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Reportaje:PLAZA MENOR - SAN ILDEFONSO

Miserias y Maravillas

Antes de proyectar sobre estas maltratadas cuadrículas del centro de la urbe, nuevas plazas para dar aire al caserío y aliento a la especulación sumergida, los desurbanizadores municipales deberían saber qué hacer con algunas de las existentes. Plaza com ésta de San Ildefonso que fue plaza de mercado hasta que un alcalde asilvestrado de aquellos del franquismo arrambló con ella, sin más razón que la de buscar clientela para un mercado más moderno al otro lado de la calle de Fuencarral, con el consiguiente reparto de comisiones y cajones, puestos, impuestos, tráfico de influencias y colmas diversas. Desapareció de la noche a la mañana el mercado popular, la piqueta acabó con la mampostería que había levantado con esmero en 1834 el arquitecto Lucio de Olavieta y las vecinas de Maravillas se vieron obligadas a cruzar su natural frontera o a conformarse con los puestos callejeros y los pequeños comercios de alimentación que aún no han abandonado las dos Correderas y la calle del Espíritu Santo.El barrio perdió un mercado y ganó (¿?) más que una plaza un corral; alguien, para disimular, puso allí una fuentecilla abrevadero con sus tritones de hierro fundido a prueba de vándalos, tres hierbajos y unos bancos. Un escenario enmarcado por el muro lateral de la iglesia de San Ildefonso, que si en su fachada no es precisamente una joya lo es menos aún en este costado lleno de parches, cuya exhibición no estaba prevista. Rincones así hacen las delicias de los miccionadores nocturnos con urgencias y sirven como almacén de residuos líquidos y sólidos, contenedor espontáneo para jeringuillas desechables y desechos vagamente humanos, envases no retornables e individuos que ya pasaron el punto de retorno y cuya fecha. de caducidad parece próxima.

Ya se desvanecieron las voces del mercado y los ecos de las barricadas de la noche de San Daniel de 1866, cuando estudiantes y vecinos se alzaron contra la tiranía de Isabel II, encendidos por el verbo de Castelar, protagonista y cronista de aquellos sucesos en su novela Ricardo, que arranca en esta plaza, hoy más que nunca campo de batalla arrasado, sometido a un tenaz bombardeo de latas y botellas. Dos placas recuerdan en este lugar la estancia de dos grandes pintores, aquí vivió Mengs el pintor flamenco de la corte de Carlos III, y tuvo su estudio el bohemio, arrebatado y madrileñísimo pintor Leonardo Alenza cuya fama no le libró de morir en la indigencia. Hoy la imagen de la plaza sería un buen motivo para un Ilustrador del hiperrealismo sucio, pero se conforma con los garabatos de los grafiteros, artistas que han aprendido a firmar y rubricar sus obras antes que a hacerlas.

Aunque abusar del objetivo galdosiano es pecado habitual de los cronistas madrileños, su uso en estas latitudes está más que justificado para referirse a algunos comercios de la plaza y de la Corredera donde aún abren sus puertas establecimientos que se mencionan en varias de sus obras. La admiración expresa de don Benito por los bodegones de legumbres expuestos a la entrada de las tiendas de ultramarinos y coloniales, le valió el despectivo epíteto de garbancero prodigado muchas veces por aprendices de esteta con más desparpajo que arte, pero el paso del tiempo ha convertido algunas de estas tiendas en monumentos a conservar en un hipotético museo costumbrista con toques de pop-art castizo y menestral que en su día re flejara la paleta del pintor Al caín. Don Benito, Alcaín y el que esto suscribe estaríamos de acuerdo en exaltar todavía las virtudes artísticas de la fachada y sobre todo del contenido de los escaparates de una tienda de géneros de punto colindante a la plaza, con su abigarrada muestra de castísimas bragas, sujetadores y calcetines a modo de íntimas composiciones elaboradas por un escaparatista sin complejos. No ha muerto la actividad comercial del barrio diurno, los antiguos vecinos y los nuevos pobladores del barrio siguen haciendo la ronda de pequeñas tiendas sin dejarse atrapar por las tentaciones de los supermercados que aquí suelen ser, modestos y mínimos, nacidos de una imprescindible adaptación a los tiempos. Pescaderías, carnicerías y pollerías a la antigua usanza compiten con la modernidad de las croissanteries, galicismo que pronuncian con la debida prosopopeya los castizos locales, cuya memoria histórica aún guarda ciertos resabios contra los gabachos invasores desde los tiempos de Pepe Botella.

Tabernas y cervecerías diurnas y pubs para noctámbulos salpican la plaza de San Ildefonso, buen lugar para la degustación de las picantes bravas, la racial oreja de cerdo y otras especialidades tradicionales. Los amantes de la cerveza tienen en La Ardosa, de la calle de Colón uno de sus templos favoritos. Sobre la antigua bodega, que formaba parte de una cadena de establecimientos de raigambre madrileña, un carnicero del extinto mercado, asesorado por sus hijos que habían viajado a Irlanda, instaló el primer grifo de Guinness que mereció tal nombre en Madrid. Hoy, desde La Ardosa, la Guinness y las tabernas irlandesas se han extendido por la ciudad, propagando las virtudes de la espesa y rotunda cerveza negra. Conserva La Ardosa viejos y artísticos reclamos pintados sobre los cristales de sus puertas hace más de cuarenta años, efímeras ilustraciones que se resisten a desaparecer como los azulejos decorados que enmarcan su recinto. Hay una pizarra con antiguos récords de bebedores de cerveza en una competición, seria y profesional, que se celebraba el día de San Patricio. La fiesta irlandesa se sigue celebrando, pero sin concurso para no dar paso a los excesos de los aficionados sin clase. De los grifos de La Ardosa brotan algunas de las mejores cervezas del planeta, tiradas con esmero y acompañadas al gusto de encurtidos y pinchos para hacer más fácil su trasiego. La panoplia internacional de tanta marca cervecera contrasta con los autóctonos grabados de Goya que forman una orla alrededor del local.

En el conjunto de los bares diurnos hay que señalar la cafetería Sidi y las cervecerías Ulecia y Escalada. Para los noctámbulos y amantes de la música y de las artes abre sus puertas el Alí Fanfarón Végil de la Trapobana. Otro pub, El Balcón, resulta una aparición, un café fantasma emergido en a plaza tras un largo viaje en el túnel del tiempo.

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