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Chirac propone una vía entre la precariedad de EE UU, y la protección europea para reducir el paro

Enric González

Entre la precariedad y la desprotección social que genera el liberalismo y el alto desempleo que sufren los sistemas socialdemócratas, debe existir una "tercera vía". Eso cree el presidente francés, Jacques Chirac, quien afirmó que encontrar esa difícil "tercera vía" es la principal misión de la minicumbre sobre empleo del Grupo de los Siete países más industrializados (G-7), iniciada ayer en Lille. Chirac: propugnó también la aplicación de un código social básico en todo el planeta, para acabar con lacras como el trabajo infantil y hacer más justa la competencia internacional.

Los ministros de Trabajo de las siete principales potencias industriales, reunidos durante dos días en Lille, se enfrentan por segunda vez en su historia (la primera fue en 1992) a la aparente paradoja que aflige a las economía occidentales: ni el crecimiento, ni el dinero barato, ni la innovación tecnológica consiguen vencer un paro que es ya estructural, especialmente en los sistemas socialdemócratas europeos.El presidente de la Comisión Europea, Jacques Santer, se unió a las tesis de Chirac. Santer destacó la necesidad de resolver la "contradicción entre la necesidad de una flexibilidad creciente y la de un mínimo de seguridad en el empleo". El presidente de Francia fue más rotundo que Santer. "La amenaza", dijo, "según se sitúe uno al este o al oeste del océano Atlántico, adquiere dos rostros: el paro o la precariedad". Es decir, o el subempleo en Estados Unidos, o el desempleo en la Unión Europea.

24 millones de parados

La primera jornada de la reunión de Lille sirvió, al menos, para cuantificar el problema. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 34 millones de personas, un 7,5% del total, están desempleadas en los países, industrializados. Otros 15 millones están subempleadas. En los países del G-7 (Estados Unidos, Japón; Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá e Italia), el total de parados asciende a 24 millones. La primera jornada también sirvió para saber que de Lille no saldrían soluciones, dada la ausencia de los ministros de Finanzas y de un mínimo consenso entre los países implicados.

Jacques Chirac quería repetir la experiencia de Detroit en 1992, cuando Bill Clinton reunió a los ministros de Finanzas y de Trabajo para buscar fórmulas contra el paro. Aunque aquello no sirvió de gran cosa, ya que el paro global del G-7 ha subido desde entonces, Chirac contaba con presionar a los ministros y conseguir al menos un principio de compromiso sobre unas reglas de juego comunes a todo el mundo industrializado.

Pero los ministros de Finanzas no vinieron. Ni siquiera el alemán Theo Waigel, quien recordó en vísperas de la reunión que las políticas sociales eran competencia de cada Estado. Y los siete ministros de Trabajo llegaron a Lille, la vieja capital industrial del norte francés, sin ánimo de concesiones. Hasta algo aparentemente obvio, como la condena al trabajo infantil, quedó en principio fuera de las unanimidades. La Unión Europea quiere defenderse de la competencia externa, fundamentalmente asiática, con la inclusión de un código social básico en la Organización Mundial de Comercio. El trabajo de los niños sería una de las prohibiciones del código. Pero la delegación japonesa, encabezada por el ministro Takanobu Nagai, recordó discretamente al resto de la asistencia que cosas aparentemente aberrantes en Occidente formaban parte de la cultura tradicional asiática.

Los participantes en la cita de Lille sólo coincidieron en dogmas ya muy pregonados, como la necesidad de reducir los déficits y buscar una cierta estabilidad monetaria internacional. Lo demás, la tercera vía de Chirac o la "humanización de la mundialización económica" de su ministro Jacques Barrot, quedó en el aire. Los británicos insistieron en su idea de mejorar la formación de los trabajadores, secundados por el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que se encargó en la reunión de Detroit y se presentó ayer. Los estadounidenses subrayaron las bondades de la innovación tecnológica. Alemania habló de concertación social para alcanzar un alto ritmo de crecimiento. Francia secundó a los alemanes e insistió en la utilidad de los sistemas de protección social europeos, necesitados sin embargo de "una reforma que asegure su viabilidad".

Comercio y cláusula social

Nadie, sin embargo, quiso mirar el problema de frente, aunque Chirac tocará una cuestión fundamental al señalar la "falta de legitimidad" de un comercio mundial en el que no se respeta otra ley que la del dinero. "Para permitir una mayor libertad de cambios y hacerla legítima, hay que imponer a todos unas reglas esenciales, garantes de la dignidad del hombre en el trabajo, sea cual sea su lugar en el planeta", afirmó Chirac. Según están las cosas, la liberalización de los intercambios comerciales ha devaluado el trabajo. Las políticas monetarias restrictivas han hecho especialmente escaso el dinero. La tecnología es igualmente preciosa. Sólo la mano de obra es un bien abundante y cada vez menos protegido.

El secretario general de la OCDE, Jean-Claude Paye, declaró, por su parte, que la organización se pronunciaría contra la inclusión de una cláusula social en las reglas internacionales sobre el comercio. Los ministros de Finanzas de los 26 países miembros, que se reunirán en París a final de mayo, recibirán próximamente un informe elaborado por la OCDE precisamente sobre esta cuestión. El código social, defendido por Francia, "no se propone en el informe", aseguró Paye, quien añadió que esta postura refleja la falta de consenso que existe al respecto entre los países industrializados. "La cláusula social", añadió, "sería entendida por muchos países como una injerencia".

El máximo dirigente de la OCDE instó a Francia y a Alemania y a otros países de Europa continental a modificar sus sistemas de protección social y adoptar esa "tercera vía" que, en su opinión, debe acercarse más a modelo anglosajón que al actual europeo.

El futuro del salario mínimo

Dado que nadie cree que el paro vaya a dejar que ser elevado en un futuro previsible, la cuestión, que se plantean los países industrializados, es qué modelo resulta más adecuado para rebajarlo a niveles tolerables. Y aunque el presidente Chirac pregone la necesidad de dotar a la UE de un "contenido social" a través de la reforma de Maastricht, en Europa coexisten las posiciones más extremas.Más paro o más precariedad. O desempleo bien subsidiado, pero sin esperanza o subempleo mal pagado sirviendo hamburguesas. O cohesión social y déficit público o marginación y finanzas saneadas. Entre esos extremos se fija el debate. Y los esquemas liberales y los socialdemócratas chocan con especial virulencia en la cuestión del salario mínimo.

Los conservadores británicos creen que el salario mínimo destruye empleo, mientras en el continente se considera una conquista irrenunciable y una fórmula beneficiosa para el consumo.

"La disminución de los salarios puede permitir en teoría relanzar la demanda de trabajo poco cualificado", reconoció ayer Chirac, "pero entraña el desarrollo de una pobreza inaceptable. Es desplazar los problemas. Se registra menos paro, pero se padecen más problemas de salud pública, de falta de vivienda, de analfabetismo, de inseguridad, de delincuencia". Ésa es la disyuntiva.

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