Muertos y locos específicos
La autopsia de Susana Ruiz, que empezó siendo un problema individual, se ha convertido en un asunto público. Hablamos de ella como si temiéramos que en el estudio de los órganos de la adolescente fueran a aparecer señales de violencia que conciernen a todos y cada uno de los muertos que habitamos esta ciudad fantasma. Las resistencias con las que ha chocado ese examen y las sombras que rodean el caso han ido subiendo la tensión narrativa del suceso hasta el punto de que ya no sabemos si queremos que sigan adelante o no. Tenemos el corazón en la garganta. Ignoramos si descubrirán de qué murió Susana, pero a lo mejor encuentran las razones por las que agonizamos nosotros día a día. Como Luis Frontela se ponga a ello, en los pulmones de Susana podrían detectarse, por ejemplo, restos de ese monóxido de carbono cuyas inhalaciones vienen matando tanto últimamente a los muertos de Madrid, que parece que estamos de regreso a la posguerra, cuando el humo letal de los braseros. Ahora, los braseros son calentadores de gas, y de gas natural para más escarnio. Lo natural mata mucho; fíjense si era ecológico el carbón de aquellos infiernillos y sin embargo la gente caía como moscas cuando empezaban a envenenar el aire. La muerte dulce le llamaban, porque inhalabas cuatro veces y perdías el sentido. No te enterabas, en fin.
Ahora tampoco. Entran los bomberos o la policía en la vivienda de clase media y encuentran al matrimonio fallecido viendo la televisión, que no puede con ella ni el monóxido, y al hijo mayor en la cocina, adonde había ido a dar una calada al porro. Más allá, en el suelo, aparece la hija pequeña, en bata, que había aprovechado los anuncios para cepillarse los dientes. Todo eso y más, seguro, vamos a ver en la autopsia de Susana Ruiz. Es lo que tienen los cadáveres cuando adquieren una dimensión simbólica: que sin dejar de ser lo que son representan algo mucho más amplio, por eso nos conciernen. Susana Ruiz es una muerta nuestra, una muerta específica, podríamos decir, incluso aunque se llegara a la conclusión de que ha fallecido por causas naturales. También es natural el gas y ya ven. Es decir, que esa adolescente, sólo por el hecho de morir más sola que la una, de madrugada, en un descampado de San Blas, a cuatro grados, y con las bragas en los tobillos, es más nuestra que las torres KIO, aunque nos pesen.Tenemos muertos específicos y locos específicos también, o sea, criminales que nos hacen en la misma medida en que los construimos. Se trata, pues, de una pasión mutua, o interactiva, que diría un director de personal. Por eso, de igual modo que esperamos los resultados de la autopsia de Susana con el corazón en la garganta, leemos jadeando el informe psiquiátrico del mendigo asesino: parece que leyéramos la historia familiar rescatada del desván de la abuela. "Se trata de un fracaso estrepitoso de la sociedad en general y, más en concreto, de sus instituciones, fracaso porque no han sabido o no han podido detectar, prevenir o poner los medios para en definitiva, evitar unos hechos como los que se le imputan individualmente a Francisco". Más claro, agua. Por si fuera poco, el informe, del forense añade que muchos albergues de la capital están
poblados por personas como él.
Todo cuanto sucede en Madrid estos días se da entre estos dos polos de tensión: la autopsia de Susana y el informe psiquiátrico de Escalero. Madrid es una ciudad de muertos, decía Dámaso, y ésta es una de las pocas cosas que no han cambiado con la llegada de MacDonald's. Lo que pasa es que hay muertos de autopsia, como Susana, y muertos de informe, como Escalero, que habla de sí mismo en este plan, escuchen: "Iba por la calle como si no existiera. No chocaba con la gente, era como sí no tuviera cuerpo. Me miraba en los espejos como si no fuera yo, no me reconocía. Oía voces interiores, me llamaban, que hiciese cosas. Cosas raras, que tenía que matar, que tenía que ir a: los cementerios...".
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