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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El pensador Goya

ESPAÑA VE ahora con un interés reforzado por la fecha del aniversario -250 años de su nacimiento- y por la fuerza de una afortunada conmemoración oficial, la obra de Goya. Una exposición antológica en el Museo del Prado, una pieza de teatro, una ópera, numerosos libros y catálogos, algunas películas y la rehabilitación de los lugares goyescos, desde la casa enormenente pobre de Fuendetodos hasta la ermita de San Antonio, saludan al pintor aragonés, uno de los padres, si no el padre, de la moderna pintura occidental. No se puede decir que estas conmemoraciones sean oportunistas o meramente ocasionales: resucitan ideas y comportamientos de Goya y sus contemporáneos y renuevan sus figuras al verlas con la óptica del día.La enorme y dispareja obra de Goya, que va desde una tauromaquia modélica hasta los retratos de corte, pero que pasa sobre todo como la ilustración de unos tiempos difíciles de la eternamente difícil España, se ve ahora como reflejada entre dos espejos. Mucho de lo que España tiene hoy de limpia, de honrada, de hija de la razón -cuyo sueño "produce monstruos", escribía el pintor al pie de un dibujo-, se puede deber a la misma obra de Goya (y de sus compañeros de lucha y pensamiento), que nos planteó un retrato tan esperpéntico del país como el que luego haría Valle-Inclán, un escritor tan goyesco y quevedesco como Goya fue valleinclanesco antes del nombre y del hombre. Es el trabajo de los que hoy llamamos intelectuales, de las gentes que impulsan con el arte y la inteligencia la regeneración del país.

Pero también se puede reconocer a Goya en los vestigios actuales de la superstición, del odio o del crimen, del ocultismo, de la religión en sus facetas de intolerancia y de persecución. Los retratos fernandinos, los carlinos, el capirote de los condenados al fuego, el garrote vil, quizá han perdido algunos de sus atributos o algunas de sus casacas e instrumentos, pero el odio y la intolerancia que los construyó no han cesado todavía. Apenas se han atenuado. Esos dos campesinos medio enterrados y pegándose garrotazos el uno al otro sin posibilidad de huida ni de arreglo siguen revelando algunas facetas que no hay necesidad de considerar eternas, pero sí demasiado vivas todavía. La guerra civil está mucho más cerca en el tiempo de nosotros que de Goya y, sin embargo, revistió caracteres del más terrible Goya, y el Saturno que devora sus hijos se ha tomado más de una vez como el símbolo de España, "que face los hombres e los desface", como se decía ya antes de que naciera el pintor.

No parece posible separar la calidad pictórica de Goya -que no sólo es de fondo, es también de superficie- de lo que amó y odió. La delicadeza de los niños, la carne sensual de las figuras, el carbón encendido de algunos ojos, la impiedad de unas arrugas, son el hallazgo hecho por una mano a la que llegaba el impulso nacido de una mirada y nutrido por un cerebro. Es probable que después de Goya, y entre tanta valiosísima pintura como España ha producido, no haya habido unos ojos como los de Picasso -que parecían pintados por Goya- ni un pintor tan dado, como el propio Picasso, a la tauromaquia, la carne y el sexo, la pintura del pueblo y el retrato caricaturesco que heredó de Goya. Esto es, una pintura que ha sido cada vez innovadora y creadora de sí misma a partir de una ideología, de un humanismo, de un sentimiento honrado, directo y claro. Y una contemplación de España, al final, desde fuera de ella -en el mismo exilio-, con la distanciación y la perspectiva de otro mundo. Entre el Guernica y Los desastres de la guerra hay un largo parentesco, algo más que un aire. de familia. Está España.

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