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¿Sabemos argumentar?

No hay más que leer el periódico, oír la radio o ver la televisión para darse cuenta de que éste es un país que no sabe argumentar. Que vivimos a la deriva en un mar de contradicciones, vulgaridades o sofismas que nos envuelven; y que, cansados o abrumados, terminamos por aceptar sin reflexionar. La política hoy es así. Se nos inunda de información, a veces sesgada, sobre todo al escuchar esas tertulias que Dios confunda porque nada acláran, sino que dogmatizan sobre lo divino y lo humano cuando creíamos que los dogmatismos estaban en vías de de saparecer. Y al pobre oyente que, las escucha, cuando tímidamente disiente, le da la- sensación de que es tonto, a juzgar por la sabiduria que derrochan estos pretendidos maestros que todo lo saben,Y nada digamos del mundo religioso: los obispos y sus adláteres no nos dejan pensar por nuestra cuenta, a los que todavía somos creyentes, pero que entendemos que sin el uso de la razón no somos seres humanos,.. sino meros autómatas. O el católico que asiste los, domingos a misa. Allí se nos habla desde arriba sin dar pie para pensar las vulgaridades que nos suministran, porque enseguida empiezan esos cánticos horteras que impiden cualquier ejercicio de reposo y meditación interior.

¿Y la enseñanza? ¿Se deja tiempo para el diálogo, el debate, y se nos educa en el arte de pensar y argumentar?

Recientemente nos contaba Rosa Montero, en un artículo que todo el mundo debía leer, que en la Comunidad de Valencia unas profesoras hicieron hace poco un libro didáctico y riguroso para que los alumnos aprendieran ese difícil arte hoy abandonado. Y ¿qué ha ocurrido?: que, al venir la nueva política allí, se han apresurado a cortar las alas de este excelente ensayo que todos debíamos. imitar. ¿Es, que se nos quiere encerrar en las cavernas y resulta peligroso aprender a razonar por nuestra cuenta, o que es preferible seguir lo que nos digan los que mandan ahora en Levante y no penlar por nosotros mismos?

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He leído el libro primero que se publicó allí para la enseñanza titulado Para convencer, y su se gunda edición, Para argumentar, una vez corregida aquella inicial, para, evitar malentendidos de los que miran todos los detalles con lupa y olvidan lo esencial. Todo ello me ha sugerido la mecesidad de reflexionar un poco sobre este problema del pensar, hablar y razonar para acercarnos a la verdad, cuyo camino es mucho más difícil de lo que dan la sensación esos re tendidos gurúes españoles de los que hablaba antes, sea en el campo de la información, la política, la. religión o la enseñanza. El pensamiento y la palabra están estrechamente unidos. Muchos psicólogos creen haber demostrado que no se piensa sin palabras. De ahí tres consecuencias: a) que el mundo actual español ha empobrecido su idioma de tal modo. que nos faltan por eso ideas, ya que no podemos pensar si no tenemos el vehículo de la palabra-, b) que debernos aprender el uso de la palabra, de saber argumentar con ella, de lo que los antiguos llamaban retórica, pero. ahora hemos de inventar una retórica nueva, quemo caiga en los vicios del academicismo ni de las recetas formalistas que congelan nuestra posibilidad de pensar con independencia, y c) que si se tienen menos palabras, se tiene también menos ideas, y menos opciones auténticas para elegir, será uno menos libre, y padecerá lo que hoy es tan frecuente, la ilusión de la libertad.,

Los que hacen la reforma de la enseñanza, a nivel nacional o autonómico, tienen que darse cuenta de que educar no es convertir al niño, al adolescente y al joven en un almacén de datos, sino que "educar es dar al ser humano el poder de autogobernarse para no creer sin pruebas", como decía Alain, el mejor educador francés de este siglo.

Hay que tener un sentido crítico para poder ser humano y autodesarrollarse en un mundo, de influencias. tan poderosas en el que somos gobernados por la técnica hoy tan sofisticada. que está en manos de los grupos de intereses, sean políticos, financieros, sociales o religiosos, No podemos ser. engañados con el atractivo del último chisme o escándalo. Hay que pensar lo que, ocurre, y no dejamos Ilevar por la corriente de la moda, o de lo que se dice, o de lo que apetece, superficialmente, y que está convenientemente manejado por la publicidad o la propaganda.

,Sin duda: circula un grave, prejuicio, que desveló el filósofo Descartes, iniciador del mundo moderno y del pensamiento crítico que construyó Europa. Que hay personas más o menos inteligentes, y que debemos estar en las manos de los que llevan el marchamo de ser superiores. No, el acierto en el pensar está sólo en el camino que sigue nuestro pensamiento, y en la aplidación que hacemos del mismo. Y eso se aprende con un buen método que nos enseñe a, discernir lo verdadero de lo falso; y todos tenemos la capacidad de hacerlo, pero hay que estimularlo, enseñarlo y desarrollarlo. Los unos son más rápidos. que los otros; pero ¿quiere eso decir que ese ingenio vivaz es más acertado que el más lento y menos rápido? ¡Cuidado!, que el ingenio que todo lo avasalla con su rapidez es peligroso, porque confunde fácilmente con. el chispazo de su brillántez, que ciega nuestra, capacidad de conocer serenamente la verdad.

Yo me pregunto, ¿por qué nunca nos han dicho que la inteligencia se aprende, aunque requiera paciencia, como ha demostrado, prácticamente con sus métodos el profesor venezolano Alberto Macahado? ¿No es cierto, como, sostenía Alain, que se verían grandes. cosas si se instruyera seriamente a los ignorantes? Pero se prefiere mantenerlos sin reconocer por si mismos la verdad. Nosotros tenemos aquí en España un importante ejemplo, el del filósofo más profundo de nuestra edad moderna, tan apreciado por las universidades alemanas de la ilustración, el padre Francisco Suárez. El método jesuítico que quería desarrollar la inteligencia hizo de él un ejemplo de filosofía profunda. Lo mismo que de sus famosos alumnos Corneille, Descartes, Moritesquieu y Voltaire, que no adquirieron, por suerte quizá, sus convicciones; pero les enseñaron algo mucho más importante: a pensar eficazmente por su cuenta, como señala el profesor agnóstico Highet. Lo que ya no es de recibo es el método de estructura del razonamiento, tan metido hoy en la educación religiosa o profana, que corresponde a un modo de pensar infántil, de esa lógica de clases cómo han demostrado el filósofo Brunschvig y el psicólogo Piaget. Ahora necesitamos' no clasificaciones, sino relaciones. No el enfrentamiento, sino descubrir la relación profunda que todo tiene con todo: la síntesis qué lo abarca todo en su conjunto, más que el análisis que todo lo desmenuza y hace perder la, estructura básica y de conjunto de la realidad que vamos alcanzando. La ciencia actual, sobre todo la nueva física, lo ha descubierto. prácticamente con sus sorprendentes resultados, como recuerda el filósofo de la ciencia Reichenbach.

Los errores ciertamente son acervo de la humanidad, pero el tonto, no se da cuenta de su error y, en cambio, el que usa de su inteligenciá, de eso que se llama buen sentido, y no del falsísirno y engañoso sentido común, que es el pensar rutinario, está siempre dispuesto a rectificar. Sabe, además, que demasiadas veces todo tiene dos caras y no una sola.

Y hasta el sentimiento tiene una misión catalizadora: es un estimulante para no quedarnos parados en el camino dinámico de buscar la verdad, y en confrontación serena con el otro. Eso nos da una perspectiva enriquecedora, en la que no habríamos caído de no estar dispuestos a dialogar y debatir, acostumbrándonos con calma a argumentar con razones de verdades convincentes. Razones que muchas veces no pueden. ser más que probables. Tomemos tiempo para meditar; y no nos dejemos llevar del pensar actual calculador, egoísta y egocéntrico, pecuniario y cerrado.

Enrique Miret Magdalena es teólogo seglar

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