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Cruzados contra el anticristo

Lo bueno de la carrera por la Casa Blanca es que es tan larga Como Un culebrón, lo que permite que, al menos en los primeros episodios, alcancen notable éxito de crítica y público candidatos extravagantes. Hace unas semanas le tocó el turno a Steve Forbes, hijo de Malcolm Forbes, aquel multimillonario con el corazón de un niño que, en el verano de 1989, organizó a Elizabeth Taylor en Tánger una de las más estupendas fiestas del siglo. Humillado en el caucus de lowa y las primarias de New Hampshire, el hijo de Malcolm Forbes le ha traspasado el protagonismo de la batalla en el seno del Partido Republicano a Pat Buchanan, que es bastante más inquietante.Se está convirtiendo en una tradición que en la competición interna de los republicanos descollen, aunque sea brevemente, candidatos con Pat como nombre de pila, ideario fundamentalista cristiano y posiciones políticas de ultraderecha. En 1988 fue Pat Robertson el que, en una o dos primarias, le hizo sudar la camiseta a George Bush, el candidato ortodoxo del Grand Old Party. ¿Se acuerdan de aquel predicador televangelista? Pues bien, sepan que goza de buena salud, sigue con sus sermones en la pequeña pantalla, preside dos cadenas de televisión y acaba de publicar su primera novela.

En esta enésima versión del Apocalipsis, el anticristo llega a la Casa Blanca encarnado en el presidente Mark Beaulieu. El liberal Beaulieu planea un gobierno mundial con una sola moneda y una única fuerza de policía, en el que el secretario de Educación sea un monje budista; el secretario de Agricultura, un pastor de Nevada amante de la pelota vasca; el secretario de Energía, un musulmán shií libanés; el secretario de Estado, un profesor de Harvard simpatizante de la secta japonesa de la Verdad Suprema, y el fiscal general, una feminista negra partidaria de la abolición de la pena de muerte y la despenalización de las drogas. Estremecedor.Mientras el evangelista Pat Robertson, uno de los padres fundadores de la derecha cristiana del Partido Republicano, se dedica en sus ratos libres a la literatura escatológica, el católico de origen irlandés Pat Buchanan gana en New Hampshire las elecciones primarias de la formación del elefante como mascota. Buchanan, un periodista que colaboró con Nixon y Reagan, cuenta que su padre le educó en la admiración al general Franco y al senador McCarthy, y que su credo se resume en la frase: "El alma de la civilización occidental es la fe cristiana".

Profundamente antiliberal en todos los sentidos de la palabra liberal, Buchanan está contra el libre comercio y la libre circulación de las personas. Quiere levantar una muralla en la frontera con México para que no entre ni un solo hispano más, e instaurar severas barreras arancelarias a los productos asiáticos. También se opone al aborto, a la igualdad de las razas y los sexos y al universalismo de la ONU, cuyo cuartel general expulsaría de Nueva York. Y por supuesto, al sexo, las drogas y el rock and roll.

Como todos los populistas que en el mundo son, Buchanan despotrica de la clase política nacional y de los inmigrantes extranjeros. Dice defender los intereses de los trabajadores norteamericanos, preferentemente los machos blancos, y lo grave es que ellos se lo toman en serio. Los patricios republicanos como Bob Dole, el gran perdedor en New Hampshire, están aterrados. Y es que la ortodoxia republicana pide menos impuestos, menos gasto público y menos Estado, pero Buchanan ha desviado el tiro y también ataca al mundo de los negocios. Wall Street y las grandes empresas son sus bestias negras. Les acusa de no tener ni patriotismo ni corazón y de provocar, por sus renovaciones tecnológicas y sus inversiones en el extranjero, la pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos.

Es difícil que el cruzado Buchanan termine siendo elegido candidato republicano, y, aun más, titular de la Casa Blanca. Pero, como Le Pen en Francia, está imponiendo sus temas en el debate político. La mal llamada revolución conservadora, que llevó al Grand Old Party a la victoria en las legislativas de 1994, se ha convertido en todo un carajal. Es el destino de los integrismos.

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