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A Francisco, amigo

Pasan las horas y no acierto a escribir, fiel amigo, lo que para ti llevo dentro.Desde que en la mañana del martes 13 leí tu generosísimo artículo, hubiera querido empezar a complacerte y dialogar contigo, a base de antiguos apuntes, sobre lo que ambos hemos vivido, cada uno con su propio talante y en su situación respectiva, para contribuir a que en España fuera hacedora una transición social, cultural y política hacia la democracia sin violencias y en plenitud.

En aquel momento logré hablar por teléfono contigo, unos breves minutos, y te agradecí, desde muy hondo, tu gesto tan noble y tu leal llamamiento a salir del silencio sobre el tiempo pasado. Añadí sinceramente que deseaba no desoírte en la medida de mis desfallecientes posibilidades, porque los años corren y pesan, y, además, porque mi actual consagración, en el marco de Unicef, a los hirientes problemas de la infancia en demasiados lugares del mundo, no me deja hueco para reflexionar con calma sobre lo pretérito y poner en limpio las notas sobre aquellas experiencias de los años cincuenta en adelante.

En cordial réplica, añadiste todavía más cordiales y estimulantes palabras, que rejuvenecieron mi ánimo y me indujeron a ofrecerte intentar ser fiel a tu requerimiento desde el día siguiente.

Por desgracia, ese día siguiente no llegó ni para ti, Francisco, porque temprano en esa mañana tu cuerpo quedó cruelmente roto -no tu espíritu- por mano asesina, ni para mí, ya que lo que había sido gozo en la víspera se transmutó en dolor indecible cuando las radios sonaron trágicamente.

Con ese desgarro interior y la zozobra de que tu artículo hubiese tenido alguna incidencia en la acción de un desequilibrado-, corrí minutos después al campus de la Universidad Autónoma y allí, junto al pabellón de la Facultad de Derecho, mientras se procedía en el interior a levantar tus restos, me vi rodeado -en un acoso explicable- por multitud de periodistas que, conocedores sin duda de tu artículo del día precedente, querían conocer mi reacción ante el crimen.

La turbación de todo mi ser hubiera exigido silencio, pero la realidad es que, instintivamente, lancé algo que ellos difundieron y otras personas luego han reprobado: "¡Habría preferido ser yo la víctima y. no él!". Fue una de esas "razones del corazón que la razón no conoce", por decirlo con el preclaro decir de Blas Pascal. No fue un grito de plañidera, que nada me va, como tampoco las lágrimas -y las tuve-, cuando habitualmente soy seco en el dolor.

Ahora, tres días después, tras un lento empeño de racionalizar esa queja, persisto sosegadamente en ella. No es que piense que mi vida no vale como la de cualquier persona humana, y sobre todo vale para mis seres más queridos, sino que la tuya, Francisco amigo, era, ya en acto y potencialmente, mucho más fecunda para España hacia el futuro. Se conjugaban tu joven madurez, de cuerpo y de espíritu; tu calidad de jurista en plenitud, donde el derecho y la justicia se fundían, donde la libertad y la ley eran cara y cruz de la misma moneda tu sensibilidad ante los problemas sociales y tu objetividad y equilibrio en la propuesta de vías políticas para que el Estado de derecho -¡ahí está tu último artículo!- no caiga en tentaciones deslegitimantes por abuso del poder de un lado ni, por otro, pierda legitimidad si se quiebra su auctoritas por fallar en la eficaz protección de los derechos de todos los ciudadanos, la vida, la libertad y la seguridad en primer término; todas estas cualidades personales -y algunas otras que conozco menos- te abrían posibilidades óptimas para el servicio a España. Por , eso has sido elegido como víctima, y a nadie debe ex trañar que quien está en la recta final de un largo proyecto hubiera preferido apartar de ti el brazo criminal con riesgo propio.

Y si de la "razón razonante" -no de la razón vital que nos enseñó Ortega- paso a la órbita de mis creencias, me resuena dentro la enseñanza evangélica de que nadie ama más a un amigo que aquel que ofrenda su vida por él.

Pero vuelvo ahora a lo esencial de tu magisterio jurídico y político para este momento: recuperar el espíritu de diálogo, sin el cual la transición democrática todavía inconclusa, no habría sido posible; renovar y vigorizar las instituciones y los hábitos políticos; intensificar la unidad de todas las fuerzas sindicales y políticas frente a cualquier violencia, y en especial a la terrorista, sea cual sea su signo; en suma, construir cada día la paz, que nunca es un regalo, como tampoco la libertad, sino una conquista permanente en lo individual y en lo colectivo.

A esa luz me atrevo a recordar por mi cuenta, aunque no en contraposición a tu espíritu, que en nuestra Constitución, tan impulsada por ti en sus virtualidades, hay remedios excepcionales, pero que pueden ser necesarios en situaciones muy graves, como los que definen, delimitan y recargan de garantías contra cualquier abuso el artículo 55 de la Magna Carta y los preceptos de la Ley Orgánica 4 /1981, de 1 de junio, sólo aplicables -pero aplicables- "cuando circunstancias extraordinarias hiciesen imposible el mantenimiento de la normalidad mediante los poderes ordinarios de las autoridades competentes", según reza su preámbulo.

Ni tú, Francisco, ni yo, ni presumiblemente ningún dirigente de los grupos políticos deseará que llegue esa situación límite. Pero si por desventura se produjera, sería preferible, incluso constitucionalmente preceptivo, que ese remedio se ponga en juego antes de que broten condenables actividades reactivas o no se acierte a cerrar el camino a quienes pretendan destruir la convivencia democrática -o simplemente la convivencia de seres humanos- a golpe de pistola, con apoyo en apologías de la violencia, complicidades y traiciones, destruyendo vidas como la tuya, la de Manuel Broseta, la de Gregorio Ordóñez, la de Fernando Múgica, la de los trabajadores de Vallecas y tantas otras, todas ellas igualmente valiosas.

Por último, ya que esta carta urge que salga hacia su destino, me importa reiterarte mi compromiso verbal de publicar algo de lo que duerme en los viejos apuntes, en la medida en que pueda ser útil para esclarecer ambigüedades o cubrir carencias; y, de otra parte, ser fiel a tus criterios pata que se desarraigue la violencia y llegue la paz que anhelaste.

Con el hondo respeto y entrañable afecto para todos tus seres queridos, que nos han dado un hermoso ejemplo de entereza en el dolor, te abraza tu viejo amigo.

Joaquin Ruiz-Giménez es presidente del Comité Español de Unicef.

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