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La izquierda que conviene a la derecha

La principal conclusión que se puede sacar del reciente congreso del Partido Comunista de España es que Julio Anguita y sus seguidores están dispuestos a todo menos a gobernar. O, más exactamente, no están dispuestos a gobernar ni a dejar que gobierne otra fuerza de izquierda. Más allá de los discursos inflamados y de los exabruptos del congreso, esto es lo que importa.No es una novedad, desde luego. Es, simplemente, la confirmación como línea política general de lo que ya ha ocurrido en esta última legislatura en las Corles Generales, en Andalucía, en Asturias, posiblemente en Extremadura y en muchas ciudades de casi toda España tras las últimas elecciones municipales. Y no tendría más trascendencia si el PCE fuese una fuerza menor, marginal, en el panorama político español. Pero la tiene porque es la tercera fuerza en el Congreso de los Diputados -a través de las siglas de Izquierda Unida, que tan malparadas han salido de esta reunión- y también en el panorama general de las autonomías y de los municipios.

Que esta tercera fuerza sea una fuerza de gobierno o no es un dato fundamental en la política española, en todos sus niveles. Puede no serlo si seguimos en la lógica de las mayorías absolutas. Pero es importante, y mucho, cuando las mayorías absolutas son reemplazadas por unas mayorías relativas, más acordes con el pluralismo real de nuestra sociedad en un sistema parlamentario ya normalizado. Con las mayorías relativas son fundamentales las alianzas. Y éstas son imposibles cuando hay una fuerza significativa, que puede decantar o impedir unas alianzas y que se niega a entrar en el juego porque no quiere asumir ninguna responsabilidad de gobierno.

Nuestro sistema electoral no está pensado para asegurar grandes mayorías absolutas, que son más bien la excepción en un país democráticamente maduro, sino para asegurar mayorías compuestas por fuerzas afines. Cuando se celebraron las primeras elecciones municipales, en 1979, por ejemplo, la UCD fue la fuerza más votada en muchas capitales de provincia y en buen número de otras grandes ciudades. Pero no obtuvo la mayoría absoluta y la izquierda le arrebató casi todas las alcaldías porque el PSOE y el PCE supieron unirse. Después, la UCD se rompió y la izquierda siguió gobernando en las principales ciudades porque mientras la derecha se dividía ella se mantuvo unida. En las últimas elecciones municipales ocurrió lo contrario: la derecha se unió y la izquierda se dividió. El resultado es que la mayoría de las capitales de provincia y otras ciudades importantes tienen alcalde o alcaldesa del PP. Esta es la lógica de un sistema electoral municipal como el nuestro, que en defecto de mayorías absolutas obliga a las fuerzas afines a unirse. Y si no lo hacen, pierden.

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Ésta es también la lógica del sistema electoral para las elecciones generales y las autonómicas. En Asturias gobierna la derecha, con un presidente que había sido activista de los guerrilleros de Cristo Rey, porque la izquierda se ha dividido. Si el PSOE e Izquierda Unida hubiesen sumado sus votos, habría una amplia mayoría de izquierda, pero IU -¿o el PCE?- ha preferido" dar el Gobierno al PP. En Andalucía y Extremadura tenemos a dos presidentes socialistas sometidos al fuego cruzado de unos Parlamentos donde Izquierda Unida se une con el PP para paralizar su labor. Como resultado de esto, en Andalucía se van a tener que convocar, elecciones anticipadas, y después de ellas estaremos en las mismas: el partido más votado será el PSOE o el PP. Y si ninguno de ellos obtiene mayoría absoluta, que parece lo más probable, el problema se planteará otra vez, con mayor crudeza si cabe: ¿qué hará Izquierda Unida? En caso de mayoría relativa del PP, ¿repetirá la hazaña de Asturias y dará a Andalucía un presidente de derecha? Y en caso de mayoría relativa del PSOE, ¿asumirá Izquierda Unida una parte de la responsabilidad de Gobierno o seguirán Ias cosas como hasta ahora, es decir, seguirá Izquierda Unida impidiendo que el PSOE gobierne, sin ofrecer ninguna alternativa?

El reciente congreso del PCE nos ha dado la imagen de un partido áspero que aspira a recoger todos los motivos de descontento actuales y futuros sin darles ninguna salida. Armado con el peso de estos descontentos se configura más bien como un gran grupo de presión, que recuerda en muchos aspectos a nuestro viejo anarquismo. Pero todo esto se pone al servicio de una determinada causa, que también recuerda bastante la lógica de los años treinta. Es, en definitiva, la lógica de clase contra clase en la que no caben niveles intermedios: o se está con una clase o con otra. Desde esta postura, todo es claro y preciso para Julio Anguita, y sus seguidores: ahí está una derecha pura y dura, que es el PP, y aquí una izquierda igualmente pura y dura, que es el PCE. Y en medio, proclamándose de izquierda, pero ejerciendo realmente el papel de servidor sumiso de la derecha, está el PSOE, y empiezan a estar también, según el propio Julio Anguita, los sindicatos. El PSOE y estos sindicatos derechizados son, pues, el gran elemento de confusión de las masas populares, el factor que las desvía de su auténtico destino revolucionario.Y por eso es el factor que hay que suprimir o controlar. Esto es hoy por hoy imposible porque el PCE no tiene fuerza suficiente para ello. Pero si tiene fuerza para distorsionar e incluso para paralizar el sistema parlamentario cuando no hay mayorías absolutas. Para ello, e incluso para ir más lejos, no le hace ascos a las coincidencias puntuales con esa derecha pura y dura, o sea con el PP, ya que comparte su mismo objetivo principal: quitarse de delante al PSOE.

Nuestro sistema parlamentario no es un régimen de asambleas. Es un sistema en el que el Gobierno gobierna y el Parlamento legisla, controla y orienta. Es también un sistema que busca la estabilidad penalizando la formación de mayorías negativas mediante el mecanismo de la moción de censura constructiva. Pero en el Parlamento andaluz, Izquierda Unida ha pretendido gobernar desde el Parlamento, y junto con el PP han impedido que el Gobierno cuente con los medios para gobernar, que es su función. La misma lógica ha unido a Izquierda Unida y al PP en las Cortes Generales, aunque aquí el Gobierno y el Grupo Socialista han tenido más margen de maniobra para superar dicha mayoría negativa. Pero todos hemos visto los efectos devastadores de la dura campaña que tanto el PP como Izquierda Unida -¿o el PCE?- han mantenido contra la única y complicada mayoría que el PSOE ha podido hacer en esta legislatura: la mayoría inestable y puntual con Convergència i Unió.

Con un PCE metido en esta lógica, es casi imposible llegar a algún acuerdo. El resultado es, por consiguiente, el bloqueo de un gobierno de izquierda. Y este bloqueo sólo tiene dos salidas: el caos o el gobierno de la derecha. En ambos casos pierde la izquierda, o sea, pierden los millones de ciudadanos y de ciudadanas que confían en ella. Y gana, desde luego, una derecha que no es mayoritaria en el conjunto del país, pero que se encuentra con el regalo de una izquierda desunida y con una de sus partes, el PCE, empeñada en destruir a la otra. Por eso esta llamada izquierda, la que se pretende pura, incontaminada, auténtica e inconmovible, es la izquierda que más y mejor conviene a la derecha. Por eso cada voto que va a esa izquierda es un voto que o no sirve para nada o sirve para que gobierne la derecha. No es una conclusión que yo me invento: es la única conclusión seria que se puede sacar de los discursos y de las contundentes resoluciones del reciente congreso del Partido Comunista de España.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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