Una reacción tardía
Las tensiones poselectorales en Izquierda Unida hunden sus raíces en los orígenes mismos de la coalición, cuando un disparatado enjambre de micropartidos en torno al PCE frenó de entrada el proyecto de una reorganización de la izquierda apoyada en la plataforma residual del comunismo. De esos partidos de acompañamiento, algunos se esfumaron pronto -carlistas, humanistas, seguidores de Tamames-, mientras otros -PASOC, republicanos- mantuvieron una vida vegetativa en cuanto a aportación política, pero reforzando, salvo en momentos excepcionales, el esquema hegemónico estilo años 30 que acabó imponiendo el PCE, ya que de esa fidelidad al centro y de la oposición a toda renovación de fondo dependían, especialmente para el PASOC, unas cuotas de representación desproporcionadas respecto de su corto peso social e ideológico.Hubo quizá una oportunidad para romper el círculo vicioso cuando a fines de 1988, y por iniciativa de Nicolás Sartorius, fue planteada la organización de un movimiento de independientes -germen de la actual Nueva Izquierda-, apoyándose en la movilización que supuso la huelga general del 14-D. El PCE acogió el ensayo con desconfianza, pero sobre todo sus promotores procedentes del antiguo aparato del PCE prefirieron circunscribir el movimiento a una plataforma que les permitiera a ellos un juego político sin conflicto con la nueva dirección comunista, encabezada por Julio Anguita. Éste, casi un recién llegado y un desconocido para muchos, era ya definido como "un desastre" (sic), pero contaban con mantener e incluso fortalecer en el futuro sus posiciones. El descontento creciente ante la rigidez doctrinal de Anguita no bastó para reforzar a su vez la propia organización, ignorando que, si IU no superaba el estadio de coalición de partidos controlada por el PCE, el recurso a la forma partido resultaba inexcusable. Pero de nada sirvieron las precauciones, según pudo verse en la, elaboración de las listas electorales de 1993. Los renovadores no sólo se mostraban incapaces de compensar el dominio del PCE, sino que corrían el riesgo de quedar totalmente marginados. Sartorius se eclipsó. Menos mal que la eficaz actuación parlamentaria de López Garrido vino a probar, por encima de las palabras, que resultaba posible una política de izquierdas libre de las rémoras del pasado.
Pero hubiera sido bueno que el "desastre" quedara de manifiesto, y fuese explicado por quienes lo conocían, antes de alcanzar la situación actual. Además, a la vista de algunas declaraciones, cabe temer que los renovadores de Izquierda Unida sigan encerrados en el marco del tacticismo. Abandonar lo de las "dos orillas" es una simple cuestión de higiene mental, pero dar el salto a la unión de la izquierda con el PSOE, sin analizar lo ocurrido en los últimos años y lo que puede hacerse en el futuro, no es menos suicida. Lo que una renovación de IU exige es la reelaboración del proyecto a la vista del callejón sin salida actual, y preguntándose por la pertinencia ¿te que un partido comunista encabece hoy algo que no sea su autodisolución o reconversión.
Ello lleva de inmediato a replantear la propia denominación, de signo monopolista: una izquierda democrática, y tal vez socialista, sería una etiqueta mucho más adecuada. Y a partir de ahí, lo que está sobre el tapete es abrir un espacio de diálogo y reorganización donde sí entra el PSOE, y entran quienes no figuran hoy adscritos a IU, miembros de los sindicatos en primer término. El debate abierto por Hue y en Francia es un buen ejemplo. Hay que intentar crear; en el otro tipo de debate, de pasillos y reuniones a puerta cerrada, ganan sin problema Anguita y Frutos. Y seguir apostando por su conversión al realismo y entregándoles los votos, francamente, no vale la pena.
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