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Tribuna
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oVuelcos

Enrique Gil Calvo

1. Las encuestas. El primer vuelco de expectativas que nos deparó el 3M fue el de las encuentas preelectorales, que fracasaron en su estimación. En contra de la opinión general, que duda de la profesionalidad de los sociólogos, mantengo que éstos se limitaron a interpretar el voto indirecto ajustándolo a partir de lo políticamente correcto. Pero ¿quién define en la corte madrileña el critero de corrección política?: los nuevos censores del foro, el puñado de periodistas que más logran elevar el tono injurioso de su violencía verbal. La cruzada de linchamiento moral del felipismo no sólo amedrentó a sus votantes (aconsejándoles camuflarse y pasar a la clandestinidad electoral) sino que afectó a los encuestadores, que se vieron obligados a sesgar los datos publicacos para evitar su segura descalificación.

2. El sindicato. El siguiente gran vuelco se cebó en la claque de ultraperiodistas sindicados, que vieron frustrarse su expectativa de elevar a Aznar a la Moncloa y expulsar con deshonor a González del poder. Es verdad que Aznar ganó pese a todo, pero no podrá gobernar por culpa del sindicato, cuya campaña de condenas y rnaldiciones impedirá firmar pacto alguno de gobierno. En cuando a González, es tan digna su derrota que abandona el poder al revés de lo previsto por David: como Goliat el magnífico, saliendo entre ovaciones por la puerta grande del ruedo. Pero lo peor se concede a quien decide la opinión pública, y no a quien dicta la opinión publicada.

3. El vencedor. Y también cabe atribuir a estos profetas, de papel el vuelco de haber engañado al ingenuo Aznar, haciéndole creer no sólo que ya era presidente electo sino que podía ejercer de tal con absoluto desprecio por los demás: de ahí que ahora que lo necesita ya no puede pactar. Pues la profecía de la mayoría absoluta es de las que se: incumplen a sí mismas desde que se hacen públicas. En. efecto, sin ese triunfalismo absoluto, el electorado indeciso no se hubiera preocupado tanto, absteniéndose probablemente de acudir a las urnas, dado que no había incertidumbre sobre el vencedor. Pero el absolutismo previamente anunciado provocó un alarmado movimiento reactivo de respuesta, elevándose excepcionalmente la participación electoral en acto de legítima defensa.

4. El perdedor. En cambio, en el otro campo se produjo el vuelco opuesto, pues a punto estuvo González de ver frustrado su propósito de perder las elecciones, dado el impacto compasivo que su imagen humillada de Ecce Homo causó en el electorado. Al final se halló la retórica del gran relato, escenificando la campaña en. forma de tragedia, donde fatalidad le traza al héroe la senda predestinada de su inmolación, sin que faltasen los ingredientes de un endeble antagonista como Aznar (mero instrumento de la voluntad de los dioses) y de un cómico deuteragonista como Anguita (que ríe las gracias del coro de periodistas). ¿Cuánto había de premeditado diseño en esta escenificación del perdedor? Puede que mucho, pues a González lo que más le convenía era perder estas eleixiones, a fin de hallar salida digna a su impasse político, dada su incapacidad para ofrecer respuesta a las acusaciones de que es objeto. Pero se diseñó tan bien su papel de perdedor que a punto estuvo de fracasar, quedando a 300.000 votos de convertirse en vencedor. Al final, sólo la inclusión del procesado Barrionuevo en las listas madrileñas, con un déficit de medio millón de votos, permitió cumplir el pronóstico perdedor.

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5. El árbitro. Pero el gran vuelco final ha sido para Pujol, que ya no esperaba encontrarse de rebote con la llave de la gobernabilidad. Ahora se hace el ultrajado y dice que en represalia no se dignará otorgar la investidura de Aznar. Pero no tiene otra salida, pues cualquier adelantamiento electoral le quitaría la llave de árbitro: una carambola aleatoria que no depende de su propio electorado sino de la correlación de fuerzas entre los electorados ajenos.

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