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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hombres y máquinas

EL HOMBRE, el campeón del mundo de ajedrez, Gari Kaspárov, ha derrotado al superordenador Deep Blue en un encuentro a seis partidas, en condiciones normales de competición. El reto ha sido presentado como el enfrentamiento entre el ser humano y la máquina, con lo que la victoria del ruso se ha querido ver por la organización y algunos medios de comunicación como la victoria de la humanidad de sangre caliente contra la fría, calculadora e implacable mente llena de chips de un ordenador.Nada más absurdo. Aparte de que el honor de la humanidad se defiende mejor en Bosnia o en Chechenia que en peleas con molinos o con ordenadores, no ha habido tal enfrentamiento entre hombre y máquina, puesto que la máquina no es sino una creación del género humano. Ha sido una lucha entre el creador del ordenador y el ajedrecista.

El hombre ha inventado la máquina para aliviar su esfuerzo físico en el trabajo, para garantizar una determinada precisión en ciertas tareas, para agilizar la producción de lo que fuere. Por ello, la máquina no se vuelve contra el hombre, no es independiente de él, sino que es su prolongación inanimada. No contiene nada que no se haya puesto en ella. Es el hombre, al contrario, el que se vuelve contra el hombre, y no este presunto monstruo de Frankenstein que piensa lo que le hemos programado que piense.

El mundo que imaginó Kubrick en 2001, con un superordenador que trata de imponer su voluntad al astronauta, es hoy una ficción impensable. Y para consuelo de aquellos que se sientan tan apegados al género humano que les preocupa que un día un descendiente de Deep Blue pueda vencer al campeón del mundo -cosa que, inevitablemente, habrá de ocurrir-, hay algo seguro: una máquina podrá traducir -mejor o peor- un Qujote, una Divina Comedia o un Rey Lear. Pero jamás podrá escribir estas obras, geniales combinaciones de palabra, pensamiento y sentir. De humanidad y de vida. Ahí está la diferencia irremontable.

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