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Reportaje:

La Gran Muralla

Un muro de 99 kilómetros protege al buitre negro y al águila imperial de los 'bárbaros' de la capital

, En el siglo de Aníbal existían dos métodos para hacer frente a los bárbaros: a) el romano, que consistía en darle sopas con onda al enemigo, y b) el chino, que exigía apilar pedruscos a lo largo de 3.000 kilómetros de frontera. Justo 2.000 años después de que el emperador Shih Huang Ti ordenara la edificación de la Gran Muralla (247 antes de Jesucristo), Fernando VI, que era amigo de la paz y de la horticultura, optó por el método b para defender su cazadero de El Pardo de las intrusiones de las hordas del sur: los madrilenos.

En 1.753, pues, el rey de España mandó erigir una tapia de mampostería y ladrillo de 99 kilómetros en torno a su posesión, a fin de que los furtivos, los pastores, los curiosos y otros vecinos indeseables no le malograsen la caza. El asunto no era baladí. Ya en tiempos de Alfonso XI, el lugar, gozaba de gran fama por su riqueza cinegética, siendo así que el autor del Libro de la montería, nada dado a la hipérbole, se felicitaba de "haber matado dos osos un sábado, antes de mediodía, que nunca vi dos osos mayores, ni ayuntados en uno". Desde Carlos I hasta Franco, ningún escopetero regio o asimila o se, privaría de darle gusto al gatillo en El Pardo, y, si bien el oso y el lobo y el lince pasaron a la otra vida, la fauna restante permanece aferrada a ésta con una salud admirable.

Odio a las vallas

Camino de Tres Cantos, donde ha de principiar su andadura, el excursionista, que odia minuciosamente las vallas, se pregunta si algún día los madrileños dejarán de ser considerados unos Atilas y si, llegado ese día, merecerán los mismos privilegios que sus soberanos -o más, por ir desarmados-, pudiendo holgarse en la naturaleza sin barreras y sin menoscabo de ella. Sumido en estas cívicas divagaciones, aparca (o se apea) en la estación de tren, rodea el edificio de Siemens por la izquierda, se salta a la torera la carretera de Colmenar y, nada más enfilar la pista que surge en el arcén contrario, obtiene una respuesta: no. Al paso que vamos, nunca.

Muévele al pesimismo el cáncer urbanístico de Tres Cantos, que amenaza de metástasis al oeste de la carretera (edificio AT&T); muévenle las granjas basura que proliferan en pleno parque regional de la Cuenca Alta del Manzanares, hechas con cuatro chapas y un tejado de uralita, cuando no con el chasis de un autocar abandonado, muévele, en fin, la contemplación de la rampa colmenareña, pelada como un sorche tras centurias de tala y pastoreo, en comparación con el exuberante, casi selvático, monte de El Pardo.

Tomando como referencia su parda espesura, el paseante sigue la pista hacia poniente, flanqueado a la izquierda por las alambradas, vallas y cercas -¡qué remedio!- de sucesivas fincas. El camino no tiene pérdida: un par de kilómetros más adelante, obliga a vadear el arroyo de Tejada a la altura de una chopera, registra luego un mínimo repecho y se topa con la linde pétrea del magno, encinar. Sin perder ya de vista el cercado, el excursionista habrá de andar atento para asomarse por encima de él cuando la ocasión sea propicia. Sus dos metros de altura no deben desanimarle. Sobrepasado el vértice geodésico de Valdeleganar (762 metros), comienza a menguar, mostrándose a ratos sin estorbo buena parte de las 17.000 hectáreas de encinares que custodia el Patrimonio Nacional. Libres e inaccesibles, los penúltimos buitres negros y águilas imperiales de la Península sobrevuelan el enclave sin saber de custodios. Cigüeñas negras, azores, gavilanes, alcotanes... El esplendor de la avifauna aquí reunida no tiene parangón. De ahí que la Unión Europea la declarase zona de especial protección para las aves. Y de ahí que el excursionista, llegado al puente de la Marmota, junto a las aguas del Manzanares, se siente en el pretil como un rey, con la absoluta seguridad de ver pasar un ánade real, una polla de agua; un cormorán... Como un rey, pero sin escopeta.

Sobreruedas

Dónde. Tres Cantos apenas dista 20 kilómetros de la capital. Se va rápidamente por la carretera de Colmenar (M-607), pero es más ecológico el cercanías (Renfe, teléfono 328 90 20), con servicio abundante y continuado desde las seis de la mañana hasta las once de la noche.Cuándo. En época invernal se incrementa la diversidad de especies aladas que acuden al embalse de El Pardo. Por lo demás, es una caminata de alrededor de 20 kilómetros (cinco horas, sin contar paradas) por terreno llano, recomendable para cualquier día del año.

Quién. Miguel Ángel Acero describe esta marcha en la guía Madrid, a la búsqueda de su natuleza (Libros Penthalon), itinerario 3.

Cuánto. El tren cuesta 250 pesetas. El resto es gratis.

Y qué más. La misma ruta puede recorrerse íntegramente en bicicleta de montaña. Aconsejamos, empero, no llegar hasta el puente de la Marmota, sino seguir por la pista que bordea por la derecha el cerro homónimo -fácil de reconocer por la construcción cúbica que hay cerca de su cima- y que conduce te hacia Colmenar Viejo. La vuelta se puede efectuar por el carril bici o por el camino junto al ferrocarril.

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