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Cuba dual

Antonio Elorza

El viejo conductor despertó al escuchar que alguien mencionaba el nombre de Cuba. En más de doscientos kilómetros no había intervenido en la conversación, pero ahora no pudo resistirse a relatar sus afortunadas experiencias amatorias en la isla, que supusieron para él la redención de una década de inactividad. La prieta encontrada a la salida de Tropicana era "una mujer absorbente". Nunca conoció nada parecido en la Península, y menos con la "guipuzcoana fría" que le tocara en suerte. Había sido una experiencia inolvidable que soñaba con repetir.Sin duda, muchos españoles de la más amplia gama de edades, cincuentones en vanguardia, han vivido situaciones similares en los últimos tiempos a costa de las múltiples jineteras ("trabajadoras sociales", en palabras de un amigo aficionado al humor negro), llevadas a la prostitución desde la primera adolescencia por el hambre y la miseria que imperan en Cuba desde 1990. El copioso turismo sexual, en cuya práctica los abusadores hispanos compiten duramente con los procedentes de Italia, es hoy no sólo una fuente de "recuperación de dólares", sino también una C . te las patas del curioso trípode que sustenta en nuestro país una opinión pública benévola hacia el régimen de Castro. Difícilmente va a ahondar en las raíces de la miseria quien de ese modo se aprovecha de ella.

El segundo soporte es de naturaleza ideológica: huérfanos de un referente concreto desde el desplome del socialismo real, muchos simpatizantes de la izquierda, sobre todo comunista, ven en la Cuba de Castro el último asidero, heroico por más señas, con su prolongada supervivencia frente al bloqueo -en realidad, embargo- de Estados Unidos. Socialismo sitiado frente a capitalismo agresor. Consuela mucho hacer la revolución a distancia e ignorar que Cuba en 1959 no era Haití ni Guatemala, según dan fe las propias ruinas de La Habana, sino un país cuya renta per cápita era similar a la de Japón y casi doblaba a la española del momento. Como además los cubanos son hoy, lógicamente, cautos en el intercambio de unas opiniones políticas que al visitante nada le cuestan, pero que para ellos entrañan alto riesgo, el observador deduce sin más que la mayoría del pueblo cubano mantiene la confianza en su "comandante" (algo parecido a lo que ocurría en España para los visitantes conservadores hace treinta años).

Y, tercer pie, el apartamiento de Norteamérica abre las puertas a un mercado reservado donde capitalistas españoles, si logran superar los obstáculos burocráticos, encuentran condiciones excepcionalmente favorables para invertir, sobre todo en el sector turístico, con salarios neoesclavistas en la mano de obra cubana. Los expertos económicos que asesoran el proceso sirven, en fin, de puente con nuestro Gobierno. Consecuencia final: desde diferentes puntos de vista y sistemas de intereses, incluso quienes sufrieron aquí una dictadura y denunciaron todos sus males enfrentados a la incomprensión del llamado "mundo libre", apoyan ahora la dictadura de Cuba y se autoconfieren además un marchamo progresista. Menos mal que las dos películas recientes de Gutiérrez Alea, Fresa y chocolate y Guantanamera, han puesto muchas cosas en su sitio en cuanto a la represión y a la ineficacia que caracterizan al régimen.

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Por encima de todo, Cuba está tan en ruinas como su capital, esa ciudad de La Habana detenida en el tiempo con el triunfo de la revolución y afectada desde entonces por una decrepitud imparable. Fachadas, balcones, puertas, automóviles, aparatos sanitarios, de gran modernidad en ocasiones para. los años cincuenta, sucumben en cascada sin reparación posible en la mayoría de los casos. Las condiciones de vida populares se encuentran en el límite estricto de la supervivencia. La hermosa revolución de 1959 ha sufrido un fracaso técnico completo y tras el periodo engañoso de la economía subsidiada por la URSS ha ido a parar a la situación que Lenin describiera para el campesinado ruso durante el comunismo de guerra: los capitalistas, por lo menos, sabían alimentarnos; vosotros no sabéis. No hay jabón, ni carne de res, ni papel higiénico, ni medicinas. Con extremas dificultades se sostienen los emblemas de la revolución: la escuela primaria, la asistencia médica y el deporte de élite. Castro explica el hundimiento del denominado periodo especial por el mazazo que para la economía cubana supuso la pérdida de los mercados socialistas, pero olvida informar a la población de que tras sufrir un impacto análogo los países del Este se encuentran en franca recuperación. No entra a analizar las razones por las cuales el restablecimiento de relaciones de producción capitalistas ha hecho posible ese crecimiento, en tanto que su socialismo sigue sumido en la penuria. Todo se carga sobre el bloqueo, efectivamente factor coadyuvante de la crisis y que debiera ser suprimido, al menos en lo concerniente a los abastecimientos, pues no se construye la libertad sobre el hambre de un pueblo. Pero el embargo de Norteamérica no elimina la existencia de otros mercados a escala mundial: la crisis cubana es endógena.

La salida del propio círculo vicioso se ha buscado mediante el llamamiento a la inversión extranjera y la constitución de un área económica regida por el dólar, tanto para las transacciones con los turistas como para el abastecimiento de artículos situados por encima del draconiano racionamiento. Antes ya existió algo parecido para turistas, diplomáticos y nomenklatura con las llamadas diplotiendas, de acceso vedado al ciudadano común, a quien se prohibía asimismo la tenencia de dólares. Aquella situación provocaba malestar, pero, por lo menos, el recinto privilegiado reunía a unas categorías ya separadas de hecho de la gran mayoría de la población. Los privilegios corporativos son reemplazados ahora por una sociedad dual. Los grupos sociales que por un camino y otro acceden al dólar -propietarios de comedores privados o paladares, prostitutas y, sobre todo, quienes están al servicio directo o reciben remesas del extranjero- no son los mismos vecinos que antes, pero se elevan espectacularmente por encima de la miseria ambiente. Sólo con 200 o 300 dólares de ganancia mensual alcanzan otra galaxia frente al trabajador que recibe 150 pesos mensuales (que puede convertir legalmente en cinco dólares y comprar con ellos

al mes seis barras de pan o dos botellas de aceite de girasol). La defensa a ultranza del socialismo en esta coyuntura genera una dramática desigualdad.

Y, como advirtió Marx, el ser social determina la conciencia. Esa aparición de una sociedad dual, con perfiles claramente visibles, ha dado lugar a una toma de conciencia muy amplia en grupos sociales diversos, fundiendo a trabaja dores y profesionales tradicionalmente descontentos con seguidores hasta ayer del régimen, en el diagnóstico de que éste se encuentra en un callejón sin salida, de consecuencias insoportables e injustas para la mayoría de la población. La estimación desemboca tanto en el reconocimiento de la necesidad de una apertura económica, del fin de la dictadura, como de la imposibilidad de alcanzar esta meta mientras Castro mantenga su numantinismo y su voluntad represiva de todo cambio (lo cual, en definitiva, puede equivaler para los más pesimistas al aplazamiento de toda solución en vida del "comandante"). Desde una desesperación lúcida, carente aún de medios de acción, apunta a pesar de todo una perspectiva de reconciliación nacional y de concordia.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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