Esto va en serio
La investigación sobre la muerte de Susana Ruiz empezó balbuceante, siguió dubitativa, prosiguió insegura y ahora deviene misteriosa. Y a los lados de ese camino se han quedado esparcidas muchas dudas que los investigadores no se han detenido a descifrar. La tesis de la policía -muerte natural, cadáver enterrado por un vertido ilegal de escombros, bragas bajadas porque Susana se detuvo a hacer sus necesidades- no ha sido alterada a pesar de las continuas incongruencias que presentaba (por ejemplo, el extraño itinerario que se le hacía tornar a la joven). Y la juez instructora, Ana Ferrer -ocupada en el caso Roldán-, archivó por dos veces el sumario sin una información exhaustiva.Las rarezas de la investigación sobre Susana Ruiz -cuya desaparición inicial durante 40 días nos familiarizó con su rostro y con su búsqueda- comienzan desde el momento en que se halló el cadáver. El cuerpo de esta niña de 16 años estaba en un lugar que se había rastreado una y otra vez, - y quien lo encontró , -por cierto, nadie le ha pedido declaracion- no necesité una excavadora porque se observaba parcialmente a simple vista. La autopsia practicada a continuación sirvió a la policía para dar por zanjado el asunto y transmitir certezas donde sólo había probabilidades. La infonnación facilitada oficialmente en su día sobre este informe forense olvidó citar que el cadáver presentaba un diente roto -partido de dentro hacia afuera-, mientras se difundían informaciones interesadas sobre una supuesta malformación cardiaca de la joven, que la autopsia no recogía como causa de su muerte. Junto al cadáver se halló una nota manuscrita que decía "225 pesetas", y no se ha tomado prueba grafológica alguna para averiguar a quién corresponde.
Ésas eran solo algunas de las dudas presentes en este misterio cuando se supo que José Alberto Zamorano Orellana, ex rapado
de 22 años, había huido tras dejar una grabación donde atribuía al grupo ultra Bases Autónomas la muerte de Susana. Este testimonio añadía nuevas incógnitas, y fue tomado con evidente reticencia por los investigadores policiales y judiciales, que ya habían asentado la tesis de la muerte natural. Incluso el propio Zamorano Oréllana se personó ante la policía tras huir de su casa, buscando seguramente protección, y no le hicieron caso, ni te preguntaron cómo sabía que el cadáver tenía un diente roto. Tal vez eso lo oyó en Telemadríd -ahora se ha sabido que esta cadena comentó el hecho, pero ello gracias a la tenacidad de algunos de sus trabajadores revisando el archivo, no por la investigación policial; o tal vez lo supo Zamorano por fuentes directas del grupo de rapados al que perteneció; seguimos con la duda.
En fin, todo lo averiguado se queda sin hilván, sin devanadera que enlace verosímilmente los datos conocidos. Y la música que se desprende de esto evoca el desinterés o la pereza mental hacia un caso en el que puede estar en juego la impunidad actual y futura de un grupo de ultras cuyos miembros han cometido ya abundantes tropelías y que merece ser tomado en serio. Aunque sólo sea corno hipótesis de trabajo.
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