Una merienda de locos
Amaneció exactamente igual que en Neuromante, de William Gibson, la novela fundadora del ciberespacio. El cielo del primer día de campaña tenía ese apesadumbrado color gris pantalla de televisión. Como cuando tenemos encendido el chisme a altas horas de la madrugada, mantenemos fija la mirada en su rectángulo de cristal, pero resulta que no hay imágenes, sólo chispazos, zumbidos, alguna que otra interferencia, rumores de fondo.Esas fueron justamente las dos grandes imágenes inaugurales de la campaña: el secuestro del vídeo de HB y la confirmación de que no habrá debates entre los dos o tres líderes. Las pantallas nos informaban con todo lujo de detalles de esas imágenes que, por una y otra razón, de ninguna manera lograremos contemplar en nuestras pantallas. Hay que reconocer que esta vez empiezan poniéndonoslo bastante difícil. La primera en la frente, mejor dicho, un poco más al sur. No tendremos más remedio que imaginar por nuestra cuenta y riesgo esas imágenes birladas o sencillamente censuradas de las que se discute tan acaloradamente el primer día.
Ahora bien, el vídeo secuestrado de HB no plantea demasiados problemas de autorrepresentación visual. A estas alturas del docudrama no sólo te lo puedes imaginar con todo lujo de detalles más o menos anticonstitucionales, de idéntica manera que el trailer es más que suficiente para saber de qué van las películas de Stallone, Van Dame y otros mamporreros; sino que, además, la masiva distribución clandestina de la cinta garantiza una audiencia igual o superior a su emisión en esos aburridísimos espacios oficiales de propaganda electoral. Y sin que visto en el magnestoscopio personal como vídeo pirata canten tanto sus numerosos fallos de guión y realización; sin someter el spot a los implacables críticos del medio.
Imaginarse con los ojos cerrados los debates escamoteados es otra cosa. Sobre todo, los trinitarios. Aquí sí que siento mucha frustración como espectador aficionado a las grandes emociones catódicas. Esto era realmente novedoso (y morboso) en los anales del medio. Porque ese prometido triangular entre González, Aznar y Anguita aclararía en buena parte el enorme lío metafísico en el que estamos metidos y que ni siquiera la escolástica española, con haber hilado siempre muy fino en asuntos de raza trinitaria, pudo imaginar: "cómo coño es posible que estemos dualizados por tres".
El debate no era, como se piensa torpemente, para sumar o restar votos los unos a los otros. Desde aquella vieja derrota de Nixon a manos de Kennedy, todos los duelos en la pequeña pantalla conducen al empate, son carnaza de match nulo. Sólo en este país las élites están convencidas que las masas pueden cambiar de voto por un simple programa de televisión, No era eso. Ese insólito duelo que no fue posible eran sencillamente ganas de visualizar el trilema. Algo así como volver a disfrutar de aquella merienda protagonizada por la La liebre de marzo, El lirón y El sombrero loco.
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