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Coalición

Enrique Gil Calvo

El gong ha sonado, el calendario electoral acaba de iniciar su cuenta atrás y el 3-M los españoles acudiremos a votar. ¿Cuál será la correlación de fuerzas entre los cinco grandes grupos parlamentarios (popular, socialista, catalán, anguitista y vasco) que salga de las urnas? Es ahí, en esa lotería de las proporciones relativas entre los escaños (que determinan con rigor matemático las posibles coaliciones de control), donde nos jugamos el destino de la próxima legislatura. ¿Qué debería pasar para que los resultados del 3 de marzo hagan posible lo más conveniente para el porvenir, de nuestra democracia? Ante todo, lo mejor sería que no salga ninguna mayoría suficiente.

_Es cierto que, a corto plazo, la mayoría absoluta proporciona la más estable gobernabilidad, pero a la larga resulta contraproducente, como han revelado los penosos efectos perversos imprevistamente generados por el cheque en blanco disfrutado entre 1982 y 1993 por los socialistas. Y no me refiero tanto a las punibles extralimitaciones de poder (GAL, Filesa, fondos reservados, etcétera) como, sobre todo, al rampante deterioro de la democracia que se ha producido, afectando irreparablemente a la cultura cívica, la participación pública y el crédito de las instituciones. Pues, como las armas las cargas. el diablo, gobernar sin límites ni controles crea la oportunidad objetiva de abusar del poder: ¿y quién es el guapo que se atreve a jurar que no caerá nunca en la tentación de extralimitarse?

Nada, pues, de nuevas mayorías suficientes, por muy beatos y castos que parezcan sus impecables promotores. Por eso, lo más conveniente es que el grupo ganador en las urnas sólo obtenga una mayoría relativa, lo que obligará a formar una coalición tácita o explícita con aquella minoría que le permita completar un control parlamentario suficiente. Y que esto convenga lo demuestra que el PSOE nunca ha administrado mejor su poder, escándalos y crisppaciones al margen, que cuando ha estado limitado por el apoyo externo y condicional de la minoría catalana. Hasta 1993, en efecto, el Gobierno socialista no sabía evitar el extralimitarse presupuestariamente: por mucho que Economía quisiera controlar el gasto, los ministros tecnócratas o populistas forzaban por la vía de los hechos la más ruinosa multiplicación del déficit. Pues bien, todo esto se acabó a partir de la asociación de la minoría catalana al poder: su control condicional permitió ajustar el gasto por miedo a que retirasen su apoyo externo.

De modo que, tras el 3-M, el reparto de escaños debería determinar una nueva coalición entre la minoría catalana (pues no cabe imaginar siquiera pacto alguno de gobierno con los anguitistas, que sólo saben hacer de perro del hortelano) y el grupo parlamentario que obtenga la mayoría relativa (pues no es deseable una coalición contra el vencedor de las elecciones). ¿Pero cuál convendría que fuera éste: el PP o el PSOE? Por razones de gobernabilidad y cohesión social, este papel le correspondería mejor a los socialdemócratas (como ellos mismos van a tratar de vendernos), pues la esquizofrenia de los populares, mitad populistas mitad liberales, nos precipitará en un otoño francés. Pero los socialistas no merecen volver al Gobierno, pues, de hacerlo, todas sus penosas responsabilidades históricas quedarían impunes. El cuerpo electoral no debe amnistiar al PSOE: al contrario, debe votar por su salida para que pueda retirarse con toda la dignidad posible antes de que, otra confábulación lo defenestre.

¿Debemos, pues, resignarnos al inmerecido y triste sino que cabe esperar si gana Aznar y su gente? Es posible, pero tampoco hay que desesperarse. No hay mal que por bien no venga si ello les exige incorporar al poder a la minoría catalana, que habrá de moderarles, pues así se resolvería además el contencioso histórico de la derecha española, dada su incapacidad para vertebrar su integración territorial. Y tampoco hay mal que cien años dure: aunque Aznar llegue a gobernar, antes o después el electorado lo retirará también.

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