"Ya no suscribo el proyecto del PSOE, voy a darme de baja"
Una década después de haber dejado el Gobierno, Miguel Boyer, 57 años, recuerda con todo lujo de detalles, como tantas otras cosas, el día en que Alfonso Guerra le regaló, junto a los demás ministros, un libro autobiográfico. En la dedicatoria, Guerra escribió: "A Miguel Boyer, cíclope de la economía española". A lo que rápidamente Boyer le replicó: "Con lo de cíclope, ¿has querido llamarme gigante o tuerto?".Pregunta. ¿Le impactó verse en primera página dando la mano, y el apoyo, a José María Aznar?
Respuesta. No. A estas alturas me importan más las ideas que los carnés de los partidos.
P. ¿Conserva usted el carné del PSOE?
R. Sí.
P. ¿Y lo va a seguir conservando?
R. No. Puesto que ya no suscribo el proyecto del PSOE, voy a darme de baja. Es lo que debo hacer. Lo que pretendo es tener libertad e independencia completas para decir lo que crea que tengo que decir y apoyar lo que me parezca sensato, venga de quien venga. Me es muy difícil coincidir completamente con un partido y prefiero ir por libre.
P. Si Aznar le pidiera asesoramiento económico, ¿se lo daría?
R. No creo que me necesite: tiene buenos colaboradores y asesores, que, además, son de su partido. Pero si él, o ellos, me pidieran consejo sobre algún tema que conozca, desde luego no tendría ningún inconveniente en dárselo. Tengo ideas y me gusta contarlas y que me hagan caso, si se creen útiles para el país. Pero lo haría en todo caso sin pedir a cambio ni cargos ni nada. Ya lo verán los villanos que creen que todos somos de su condición y van estos días insinuando que yo cambio de ideas esperando algún premio. Que lean mi historia.
P. Sus ambiciones políticas, ¿están colmadas? Su trayectoria como político, ¿está terminada?
R. Sin duda. Nunca me he considerado un político de profesión y he mantenido una vida profesional y muchas aficiones al margen de la política. Yo llegué ya a lo máximo que podía desear en política: formar parte, como ministro de Economía, Hacienda y Comercio, de un Gobierno de la España democrática. Y llevo 10 años absolutamente satisfecho en mi vida privada. No tengo intención de volver a ocupar ningún cargo político. Sólo me propongo usar el derecho de todo ciudadano a decir lo que encuentra bien y lo que encuentra mal, y con más razón en periodo electoral. Según algunos pretendidos maestros de ética y estética, en periodo electoral, lo que hay es que callarse y seguir con las ficciones. Pero son esos fariseos de los que dice Javier Muguerza que, cuando se te acercan y te hablan de ética, hay que levantar los brazos y darles cuanto antes la cartera.
P. Felipe González acaba de decir, no se sabe si con ánimo de disculparle: o de ironizar, que usted "se ha equivocado mucho políticamente".
R. Sí, he visto que ha dicho eso y también que me ha rebajado, entre el jueves y el domingo, de "extraordinariamente brillante, desde el punto de vista intelectual", a "bastante brillante". Veremos la semana que viene dónde estamos ya. Es cierto que he cometido errores, pero tengo la costumbre de decirlo abiertamente cuando me doy cuenta, y de rectificar. En política y en economía es bastante fácil equivocarse y hasta un hombre de la inteligencia de Keynes, tan superior desde luego, a la mía, tuvo que cambiar de opinión con frecuencia. A alguien que se lo reprochaba, le contestó: "Yo cuando creo que me he equivocado, cambio de opinión. ¿Usted qué hace?".
La pretensión de ser infalible es simplemente ridícula. Incluso un dirigente, no con bastante intuición sino con extraordinaria intuición política como es Felipe González, empezó en la izquierda demócrata cristiana de Jiménez Fernández, estuvo luego en el Frente de Liberación Popular -que Dionisio Ridruejo definió como un grupo de comunistas cristianos anti-PSOE- y, finalmente, en el PSOE. Supongo que recordará que, en el XXVII Congreso, en diciembre de 1976, aceptó que el PSOE se definiera como partido "marxista, de clase y revolucionario", y en el Congreso Extraordinario de 1979 él mismo cambió y forzó que se abandonara el marxismo. Y luego vino el error de la "OTAN, de entrada no", y, más tarde, cambiamos y nos quedamos. Y hago gracia de enumerar los errores de los últimos años y lo acertado de reconocerlos y rectificar, porque están en la mente de todos.
En cuanto a mí, mis errores son suficientes para que no haga falta exagerarlos, como ha hecho Felipe González en sus recientes declaraciones, sin duda no intencionadamente sino por fallos de memoria. Yo no me he ido del PSOE y no he vuelto a él más que una vez, y no tres o cuatro como cuenta erróneamente González. Fue en febrero de 1977 y precisamente porque, como expliqué de modo público, no podía aceptar la definición del PSOE de un mes antes, como partido de clase, marxista y revolucionario. Me fui al grupo socialdemócrata de Fernández Ordoñez -gran político a pesar de que se equivocó con frecuencia, y que yo le sugerí a González para ministro en 1982 y 1985-, quien, a los pocos meses decidió, contra mi opinión, integrarse en la UCD cuando ésta se formó. Creí que debía abandonar el grupo, porque una cosa era irme del PSOE y otra encontrarme de jefe a un ex ministro secretario general del Movimiento que, además, iba a jugar con ventaja en las siguientes elecciones. Me equivoqué, porque Suárez resultó mucho mejor que su pasado y de lo que yo esperaba. Y en el 23-F estuvo magnífico. Volví al PSOE en septiembre de 1977.En resumen, de mis 57 años, he pasado 36, menos ocho meses, en organizaciones socialistas: primero en la Agrupación Socialista Universitaria, luego en las Juventudes Socialistas y después en el PSOE. Probablemente, de los españoles de mi edad, he sido de los que mas tiempo ha estado en el mismo partido. Y aun creo que acerté en mi juventud cuando, entre docenas de grupos políticos que parecían más brillantes que un PSOE paralizado y reducido a su mínima expresión, pensé que el viejo partido desempeñaría un papel clave en la futura democracia española y que valía la pena trabajar e ir a la cárcel por él. Como creo que acerté cuando, contra la opinión de muchos, percibí la valía de González. como dirigente político y le apoyé a tope. En lo esencial, no me equivoqué tanto.
P. En 1985 dejó el Gobierno, y después de casi once años acaba de romper su silencio con una reaparición espectacular...
R. Yo he ido evolucionando hacia ideas cada vez más liberales -aunque no creo haber llegado tan lejos como Hayek o Popper, que también fueron socialdemócratas primero-, pero me he mantenido en un distanciamiento discreto, aunque notorio, de todas las actividades del PSOE, para no agitar las aguas y crear dificultades a los amigos. Hace años que Felipe González y yo no charlamos, ni pasamos de saludarnos cordialmente en las recepciones. Pero creo que 10 años de cuarentena, autoimpuesta después de salir del Gobierno, son suficientes y, además, cuando hay que manifestar lo que se piensa es, precisamente, antes de unas elecciones generales decisivas, como son las del 3 de marzo. Me parece difícil que se pueda presentar, con verosimilitud, mi trayectoria política como oportunista. He pasado la mayor parte de mi vida en la oposición, primero a la dictadura -me costó seis meses de cárcel luego a la UCD, y si, me hubieran interesado los altos cargos por los altos cargos habría podido seguir en el Gobierno de González, porque me insistió mucho para que siguiera. Ahora, repito, siguen sin interesarme.
P. ¿Qué ha encontrado en el programa del PP que ha merecido su respaldo público?
R. Es un programa que tiene orientación liberal -que es lo que conviene ahora a la situación económica española- y que aborda con ideas nuevas una reforma de la gestión, del gasto y de los ingresos públicos. El programa del PSOE es prácticamente continuista y no atiende bien a las prioridades de la etapa actual.
P. ¿Por qué hoy le parece un valor negativo la "continuista" política económica ofrecida por el Gobierno y cuando usted se fue del Ministerio de Economía recomendó una política "continuista", que además puso en manos de su amigo Solchaga?
R. Porque lo que conviene ahora, para una etapa distinta, es algo distinto. En mi época, por ejemplo, no quedaba más remedio que realizar una reconversión industrial y eso exigía una intervención del Estado y aceptar un mayor déficit. Hoy el Estado debe ser retirado de muchas de las tareas ineficientes que hace y que no debe hacer.
P. ¿Sabe hoy Aznar más de economía que lo que González sabía cuando llegó al Gobierno o ve a Aznar igual de necesitado de algunas enseñanzas, como las que usted transmitió a González?
R. No conozco apenas a Aznar, y, en otros tiempos, conocía muy bien a Felipe Gonzalez. Pero Aznar tiene una carrera próxima a la economía, lo que dice de economía me parece sensato y cuenta con un equipo muy competente.
P. En ese equipo, ¿quién le merece especial confianza?
R. Conozco sólo a una parte de los economistas del PP y si hiciera una selección cometería errores.
P. ¿A usted no le desconcierta que destacados dirigentes del PP anuncien, e incluso cuantifiquen, una bajada de las cotizaciones a la Seguridad Social y luego eso no aparezca siquiera en su programa electoral?
R. La rebaja de las cotizaciones sociales no me parece una medida oportuna. Es más importante la reforma del gasto, la reforma de otras partes del sistema fiscal. Pienso que tanto el Pacto de Toledo, que es un acuerdo valioso, como la preocupación por mantener el sistema público de pensiones han llevado al PP a una mayor prudencia sobre la reducción de las cotizaciones sociales.
P. ¿Cuál es la verdad sobre las reformas que ahí es preciso acometer y que probablemente hoy ni el PP ni el PSOE se atreven a concretar para no perder votos?
R. Encuentro muy acertada la línea del Pacto de Toledo de mantener el sistema público de pensiones y, a la vez, favorecer que se complete con un sistema basado en la capitalización. Hay que estimular con ventajas fiscales a quienes se encuentran en los niveles más bajos de renta para que vayan creando con sus ahorros ese sistema complementario. Las pensiones deben ser más proporcionales a lo que se ha cotizado. Y, en cuanto se pueda, hay que ir retrasando la edad de jubilación. Yo creo que el sistema es sostenible si se hace ese tipo de cosas y si se logra rebajar el desempleo sustancialmente.
P. Usted se ha atrevido a apuntar la conveniencia de una nueva reforma laboral, que Aznar ni siquiera se atreve a mentar.
R. En la actual segmentación del mercado de trabajo es muy nociva y parece urgente cambiar figuras de contratos que incitan a las empresas a despedir a una persona, aunque se esté contento con ella, para evitar al término de su contrato temporal que su vinculación con la empresa se convierta en el contrato indefinido clásico.
P. ¿En qué soluciones ha pensado usted?
R. Me reprimo de dar mis ideas, para que no nazcan encasilladas, cosa que en España es mala. Pero el pesimismo sobre la capacidad española para generar empleo no está justificado y así lo expuse, ampliamente, en EL PAÍS, en noviembre el año pasado, en un artículo que hoy [por ayer] glosa el secretario de Estado Manuel Conthe, que cree, erróneamente, ver una contradicción entre las causas del paro que yo analicé para el pasadoy me temor a que adoptar la moneda única en el futuro sea negativo para el crecimiento y el empleo. Quizá si hubiera desarrollado la supuesta contradicción, en vez de dedicar todo su artículo a copiar y repetir el mío -modestamente, reconozco que lo merecía-, habría podido entenderle y contestarle mejor.
P. ¿Por qué le parece un error el reparto del tiempo de trabajo?
R. Me parece un error intentar forzar de golpe el proceso de reducción del tiempo del trabajo, que viene produciéndose de modo continuo desde el siglo XIX, acompasándose a la evolución de la productividad. La sustitución de un número de trabajadores por un número doble trabajando la mitad de horas -o cualquier otra combinación que dé el mismo producto- encarecería el coste del factor trabajo y reduciría la demanda global del mismo y el empleo. Y ello, incluso, aunque los asalariados aceptaran, que no creo, reducir proporcionalmente sus salarios.
P. ¿Es posible bajar los impuestos y el déficit?
R. Es posible bajar y simplificar la tarifa del impuesto sobre la renta y recaudar más, en los países que no tienen un alto grado de cumplimiento fiscal. Se consigue, sobre todo si eliminan a la vez deducciones para los niveles altos de renta y vericuetos legales que pueden utilizarse para tributar menos, porque se reducen el incentivo a eludir y los caminos para hacerlo. Tributa más gente que antes lo hacía, pero cada uno paga menos. En todos los países en que se ha introducido una reforma así, según la OCDE, ha aumentado en proporción al PIB la recaudación por IRPF, con la excepción del Reino Unido, en el que bajó, tanto porque el tipo máximo se redujo muy drásticamente -del 83% al 40%- como porque el país tenía ya un alto grado de cumplimiento fiscal. Esa es la experiencia observada en Estados Unidos -se equivocó González al citarlo como ejemplo en contrario-, donde la recaudación pasó de 9,5 al 10,3 puntos del PIB, aunque el tipo máximo bajó del 70% al 50% entre 1975 y 1988. Ocurrió lo mismo en Italia, Irlanda y Grecia.El PSOE también ha repescado en su programa una propuesta de bajar el tipo máximo de IRPF del 56% al 50%, que ya había hecho el Ministerio de Economía y Hacienda en 1990, cuando mandaba en él Solchaga, pero que finalmente fue rechazado por el Grupo Socialista en el Congreso. Supongo que este cambio y repesca electoral de la propuesta no la hará para favorecer a unos pocos ricos.
P. Usted dice que la moneda única es una trampa política que tiene un precio económico muy alto.
R. Lo vengo diciendo desde hace más de un año y lo saben muchos economistas. Pero, curiosamente, el debate ha estallado ahora en toda Europa. Existe una preocupación porque se acerca la fecha del examen, y corrigiendo la parábola de Luis Ángel Rojo, el examen es tan poco realista que, a dos días vista del mismo, no aprueba ni el profesor, que es Alemania. Pero como Rojo, además de un gran profesional de la economía, es un hombre intelectualmente muy honesto, reconoce en su conferencia [en la APD] que no se pueden evaluar si las ventajas económicas de la moneda única superan a sus costes y que el debate intelectual que ha habido no es concluyente. Me pareció que apoya la unión monetaria porque es una pieza de la unión política europea y porque le preocupan mucho las consecuencias de quedarse fuera. Me parece bien que se reconozca que el principal argumento es político y no el de las ventajas netas económicas.El otro argumento, que llamo negativo, es el de que quien se quede fuera pasará mucho frío. Yo creo que, si hay moneda única, la mayor parte de los países de la Unión Europea -que serán 25 en cuanto doble el siglo- no va a estar dentro. Y si se hace una política rigurosa se puede vivir tranquilamente fuera. Se dice que esa posición es la de los economistas thacherianos; pero en ella coinciden prácticamente todos los economistas de centro izquierda de Estados Unidos y de Europa, como Samuelson -que fue el que dijo: "adoptando la misma moneda que Alemania se van a meter ustedes en la cama con un gorila, les deseo mucha suerte"-, Modigliani, Dorribusch, Blanchard, Wyplosz.. . Todos están en contra de la unión monetaria y son de izquierda moderada. Aunque con los calores de la campaña, un candidato del PSOE ha dicho que los tipos de cambio variables son "consevardores". Va a resultar que lo de izquierdas es el patrón-oro o recomendar una recesión de caballo para corregir una desviación en precios del 19% y en costes laborales del 26%, como la que se produjo entre 1987 y 1992.
Volviendo a la parábola del colegio, tampoco me gusta porque es fácil malinterpretarla y considerar a los pueblos como niños irresponsables. Alguien podría deducir que la democracia y la sensatez económica no son compatibles.
P. Pero no estar en la moneda única provoca menor credibilidad, menos inversiones, aumento del riesgo-país y, en definitiva, aumento de los tipos de interés...
R. La inversión es atraída a un país por su competitividad, por el crecimiento, incluso aunque tenga algún riesgo de cambio. Y lo prueba que en España hemos tenido una gran inversión extranjera en los ochenta con tipos variables y, con ellos, exportaciones e importaciones crecen enormemente. Si se hace una política seria no pasa nada anormal. Lo más importante es ser competivivo, crecer y tener un déficit y una deuda pública bajos.
P. ¿Se opone a los plazos de convergencia o también a la moneda única?
R. Los plazos fijos me parecen un error y los criterios de Maastricht ni son todos necesarios ni, lo que es peor, son suficientes. Bélgica y Holanda están en una unión monetaria de facto con Alemania desde hace mucho y su deuda pública es muy alta. Tener que converger a fecha fija y por los pelos, sin que la convergencia sea suficiente y estable, y luego embarcanos irreversiblemente en la moneda única me parece imprudente. Yo objeto al propósito y al calendario de los que admiten el objetivo. Creo que es un error que países como España tengan prisa por incorporarse a la moneda sin una larga preparación. Alemania y los países del Benelux y Austria llevan experimentando bastante tiempo y están adaptados y en unión monetaria de facto. La incógnita es Francia, que lo va a tener muy difícil. Para los demás países, un plazo tan corto es arriesgado. Quizá la intención del Bundesbank sea que un grupo pequeño de países constituya la unión monetaria. Eso sí, lo que hará es someter a las monedas de los demás a mantenerse en bandas estrechas para que los del primer círculo no pierdan competitividad.
P. ¿Se le puede aplicar la frase de Keynes, que mencionó al principio, en su cambio de opinión sobre la moneda única, ya que usted formó parte del Comité Delors que la propugnaba?
R. Sí. Yo fui uno de los tres expertos -no de los Siete Sabios, como dijo Felipe González, que esos eran los de Grecia-, que, con los 12 gobernadores de bancos centrales y Delors, formamos aquel Comité en 1989. Pero después vinieron los acontecimientos de 1989 a 1993, con las devaluaciones que, forzadas por los mercados, nos devolvieron afortunadamente a la realidad y con el hundimiento final del Sistema Monetario Europeo. Dice Solchaga -que, como él bien recuerda, ha cambiado también diametralmente de opinión respecto a la moneda única, pero en sentido inverso al mío- que las devaluaciones las hacen los mercados, no los Gobiernos. Esto es precisamente lo que yo defiendo: que los mercados puedan corregir el tipo de cambio cuando un país se desvíe a la media, en precios o en salarios, en vez de que los Gobiernos mantengan artificialmente alta la paridad, como entre 1989 y 1992. Si no hubieran sido posibles las devaluaciones -como ocurrirá con la moneda única- habría sido necesario una fuerte recesión para hacer el ajuste.
P. Cuando ha leído que algunos socialistas dicen que usted ha cambiado de vida y eso le ha hecho cambiar de ideas ¿qué pensado: que es un doctrinarismo que recuerda a Marx o que hay algo de cierto en que el éxito cambia la vida de una persona y también su mentalidad?
R. Sí, aciertan ustedes, me ha recordado a Marx, doblemente. Primero porque esa no es la doctrina de Marx, que se refería a las clases sociales, cuya ideología queda determinada por su función en el proceso económico, pero que no creía posible explicar así lo que hacen los individuos aislados. Esta última tesis no es de Marx -como mucho es de los hermanos Goncourt- y cuando todavía se estudiaba a los clásicos la conocíamos como la definió Engels: "marxismo vulgar". Marx habría dejado de escribir lo que escribía cuando, a raíz de la sustanciosa donación que le hizo Engels, se compró una villa de dos plantas en Londres, y daba bailes de gala, para casar bien a las hijas.
Descendiendo de las cumbres, yo siempre viví bastante bien, con el nivel de la clase media alta y, sin embargo, para hacer lo que pude contra Franco no me apunté a monárquico de Don Juan ni a democristiano, sino que elegí el PSOE.Cuando he hablado de la unión monetaria y he apoyado el programa económico de Aznar esperaba, naturalmente, una fuerte polémica y que se me criticara y rebatiera con dureza. Pero sí me duele que a los argumentos que expongo no se contesta de la misma manera racional, sino con descalificaciones personales y con vilezas. Parece que España sigue sobrada de actitudes totalitarias, injuriantes, incapaces de respetar las discrepancias, y ahora ya no sólo por parte de la derecha más ultra. Por eso, también me he acordado de lo que decía Enrique Tierno Galván que, indudablemente, tenía experiencia: "¡Caray, qué suerte perder a ciertos compañeros!".
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