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Tribuna
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¡Un mínimo de dignidad!

¡Ya hay dos líneas de autobuses sin ventanas! Hemos superado el vehículo vulgar, con unas bandas publicitarias (habría que ver en cuánto contribuyen al mantenimiento de la EMT), ya tenemos un cajón con ruedas totalmente publicitario donde puede incluso meterse gente dentro (desde fuera no se les ve) que pueden (a lo que parece) atisbar el exterior a través de los anuncios traslúcidos, aunque parece que pronto se les ahorrará esa molestia, puesto que se piensa instalar dentro pantallas de televisión que les ofrezcan spots publicitarios durante el viaje para que así puedan sentirse como en su casa. Si no protestamos demasiado, la iniciativa se extenderá al resto de los autobuses en una escalada cuyo próximo paso no adelanto para no dar ideas a los creativos (creo que así se llaman nuestros modernos torturadores).

Como estamos hechos a todo, nos acabaremos

acostumbrando a esta nueva vuelta de tornillo de la gradual pérdida de dignidad; el ciudadano que quiere tiene derecho a mirar por la ventana cuando viaja en autobús, el que espera en la parada a ver si va muy lleno y el que no hace ni una cosa ni otra, a ver las caras de los que usan el transporte público, y este derecho se está pisoteando calladamente.

Dentro de poco, una de las escasas relaciones personales que van quedando en la ciudad habrá sido destruida, unos anuncios rodantes con gente dentro circularán entre casas con fachadas anuncio (que, eso sí, permitirían entrever la calle para admirar los autobuses anuncio a través de ingeniosos cristales traslúcidos).

Se argumentará, ciertamente, que los crecientes anuncios permiten que las tarifas del transporte público suban menos (seguirán subiendo de todas formas), lo que beneficiará al público, que así vende, para contemplar publicidad, aunque sea a bajo precio, un tiempo que no le vale para nada (recuérdese que los chirimbolos rebajan nuestros impuestos municipales ¡dos pesetas! por madrileño y año), y así tiene servicios más baratos.

El ciudadano debe ser consciente de dos factores:

1. La falsedad del presunto abaratamiento: en el precio de los productos que compramos se incluye el coste creciente de lo que cuesta vendérnoslo (que cada vez con más frecuencia supera a los propios costes de producción), de manera que lo que no pagamos en transporte lo pagamos en encarecimiento de los productos anunciados, y en este encarecimiento se incluye en este caso no sólo lo percibido por la EMT, sino los costes de desarrollo de la campaña publicitaria, de forma que pagaremos inmediatamente varias pesetas reales por cada una de teórico ahorro; la ventaja es que encima no nos enteramos de que además de aguantar la publicidad acabamos pagando más, en una escalada imparable (los anuncios deben ser cada vez más llamativos y caros para ser eficaces, puesto que deben vender productos más costosos dado que la publicidad es cara).

2. Esta publicidad, de momento urbana (por lo que se va viendo, tras las próximas elecciones volverá probablemente la de las carreteras: no hay más que ver lo que sucede en los viveros municipales junto a la M-30), es una publicidad impuesta usando ilícitamente el espacio público y secuestrando la libertad de los ciudadanos.

Tenemos prensa más barata y televisión más o menos gratuita pagando indirectamente a través de la publicidad (es decir, con nuestro tiempo), pero tenemos la posibilidad de no comprar prensa o no ver la televisión gratuita, o podemos ir por la ciudad con los ojos cerrados sin riesgo de graves accidentes, ni tenemos por qué hacerlo.

El espacio público es de los ciudadanos y no puede ser enajenado por nuestros gobernantes, ni siquiera por nuestro propio bien".

Acábese de una vez el dichoso experimento de los autobuses, quítense de una vez los malditos (y a lo que parece ilegales) chirimbolos y estúdiese la posibilidad de instalar paradas de autobuses sin publicidad, aprovechando la próxima caducidad de la actual concesión.

es director de la Escuela de Arquitectura.

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