché al día siguiente a Buitrago. Allí perdí la mano". Muestra su brazo herido. "Nos respetaban. Los hombres no se extrañaban de que las mujeres lucháramos. Creíamos ya en la igualdad. Yo siempre he sabido por qué nos respetaban. Allí estaba lo más sano de la izquierda. Era la izquierda. Por eso". Un día llegó un poeta. "Yo no conocía a Miguel Hernández. Él llegó con el poema. Y no sé cómo supo mi nombre, Rosario, si todos me llamaban Chacha". Pero ese día entró en la historia Rosario, la Dinamitera.

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