Teoría del "centrobic"
Renovarse o morir, o en cualquier caso, morir, pero que no te lo noten. A este efecto, me he apuntado a un cursillo de centrobic, el nuevo sistema de ejercicios que los más finos gimnasios de los más selectos barrios de Madrid han puesto en onda para conseguir que cualquier mujer -insisto, cualquier mujer: no pierdan las esperanzas, queridas- pueda asistir a un estreno teatral, incluso progre, luciendo el tradicional palmito de la derecha centrada, como hizo Rosa Valenty, la gentil jolifleur de todos los tiempos, penetrando -me da no sé qué utilizar palabra tan grosera para definir lo que no es más que un ingreso- con la cabeza muy alta y del brazo del concejal popular de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, el tenuemente engominado, Juan Antonio Gómez Angulo, aparentemente insensible ante la tragedia de que su homólogo en la Comunidad Madrileña, Gustavo Villapalos, no podía ir a sentarse al teatro porque le operaban de un forúnculo.Los ejercicios son más fáciles desde la derecha: un simple salto hacia el centro, sobre colchoneta, acaba proporcionando, después de múltiples caídas a causa de la falta de costumbre, un cierto aire centrado de muy buen ver. Resulta más difícil si el centrismo se realiza desde la izquierda y no eres zurda, pero yo confío en que el ejemplo de Isabel Preysler actúe, una vez más, como acicate para nuestra propia superación como mujeres y como hombres, queridas. Ella, de momento, permanece en la sombra, pero no me cabe duda de que pronto notaremos su tenue frufruseo por detrás de la nueva ubicación de su consorte. Por cierto, qué pena que Miguel Boyer no haya comprado ya -o como sea que se consigan esas cosas- el carnet del partido de Aznar, que así podría pasar a llamarse PPP, o sea, Partido Popular Porcelanosa, acercándose mucho más, si cabe, al pueblo llano y alicatador por antonomasia.
Este afán mío de centrismo a cualquier precio es la consecuencia de la admiración sin límites que experimento por la capacidad que S&S -sense & sensibility- Aznar está demostrando a la hora de posar en las fotos junto al personal adecuado. No sólo es lo de Rafael Alberti, aunque lo de Alberti es de mucha consideración: piensen que el poeta ya recibió, el día de su cumpleaños, el atusamiento de melena propinado por Carmen Alborch a lo largo de toda una cena. Aznar, que ha declarado, en plan grandioso, que durante mucho tiempo suspiró por visitar al ilustre gaditano, ha demostrado, una vez más, su temple: porque se aguantó las ganas, como un hombre, y sólo cumplió su deseo en elecciones. A ver.
Y luego está lo del argentino Alfredo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz en 1980, con el que nuestro ávido futuro presidente se ha entrevistado, permitiendo que les inmortalizaran las cámaras. A Pérez Esquivel, sobrio defensor de los Derechos Humanos, le fue concedido el Nobel en su momento como sustituto de las Madres de la Plaza de Mayo, que ahí la Academia sueca pensó que era demasiado desmelene. Y ello me conduce a meditar -mientras salto y salto en la colchoneta, intentando centrarme, e inexorablemente, me escoño- en lo veleidoso que es el sino humano. Porque de haber ganado las Madres, ahora S&S saldría en la foto con al menos seis señoras con pañuelo blanco en la cabeza, mucho más molón.
Aunque el premio Fotocentro se lo lleva Álvarez Cascos, captado en el sector lencería de un potencialmente votante mercadillo.
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