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Chuzos de punta

A diferencia de lo que pueda ocurrir en Calcuta, Tegucigalpa o Nueva Orleans, Madrid no es una ciudad que sé lleve bien con la lluvia. En aquellos lugares, por razones de uso, la gente sabe mantener el tipo y no se deja amedrentar por unas meras gotas de.agua que se limitan a hidratar lo que les queda debajo. "¿Llueve?", se dicen allí contemplando el cielo. "Sea", parecen opinar del asunto. Una actitud, en definitiva, sana, respetuosa y cordial, opuesta en todo a la que solemos adoptar en la meseta. Aquí, y antes de cualquier otro considerando, nuestra primera reacción consiste en modíficar el tono de voz: "¡Llueve!", pronunciamos sobresaltados, mirando por la ventana; y a continuación, echamos mano al manual de supervivencia. Entretanto, en el exterior, la lluvia va dando lustre a los tejados. y forman do pequeñas corrientes en el bordillo de las aceras. En principio, nada se diría fuera de lugar; pero la impresión es errónea. La ciudad se ofusca y se le aprecian ya sus primeros gestos enfermizos. Una extraña tensión flota en el ambiente. Inquietud en el hormiguero. Las figuras aceleran el paso, todo son prisas y aspavientos. Ha estallado el desorden y en muy pocos minutos la estructura anterior se desparrama hasta hacerse un ocho. El barrillo cubre las aceras. Los semáforos se es tropean, los automóviles salpican a los transeúntes; se oyen tacos y patinazos. Es el caos. El torbellino en el torbellino. Por supuesto, profesionalmente hablando, y en lo que atañe a la acracia y el anarquismo, todo esto podría parecer beneficioso para la causa. Ya se sabe: en aguas revueltas..., y tal. Pero no. Una vez analizado a fondo el caso, no hay motivos para la alegría. Pese a las apariencias, este tipo de conmociones no desgastan a las instituciones, sino que las fortalece, ya que el ciudadano tiende a. sentirse desprotegido, desamparado y más bien poquita cosa ante los desmanes de la naturaleza.Y en medio del huracán, emulando a esos saltea dores que aprovechan el desconcierto de un terremoto para saquear en plan rata, refulge con luz propia una clase de sujetos, una subespecie, un desorden genético que todavía dificulta más la situación. El Diccionario de la Real Academia Española, en un despreciable alarde de indolencia, sólo recoge dos acepciones para el término paragüero: a) "Persona qué hace o vende paraguas"; y b) "Mueble dispuesto para colocar los paraguas y bastones". Y punto. Es decir, que el muy farsante se inhibe a la hora de definir a quienes manejan el artilugio por las calles. Imperdonable, porque con su conducta no sólo demuestra una cobardía nauseabunda, sino. que, por defecto, fomenta la indefensión de aquellos ciudadanos que han de soportar los desmanes de dichos usuarios. Una pena, desde luego, ya que la ocasión venía que ni pintada para decirle un par de cosas a estos desalmados. De hecho, paragüero es un vocablo que por si mismo suena lo suficientemente pastoso como para haberle aplicado una definición en la que no faltaran un par de apuntes ofensivos y chocarreros, y obsérvese, también, que el término resulta ser una perfecta contracción de la expresión "pájaro de mal agüero", lo que añade gravedad al desliz de la Academia.Los paragüeros pertenecen a todas las capas sociales, a todos los sexos, casi a todas las edades. Se mueven por la calle. con irritante arrogancia, hiriendo coronillas, seccionando yugulares, saltando pómulos, abriendo cejas, saltando globos oculares cada 10 o 12 metros. Curiosamente, muchas de sus víctimas acaban pidiéndoles perdón. De vez en cuando se detienen en medio de la acera, y conversan entre sí. En estos casos, no aconsejo intentar abrirse paso. Ellos lo consideran una ofensa, y las varillas de sus paraguas no suelen pasar por alto la insolencia. Y por todo lo expuesto, tras varios días de estudio, he llegado a la conclusión de que sólo caben dos salidas: abordar la calle provisto de un abogado móvil, o bien hacerse de la secta. Lo primero sale caro, y lo segundo ..., da grima. Casi me inclino por la sequía.

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