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Patrimonio oral de la humanidad

Como muestra Bajtín en su admirable estudio sobre el mundo y la obra de Rabelais, hubo una época en la cual lo real e imaginario se confundían, los nombres suplantaban las cosas que designan y las palabras inventadas se asumían al pie de la letra: crecían, lozaneaban, se ayuntaban y concebían como seres de carne y hueso. El mercado, la plaza, el espacio público, constituían el lugar ideal de su germinación festiva. Los discursos se entremezclaban, las leyendas se vivían, lo sagrado era objeto de burla sin cesar de ser sagrado, las parodias más ácidas se compaginaban con la liturgia, el cuento bien hilvanado dejaba al auditorio suspenso, la risa precedía a la plegaria y ésta premiaba al juglar o feriante en el momento de pasar el platillo.El universo de chamarileros y azacanes, artesanos y mendigos, pícaros y chalanes, birleros de calla callando, galopines, chiflados, mujeres de virtud escasa, gañanes de andar a la morra, pilluelos de a puto el postre, buscavidas, curanderos, cartománticas, santurrones, doctores de ciencia infusa, todo ese mundo abigarrado, de anchura desenfadada, que fue enjundia de la sociedad cristiana e islámica -mucho menos diferenciadas de lo que se cree- tiempos de nuestro Arcipreste, barrido poco a poco o a escobazo limpio por la burguesía emergente y el Estado cuadriculador de ciudades y vidas es sólo un recuerdo borroso de las naciones técnicamente avanzadas y moralmente vacías. El imperio de la cibernética y de lo audiovisual allana comunidades y mentes, disneyiza a la infancia y atrofia sus poderes imaginativos. Sólo una ciudad mantiene hoy el privilegio de abrigar el extinto patrimonio oral de la humanidad, tildado despectivamente por muchos de "tercermundista". Me refiero a Marraquech y a la plaza de Xemáa el Fná, junto a la cual, a intervalos, desde hace 20 años, gozosamente escribo, medineo y vivo.

Sus juglares, artistas, saltimbanquis, cómicos y cuentistas son, de modo aproximativo, iguales en número y calidad que en la fecha de mi llegada, la de la visita fecunda de Canetti y la del relato de viaje de los hermanos Tharaud, redactado sesenta años antes. Si comparamos su aspecto actual con las fotografías tomadas a comienzos del Protectorado, las diferencias son escasas: inmuebles más sólidos, pero discretos; aumentó del tráfico rodado; proliferación vertiginosa de bicicletas; idénticos, remolones, coches de punto. Los corrillos de chalanes se entreveran aún con la halca entre el humo vagabundo y hospitalario de las cocinas. El alminar de la Kutubia tutela inmutable la gloria de los muertos y existencia ajetreada de los vivos.

En el breve segmento de unas décadas aparecieron y desaparecieron las barracas de madera con sus despachos de refrescos, bazares y librerías de lance: un incendio acabó con ellas y fueron trasladadas al floreciente Mercado Nuevo (sólo los libreros sufrieron un cruel destierro a Bab Dukala y allí desmedraron y se extinguieron). Las compañías de autocares sitas en el vértice de Riad Zitún -el trajín incesante de viajeros, almahales y pregoneros de billetes, cigarrillos y sángüiches- se largaron también con su incentiva música a otra parte: la ordenada y flamante estación de autobuses. Con los fastos del GATT, Xemáa el Fná fue alquitranada, acicalada y barrida: el mercadillo que invadía su espacio a horas regulares y se esfumaba en un amén a la vista de los emjazníes emigró a más propicios climas. La Plaza perdió algo de behetría y barullo, pero preservó su autenticidad.

La muerte entretanto causó sus naturales estragos en las, filas de sus hijos más distinguidos. Primero fue Bakchich, el payaso con el bonete de colgajos, cuya actuación imantaba a diario al orbe insular de su halca a un apretado anillo de mirones, adultos y niños. Luego, Mamadh, el artista de la bicicleta, capaz de brincar del manillar al sillín sin dejar de dar vueltas y vueltas veloces en su círculo mágico de equilibrista. Hace dos años llamó a la puerta de Saruh (Cohete), el majestuoso alfaquí y pícaro gofiardo, recitador de historias sabrosas de su propia cosecha sobre el cándido y astuto Xuhá: dueño de un lenguaje amplio y sin embarazo, sus tropos alusivos y elusivos vibraban como flechas en tomo a la innombrable diana sexual. Su estampa imponente, cráneo rasurado, barriga pontificia se inscribían en una antigua tradición del lugar, encarnada hace décadas por Berghut (la Pulga) y cuyos orígenes se remontan a tiempos mas recios y asperos, cuando rebeldes y zaíños a la augusta autoridad del sultán pendían de escarmiento en ensangrentados garabatos o se mecían ante. el pueblo silente y amedrentado en el siniestro "columpio de los valientes".

Más recientemente, me enteré con retraso de la muerte accidental de Tabib al Hacharat (Doctor de los insectos), a quien Mohamed al Yamani consagró un bellísimo ensayo en la revista Horizons Maghrebins. Los adictos a Xemáa el Fná conocíamos bien a ese hombrecillo de cabello ralo y alborotado que, entre sus cada vez mas raras apariciones en publico, caminaba tambaleándose por los aledaños de la Plaza y roncaba como, una locomotora asmática bajo las arcadas de los figones y sus cocinas benignas. Su historia, compuesta de verdades y leyendas, emulaba a la de Saruh: también había escogido comor él la vía de la pobreza y erranza, pemoctado en cementerios y comisarías, pasado breves temporadas en la cárcel -que él denominaba "Holanda"- por embriaguez pública y, cuando se cansaba de Marruecos, decía, empaquetaba sus haberes en un pañuelo y se iba a "América" -esto es, a los descampado; contiguos al Holiday Inn-. Su genio verbal, narraciones fantásticas, juegos de palabras, palíndromos, enlazaban sin saberlo con los Makamat de Al Hariri -lamentablemente ignorados por el casi siempre tullido y menesteroso arabismo oficial hispano- y compartían un ámbito literario que, como ha visto muy bien Shirley Guthrie, conecta las audacias de aquél con la "estética del riesgo" de Raymond Roussel, los surrealistas y OULIPO. Sus parodias del diario hablado de la televisión, la receta del mayor taxín (estofado) del mundo, intercaladas de preguntas rituales al público, son un dechado de inventiva y humor.

No me resisto a reproducir unos párrafos sobre las virtudes terapéuticas de los productos que aconsejaba al auditorio: no "polvillos de amor" ni "zumos de jeringa" como los curanderos de oficio, sino vidrio molido o ámbar extraído del culo del diablo...

-¿Y el carbón?

-Muy útil para los ojos, para el grifo del ágata del iris del ojo, de la iluminación giróvaga del faro ocular. ¡Depositad el carbón sobre el ojo enfermo, dejadlo actuar hasta que estalle, coged un clavo 700, hundidlo bien en la órbita y cuando lo tengáis a punto en la mano podréis ver a una distancia de 37 años luz!

Si tenéis pulgas en el estómago, ratas en el hígado, una tortuga en el seso, cucarachas en las rodillas, una sandalia, un trozo

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