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Tribuna
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El astro y el 'paparazzi'

El astro y el paparazzi estaban destinados a encontrarse. Pero en otro sitio, quizá otra hora. Todo hubiese sido entonces distinto y usted no estaría leyendo estas líneas.Ese día el astro (en adelante llamado Elastro) estaba cansado, algo bebido y muy frustrado al saber que su nombre no figuraría en la lista última de candidatos al premio Quince Minutos. No sólo eso sino que en cambio sí se mantenía el nombre de la estrella más odiada (en adelante Laestrella) que, haciéndose la modesta -¡encima!-, intentaba consolarle mientras dejaba que la minifalda le fuera alargando el muslo. "No te preocupes, Elastro" decía con. su voz telefónica: "ya sabes que esto de los premios no es más que una lotería". Ahí está: astro y todo, Elastro no lo sabía. Y había llegado a esa edad en que la gente comienza a cuidarse la cintura y necesitar premios.

En cuanto al paparazzi, era en realidad una paparazzi. Lo que pasa es que ni la Academia ha patentado un nombre para ellas, ni la sociedad admite que tal cosa pueda existir: Mujeres mirando por el ojo de la cerradura y rebuscando en las papeleras en busca de kleenex usados, y todo ello para mayor gloria de la libertad de expresión. Simplemente, no está previsto. Ya que no tiene nombre y su sexo es incompatible con su oficio, para disimular la llamaremos Manolo. Pues bien: Manolo también tenía un mal día, o quizá fuera más propio decir una mala semana o incluso un mal mes: hacía semanas que no se comía un rosco, quiere decirse un lío, un divorcio, un noviazgo, una rebelión contra la Pensión de Alimentos, una Pelea de una Pareja en un restaurante... en los últimos tiempos Manolo no hacía más que llegadas de ministros y alcaldes a estrenos en la Gran Vía. Ni siquiera llevaba las fotos a las revistas. Precisamente porque era una pionera tenía una reputación que defender.

Hasta aquí los móviles, los más visibles al menos pues con todos ellos se podría escribir de nuevo A sangre fría. Ahora el escenario: era una de esas famosas noches de la Noche Madrileña, sólo que vacía. (No sé si han notado ustedes que la Noche Madrileña se parece cada vez más a la Noche Bruseleña; incluida la lluvia.) Los hechos sucedían en uno de esos bares desde los que hace unos años se proclamó a la ciudad como capital mundial de la cultura, la movida y la noche, reina del carnaval, y que ahora están vacíos y sonríen a cualquier despistado, incluso si lleva calcetines blancos. (Antes, ¿recuerdan?, se prohibía la entrada de calcetines blancos, moros, empleados, negros y corbatas en todos esos Palacios del Diseño, para cumplir lo cual se bajaba a un musculoso de un árbol, se le daba un master en calcetines blancos y se le ponía en la puerta).

En la noche de autos, pues, no había nadie más que Elastro y Laestrella -ambos bebían enfrascados en su conversación sobre la lotería de la gloria-, Manolo y un testigo (en adelante El observador destacado en el lugar), gracias al cual, como siempre, sabemos todo lo que ocurrió. Lo que ocurrió es que pasaban minutos de la medianoche cuando se vio a Manolo -chaleco de guerra con múltiples bolsillos y cremalleras y cosas, Nikon sin funda y al descuido, mirada escéptica y ojeras- recorrer los salones en busca de una marquesa escondiéndose con su banquero en el desierto del martes por la noche. No había marquesa ni banquero pero sí en cambio Elastro y Laestrella, y ambos muy juntos, frotándose las rodillas y mirándose a los ojos. Con exactamente los mismos reflejos que un cazador de domingo, Manolo se echó la Nikon al ojo y el dedo al gatillo y disparó, y con la misma rabia que un jabalí malherido por el dominguero, Elastro se levantó y entonces sucedió lo que se ha contado un millón de veces: no se preocupen, no pienso insistir (aunque se podría insistir mucho más).

Esto es exactamente lo que ocurrió, según ha contado el Observador destacado en el lugar, que no quiere revelar su nombre. Respetémosle. A lo que voy es: ¿Habría sucedido lo mismo si Elastro hubiese entrado en la lista de finalistas de los premios Quince Minutos? ¿Si la marquesa y el banquero hubiesen ido ese martes a ese templo de la noche y no a otro por los lados de Zurbano?

Probablemente. Sólo que en otro lugar, otra noche, y este artículo no se publicaría hoy sino otro día.

¿Y si no hubiese sucedido en absoluto y todo esto, fuese invención? A quién le importa. Manolo y sus colegas saben que si no hay un banquero hay un astro, y viceversa, y de todas formas a sus lectores no les importa ni que existan. Sólo quieren ver las fotos.

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