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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No quieren la paz

EL ESTALLIDO de la bomba que portaba acabó el domingo con la vida de un activista del IRA e hirió a nueve ocupantes más del autobús urbano en que viajaba por las calles de Londres. Cualesquiera que fueran las causas que provocaron el estallido, esta tercera bomba en nueve días parece confirmar que el IRA está dispuesto a mantener su ofensiva contra el proceso de paz en Irlanda del Norte. "La mantendremos todo el tiempo que sea necesario", había declarado poco antes un portavoz de los terroristas, entrevistado con motivo de la suspensión del alto el fuego mantenido durante año y medio.Se trata del tercer, y más duradero, alto el fuego decidido desde el recrudecimiento del conflicto de Irlanda del Norte, en 1969. La debilidad de cualquier proceso de paz en las circunstancias de ese territorio es que su continuidad depende de la voluntad de unas pocas personas -el comité militar del IRA está formado por siete sujetos- entre cuyas prioridades no es evidente que figure la desaparición de la dinámica violenta a la que deben su notoriedad e influencia. De ahí el aspecto de apuesta que tiene cualquier ensayo de salida dialogada.

Ya se sabía que la única paz que acepta el IRA es la que incluya el reconocimiento de su victoria, es decir, la realización de su objetivo de unificación de la isla. También es cosa sabida desde hace siete décadas que la mayoría unionista de la población de Irlanda del Norte se opone a ese objetivo. Ése es el motivo de que el proceso de paz se plantease -y tal vez pueda plantearse todavía- como la búsqueda del consenso en torno a una fórmula institucional que, sin satisfacer plenamente a ninguna de las dos comunidades, fuera aceptable para ambas.

Los sectores extremistas del republicanismo y el unionismo consideran imposible tal fórmula, pero no se atreven a oponerse abiertamente a los deseos de paz de la mayoría de la población. La apuesta consistía en pensar que la vivencia de la paz por parte de la población haría muy costoso, en términos políticos, cualquier intento de romper la tregua. Pero también implicaba la hipótesis de que la interiorización de la dinámica de paz por parte de los activistas les hiciera renunciar para siempre a su pretensión de determinar el proceso mismo con sus acciones y amenazas.

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El IRA no está dispuesto a esa renuncia. Ésa es, más allá de posibles errores de Londres (o de Dublín), la primera consecuencia que cabe extraer de las bombas de estos días. Es posible que fuera un error la propuesta de Major de celebrar elecciones en el Ulster para canalizar la negociación en una asamblea local. Pero esa exigencia de los unionistas era casi inevitable una vez que el IRA se negó a entregar las armas -una entrega simbólica y dilatada en el tiempo-, como prueba de que renunciaba a condicionar con ellas la negociación multipartidista. El papel estelar acordado al Sinn Fein y a Gerry Adams no derivaba de su representatividad -es minoritario incluso en la comunidad católica-, sino a que se le suponía capaz de convencer al IRA de esa renuncia que se le exigía.

Sin ella, las elecciones aparecían como la garantía de que la minoría no se impondría a la mayoría; pero en un conflicto entre comunidades que comparten un mismo territorio el criterio de mayoría no basta, como ya se comprobó en Bosnia. De ahí el bloqueo en los inicios del diálogo, que ha aprovechado el IRA para hacerse presente.

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