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Tribuna
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En la cámara

Se han echado encima de Claude Gubler, médico que fue de Mitterrand. Porque se ha limitado a verificar con su ejemplo una de las sentencias de la prosa Myrga: "Cualquier príncipe es un pobre hombre para su ayuda de cámara". Gubler presenta a Mitterrand como un mentiroso que ocultó la verdad sobre su salud. Los primeros en reaccionar han sido los médicos: ¡traición al secreto profesional! Nada han dicho, sin embargo, sobre los partes mentirosos que describían la salud del presidente: el sacrosanto secreto profesional es un buen instrumento en manos de los gremios cuando quieren asegurar la inviolabilidad de la mentira. El asunto de los partes tiene, además, una gran importancia simbólica: Mitterrand los instituyó, semestrales, arguyendo que Pompidou había mentido a Francia sobre el mal que lo mató. Luego, cuando en las postrimerías de su mandato Mitterrand informó sobre su cáncer, Francia y el mundo abrieron la boca: "¡Qué ejemplo radical de transparencia!". Así, Francia estuvo gobernada por un enfermo mentiroso. Pero Francia marchó bien. Al menos tan bien como aquí la Guardia Civil y el Banco de España durante el mandato de los dos vivales. El Estado es una ciega y obstinada máquina. Además, hay allí tipos que son honrados y que dicen la verdad y que consiguen que funcione. Van a por Gubler con el estribillo de siempre, "cuervo; traidor". Es absurdo: el Mitterrand embustero, cínico, es tan cierto y necesario como el que supo decir aquel memorable mais oui para anunciar su candidatura a la reelección o el que lanzó con gesto insuperable un ramo de muguet al Sena, junto al puente donde habían ahogado a un joven magrebí. Dos gestos fundacionales de su leyenda que retransmitió la tele. La cámara, otrora pincel, atiende al héroe; el ayuda de cámara, al sudor. Cobran por ello y los dos dicen la verdad. Así pasa con los príncipes desde el Renacimiento.

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