En un íntimo remanso del parque
El Palacio de Cristal ocupa el remanso más íntimo del parque del Retiro, cerca del Jardín Japonés y la Rosaleda. Ideado por el arquitecto y orientalista burgalés Ricardo Velázquez, fue levantado para acoger una muestra de la flora de Filipinas, a la sazón penúltima colonia española en el mundo y única en el Extremo Oriente. Corría el año de 1887.Velázquez Bosco, que se inspiró en el Christal Palace londinense, diseñado treinta años antes por Joseph Paxton, irguió aquí un prodigio de metal y cristales, 2.500 metros cuadrados de transparencia, que aunaba deambultorios medievales por su recinto, columnas jónicas en su pórtico, nervaduras góticas en su osamente, resonancias de pabellón botánico dieciochesco, graciosos contrafuertes de carpintería metálica suavemente eiffelianos y una bóveda límpida rematada en cinz gris.
Todo contribuía a filtrar hacia adentro -y espejar hacia afuera- la luz espléndida de Madrid.
Flanqueado por una escalinata abalconada y columnada sobre un estanque entre pinos y eucaliptos de hasta dos metros de diámetro por diez de altura, el Palacio de Cristal no pudo ser instalado sobre un paraje madrileño más regocijante, entre el Jardín Japonés y el Paseo de Coches.
La mezcla de hierro y cristal fue engarzada por el fundidor Bernardo Asín en arcos de medio punto, basamentados sobre franjas de azulejos de cerámica de Daniel Zuloaga, con dragones alados y patos enredados en volutas polícromas entre uvas intensamente negras y azules. La conjunción es aún hoy armoniosa, de proporción elegante y amable luminosidad, pese a la erosión sufrida.
Durante un siglo largo, el palacio y sus alrededores procuraron a los paseantes del Retiro el solaz de una emoción silenciosa que permitía a la imaginación evocar parajes, colores y resonancias teñidos de exotismo y lejanía desde el corazón mismo de Madrid.
Hoy, el palacio de Cristal del céntrico parque mantiene a duras penas su alzado de 22,60 metros de alto rematado por cúpula espléndida, su planta de cruz griega y su serie de arcadas. El hierro forjado y el cristal prieto entre rectángulos blancos quedaron trenzados graciosamente hace cien años.
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