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Tribuna
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Vacaciones

El ruido, la contaminación, las prisas... A veces incluso un intrépido reportero de investigación como yo necesita huir de la gran ciudad para descansar, aunque sea en compañía de las masas. Por otra parte, pocos escándalos políticos iba a destapar en Semana Santa: hasta que no se consume este extraño matrimonio entre populares y catalanes, mis colegas y yo estamos parados. (Después habrá trabajo para todos).Con mi actual esposa viajé a un pueblo de la costa alicantina. Ocupamos una casa que nos había dejado su cuñado Víctor, que trabaja en el sector del aceite en Mora, un centro de producción de olivas de la provincia de Toledo. Al entrar en la casa descubrí que su hobby es reproducir monumentos arquitectónicos con huesos de oliva y pegamento: entre otros, estaban la plaza de toros de Las Ventas, la Torre Eiffel y el Partenón, este último con un interesante juego de colores por la utilización de huesos negros y verdes.

La casa estaba en la parte vieja del pueblo, cuyos habitantes tienen una gran afición por la música de todos los estilos, que cultivan a cualquier hora. Varios, vecinos poseen gallos. Como hombre del asfalto, siempre había creído que los gallos sólo cantan al amanecer. Eso no es cierto.

Cogí un buen libro que encontré en la casa, Los extraterrestres y tú, y me desentendí de todo. A pesar de los ruegos de mi mujer, no visité la muestra itinerante Expo Cachorro: animales de compañía. Tampoco cedí a sus ruegos de acudir al cercano Benidorm para ver torear a Jesulín de Ubrique, ni a Alicante para ver a El Cordobés júnior. "Si quiero ver a payasos, iré al circo cuando volvamos a Madrid", sentencié. Por nada del mundo hubiera viajado a Alicante para la exposición Antiguos. instrumentos de tortura: desde la Edad Media hasta la era industrial. Yo estaba con mis invasores del espacio.

No quiero decir que estuviésemos inactivos. Fuimos todos los días a la playa (aunque más bien hacía aire y frío, no el tiempo primaveral que, en un alarde de optimismo, este mismo periódico había anunciado una semana. antes). Una vez sobre la arena, mi actual esposa sintió la necesidad de estrenar biquini, en parte, creo, porque estaba orgullosa de sus progresos durante el invierno en un gimnasio de Carabanchel Alto. Es triste observar cómo la edad hace estragos en la carne humana. (Cuando me amenazó con el top less, tuve que apelar a las normas más elementales del buen gusto y de la convivencia; además, por allí había niños que podrían haberse asustado). Pocos. cuerpos se resisten a la inexorable marcha del tiempo. O sea: precisamente por estar en una bella playa, yo pensaba en la muerte.

Tal vez por eso, empezó a pasar una cosa curiosa: los dos estábamos ansiosos de volver a Madrid.Viajamos por la costa en el simpático tren de vía estrecha, y al vislumbrar la línea del cielo de Benidorm -se está construyendo un enorme rascacielos, seguramente el más alto de España, que será el orgullo de la villa- sentimos nostalgia de una verdadera ciudad, la nuestra.. Llegamos a Altea, un pueblo bonito en cuya plaza principal se celebraba un mercado de artesanía, pero como no se produjo ninguna carga policial encabezada por algún concejal loco, nos sentimos decepcionados. Mi actual esposa quiso volver inmediatamente al gimnasio. Ningún gallo aporta el verdadero ruido de la gran ciudad, a nosotros no nos gusta respirar un aire que no podemos ver. ¿Qué sentido tiene la vida sin grandes dosis de adrenalina?

De modo que subimos al tren y regresamos antes de tiempo. Durante el trayecto se puso la película, Canción de cuna, y supe que nos acercábamos a una ciudad con una rica oferta cultural. En el metro, desde Atocha a casa, nos divertimos sorteando los acosos de los jóvenes. carteristas. Descubrimos que el Ayuntamiento había levantado. nuestra calle. Fuimos al Retiro y estaba lleno, fuimos al cine y vimos grandes colas, fuimos por la calle y había atascos de coches por las procesiones. Un pobre quiso vendernos un periódico de pobres, y una revista de masas nos informó de que lo más in era aislar nuestro inodoro colocándolo en un ascensor del siglo XIX.

O sea, estábamos en Madrid.

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