El arte puro y confidencial
Anne Sofie von OtterDentro del excelente ciclo dedicado al lied, el teatro de la Zarzuela nos ha traído a la singular intérprete sueca Anne Sofie von Otter con el pianista Bengt Forsberg (Gotteborg, 1952) en un programa que huía de lo mil veces escuchado para descubrirnos mundos casi inéditos: un puñado de lieder pos-románticos de autores nórdicos, de Schubert y de Schumann.El entendimiento del lied circula por una estrecha vía, casi un filo de navaja: a un lado está lo dramático, al otro, lo intimista. Anne Sofie von Otter hace prodigios de expresión confidencial, parece que está cantando para sí misma al tiempo que conmueve a una larga audiencia. De lo sustantivo en el lied -la transmigración de la poesía a la música y viceversa- nos da ejemplos de artista depurada capaz de elevarse sobre la belleza de su propia materia vocal.
Recital de lieder por A
S.von Otter, mezzo; y B. Forsberg, pianista. Obras de Grieg, Stenhammar, Von Koch, P. Berger, Schubert y Schumann. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 26 de febrero.
Como sucolaborador, el pianista Forsberg, se sitúa en el mismo plano y se identifica con los puntos de vista de la cantante, el resultado es completamente satisfactorio y altamente aleccionador por nobleza, elegancia, sencillez, intimidad y exacta expresión: una maravilla.
Tiene razón García del Busto: Grieg está demasiado olvidado; su poder creador fue de finos quilates y su receptividad de lo nacional en formas universales, muy valiosa. Falla amó la música de Grieg siempre. Vale la pena transitar por los senderos líricos del músico noruego en la voz o en el piano. La Otter caló con sutil penetración en las estrofas de A lo largo de un arroyo o de Una esperanza, por citar sólo dos ejemplos.
De su país, Suecia, Anne Sofie dio cauce a Wilhelm Stenhammar (Estocolmo, 1871-1927), destacadísimo miembro de una numerosa familia musical. Stenhammar, nacido ocho años antes que Sigurd von Koch (Agno, 1879- Estocolmo 1919) y cuatro después que Wilhelm Peterson- Berger (Ullanger, 1867-Orstersun, 1942) completaron el mensaje nórdico de la noche con esos pentagramas más lejanos y ténues que brumosos.
Después del binomio Schuber-Schumann, la balada floreal del primero, Violeta, resultará difícil de olvidar, tanto como la medida densidad de Schumann en la Canción de la tarde, o la turbadora Echadora de cartas. A tan riguroso repertorio añadió la gran mezzosoprano la tonadilla de Granados Callejeo, dicha y gestualizada en puro goyismo y el Canto negro de Montsalvatge. Es tan continuada la práctica del gran sinfonismo, enfático tantas veces por sí o por sus intérpretes, que me parece reconfortante este baño en las aguas y las luces de la confidencialidad.