De la Peña redime al Barça
Una genialidad del 'calvo' evita la derrota azulgrana ante un Rayo superior
Nada mejor para el merecido castigo de Johan Cruyff a sus chicos tras el pertidazo de Numancia que la parada en Vallecas. Un estación que condena a trabajos forzados a cualquier futbolista. Herido en su orgullo, el Barça salió dispuesto a picar piedra en la cantera rayista y terminó al borde del despeñadero. Sobrevivió enganchado a De la Peña, la única luz de un colectivo triste, impotente e ineficaz. Al que nada altera su pulso. Ni el verbo crudo de Cruyff, ni las arengas de Rexach. Ni un trazo más musculoso -Popescu, Bakero, Abelardo, Nadal, Ferrer...- para aliviar el juego en un campo con baches suficientes para diseñar una estación de metro. Sin medicina alguna el Barça dejó otra huella borrosa en su penoso tránsito por la Liga (ayer sumó 121 días sin ganar lejos del Camp Nou).Un pelotazo con dinamita de Aquino estuvo a punto de mandar al colectivo de Cruyff a la hoguera. Poco más necesitó el Rayo, que vivió un partido relativamente cómodo. Más bravo y menos sutil que su enemigo, salió victorioso en cada bache. Su apuesta fue tan eficaz como simple: "Darles el balón, que no pasa nada". Y así fue. El Barca fue incapaz de encadenar medio puñado de ocasiones. Jugaba frente al equipo más goleado en casa (26 tantos han logrado los visitantes de Vallecas), pero en sus tres últimas salidas (Mérida, Soria y Vallecas) sólo ha sellado tres goles.
Cuando tuvo el balón, el Rayo metió la directa. Marcos había engrasado adecuadamente el duelo. Convencido de que el Barça se derrite cuando los puntas rivales se abren a las bandas y evitan ser un punto de referencia para la línea de tres azulgrana, ordenó a Aquino y Guilherme un baile constante. Mientras ellos iban a las esquinas, Ferrer, Nadal y Abelardo se pegaban en el centro. Entonces, cualquier rayista daba un pelotazo al rincón y frente a Busquets se originaba una sangría.
Y es que el Barça de hoy es un equipo perdido, desnudado de los atributos que le han distinguido en los últimos años. Está descosido en todas sus líneas. Insiste en la circulación fluida (el rondo) en la media cancha, pero con Popescu no hay toque; sólo un poco más de acero en el embudo de la cancha. Mantiene a los extremos junto a la cal para abrir el campo, pero Figo no es extremo, y Roger, caso de ayer, ni siquiera se aproxima. Les falta velocidad para desbordar y más desdén en el uno contra uno. Sobre todo al menor de los García, un jugador con una zurda poderosa para tocar y llegar.
También perdura el poste en ataque. Y Kodro está deprimido. El traje azulgrana le queda largo. El bosnio está obligado a jugar en un ladrillo. Espacio más que de sobra para Romario, no para Kodro, que precisa más oxígeno -un remate en todo el choque- Del Barça de ensueño hoy por hoy sólo queda una seña: en defensa sufre como siempre. Y una corona: la de Iván de la Peña.
Con este perfil, los catalanas siempre estuvieron anclados en el pelotazo al área de Abel. Salvo cuando De la Peña tomó el mando a distancia, los de Cruyff fueron un equipo demasiado turbio. Demasiado previsible. Sin chispa alguna en el mano a mano; sin destreza para la contención; y con una chapuza tras otra en la medular se limitó ver el cielo, con un balonazo tras otro. Y así jamás tuvo pegada. Se quedó a merced del perdón del Rayo (Busquets paró un penalti a Baroja con el 1-0 y Guilherme y Ruano se atropellaron demasiado frente a la puerta azulgrana) y la majestuosidad del calvo.
Éste tiró como nadie de todo del grupo. Asumió el papel de un redentor, tanto en el aspecto moral como en el técnico. Mandó, animó, aplaudió y no se escondió jamás. Es un jugador de alfombra, pero se sobrepuso al semillero de cebollas del Rayo. Quiso inventar siempre que tuvo la pelota. Falló demasiado en algunos tramos del choque, sobre todo en la segunda mitad, pero, lejos de acobardarse, acentuó su empeño. Su tesón dio vida al Barça.
Sin embargo, su ascensión sobre el equipo aún parece menor. Sus compañeros todavía le consideran un actor de reparto y en las circunstancias actuales es su mejor reclamo. El único. Sin él y la bondad rayista el Barça se hubiera incendiado. Pero Iván parece empeñado en aplazar la agonía de un equipo que se desangra por todas sus aristas.
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