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Tribuna
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Pactos

Madrid se ha hecho pactista. Habría que remontarse a los días constituyentes del 77 y del 78 para encontrar en la capital un clima tan propicio a los pactos como el que ahora se respira. La altanería de los políticos que celebraban antes de tiempo una victoria aplastante se trocó en humilde compostura. Los denuestos que podía escuchar cualquier catalán que transitase por las Cortes se han convertido en incondicionales alabanzas. He vuelto a oír aquella frase entrañable y tópica que se decía en los vagones de segunda del expreso de Madrid a Barcelona hace años: que los catalanes son muy suyos, pero cuando son amigos, son amigos.Se dirá que no es otra cosa que oportunismo este cambio de actitud. Yo lo interpreto más bien como la manifestación de un rasgo quintaesencial de la forma de ser española: la capacidad de conversión. Decía Don Quijote, "engañado he vivido hasta aquí", y cambiaba de vida.

Tenía que haber salido una "mayoría suficiente" y no salió. O, por decirlo con un símil, se suponía que sería un goya y resulto ser un maella. Y, en ese momento, se produjo la conversión a la verdadera fe. Proporciona cierto sonrojo oir a tantos conversos santificarse con palabras Como "federalismo", "Estado plurinacional" o "nación de naciones".

"Cero patatero", dicen los vascos. "Inconcreción", los catalanes. Y el PP, partido del Gobierno, sigue en la oposición y ataca al señor Solbes como antes del 3 de marzo. Están cómodos, al parecer, en esos escaños y les cuesta pensar que algún día se sentarán en el banco azul.

Decían que Madrid no tiene tan buenas procesiones como otras ciudades, en la Semana Santa. Es falso. En la que acaba de terminar hemos visto salir a la calle todo el drama de la pasión. Peridis pinta a Aznar cargado con la cruz de los pactos, marchando penosamente entre Génova y Moncloa. Rato va de capataz; Trillo, con el cirio, junto al paso; Cascos, a quien no se ve mucho últimamente, debe de ir de costalero. Y cosas de Madrid, el desfile sigue, aunque ya es Domingo de Resurrección.

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