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Economía de la lengua

Los idiomas, que en la sociedad abierta sirven sobre todo para denotar información, tienen también la función indeclinable de connotar emociones. La competencia mercantil tenderá a favorecer el uso de los idiomas universales que minimicen el coste de la información en sus respectivos niveles. La necesidad de raíces del ser humano tenderá a preservar los lenguajes propios y secretos, más aptos para connotar o con llevar emociones. El sistema social, es decir, el mercado en su más amplio sentido, suministra espontáneamente ambos ser vicios lingüísticos, el informativo y el emocional. En el terreno del idioma, al igual que en el de la publicidad, es difícil separar nítidamente la información de la emoción. Los políticos son maestros en poner la denotación informativa al servicio de la connotación emocional, para así consolidar su permanencia en el poder.Durante todo el siglo XX ha venido padeciendo nuestra Península una ambigüedad dolorosa. Las autoridades políticas han colocado al servicio de la formación del espíritu nacional la necesidad de transmitir información, imponiendo a veces, y promoviendo siempre el uso exclusivo de una sola lengua en su territorio, con algún daño para la facilidad de comunicación y la buena vecindad. El portugués y el español han vivido de espaldas. Muchos catalanes y vascos fueron castigados durante los primeros años de la dictadura franquista por usar y cultivar su otra lengua.

La imposición imperial del idioma es contagiosa: las comunidades cuya lengua ha sufrido discriminación por parte de una autoridad temporalmente soberana se convierten en despóticas, lingüísticamente hablando. Por ejemplo, inficionados por la enfermedad del Madrid centralista, los nacionalistas catalanes interpretan la ley de normalización de su lengua nacional como permiso para la inmersión exclusiva en el catalán de cuantos alumnos acudan a las escuelas públicas durante los siete primeros años de escolarización. Y los nacionalistas vascos favorecen sin rubor en las oposiciones, públicas, diz que coeteris paribus, a quienes tienen conocimientos del eusquera, lengua que no necesitarán para administrar.

Bajo la dirección del marqués de Tamarón, se ha publicado un libro titulado El peso de la lengua española en el mundo, que se distingue entre tres tipos de idioma: la liingua franca, la lengua internacional, y la lengua nacional. El inglés se ha convertido, por mor del peso económico de Esta dos Unidos, en la lengua que chapurrean cientos de millones de humanos en todas las partes del mundo. El español, como lo llaman en Latinoamérica, es un idioma internacional, pues lo usan histórica y actualmente varias naciones en la Península Ibérica y en América. Otros idiomas son nacionales, como el holandés o el catalán, y, por razón de lo exiguo de su uso, suelen convivir otros más en su territorio.

En ese libro compila Jaime Otero un índice de la importancia internacional de las lenguas basado en el número de hablantes, el desarrollo humano, el número de países en que se utiliza, las exportaciones, las traducciones, y su rango oficial en la ONU. El resultado es que el inglés vence con un 0,526; le sigue el francés con 0,417; el español con 0,388; el ruso, el chino, el alemán, el japonés... No es pues inútil para los habitantes de la Península Ibérica el conocer el castellano.

No parece mal a este economista que les habla el que los catalanes, los vascos o los gallegos quieran gastar dinero para fomentar su idioma. Sí parece peligroso para la consolidación de la sociedad, abierta que, cual en otro tiempo los franquistas, centren su identidad nacional en un idioma ancestral, como el catalán, o en uno nuevo, como el batúa. En otros tiempos políticos ambiciosos de imperio usaron como bandera la religión o la raza, con idénticos, fines.

El político belga encargado de dividir la vieja Universidad de Lovaina en dos me contaba con orgullo cómo había resuelto el reparto de la biblioteca: "los libros impares al campus flamenco, los pares al francés".

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