Guatemala escapa a lo peor
GUATEMALA HA escapado a lo peor, al regreso en toda regla a una de las peores fases de su violenta historia contemporánea. El pasado domingo, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el conservador Alvaro Arzú, del Partido de Avanzada Nacional (PAN), venció por un margen escaso de votos al ultra derechista Alfonso Portillo, del Frente Republicano Guatemalteco (FRG). Portillo era el hombre de paja de Efraín Ríos Montt, el general golpista que en 1982 y 1983 implantó en Guatemala un régimen de terror, con decenas de miles de campesinos asesinados o expulsados de sus hogares por una desmelenada soldadesca. Ríos Montt, seguidor de una secta fundamentalista protestante y secretario general del FRG, no había podido presentarse directamente a las elecciones presidenciales por impedírselo legalmente su pasado golpista. Portillo, su representante, hizo una campaña basada en la promesa de implantar un Gobierno de "ley y orden" para terminar con la violencia política y la delincuencia común.Guatemala, no obstante, sigue navegando en aguas turbulentas. De la todavía insegura situación de ese país centroamericano dan prueba las 500 personas que han perdido la vida en atentados políticos en los dos últimos meses. O el hecho de que, pese a la existencia de un proceso de paz, numerosas zonas del país sean todavía escenario de enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales y las guerrillas de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). O el elevado nivel de criminalidad común.
Tampoco es tranquilizador que la abstención alcanzara al 62% del electorado. Ello ha sido considerado "muy alarmante" por Rigoberta Menchú, que había expresado su apoyo al proceso electoral. La premio Nobel considera que la mayoría de las comunidades indígenas mayas -más del 60% de la población- no se han identificado con ninguno de los dos candidatos en liza.
Arzú, heredero del presidente saliente, Ramiro de León Carpio, debe su victoria al voto de la capital, Ciudad de Guatemala, de la que fue alcalde entre 1985 y 1990, y donde tiene fama de político honesto y eficaz. También a la oposición de la jerarquía católica al fundamentalista protestante Ríos Montt. Y en general, al temor muy extendido de que el regreso del general al poder supusiera el fin de las negociaciones con la guerrilla de la URNG.
Nacido hace 49 años en el seno de una familia de origen vasco convertida en una de las más poderosas de Guatemala, Arzú tiene a su favor que el PAN dispone también de 42 de los 80 escaños del Congreso. Pero su acción presidencial se verá condicionada por la sombra de los militares, que gobernaron directamente el país hasta la restauración de la democracia en 1986. Arzú ha anunciado que se apoyará en los militares demócratas para obligar al Ejército a actuar dentro de "los parámetros que le marca la Constitución", aunque también ha precisado que no desencadenará una "caza de brujas".
El presidente electo anunció ayer su programa para los próximos cuatro años: unificación de las diversas fuerzas policiales para combatir el crimen, apoyo a la seguridad de jueces y testigos, política económica liberal con apertura al exterior y privatizaciones y culminación en 10 meses de las negociaciones con la URNG. Es un programa de delicados malabarismos a cuyo éxito poco cooperará el hecho de que Guatemala, con el 80% de sus 10,5 millones de habitantes viviendo por debajo del umbral de la pobreza, es también un país de explosivas condiciones sociales.
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