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Gutiérrez Mellado, consejero permanente de Estado

Durante casi cinco años -los últimos de su vida- he tenido el honor y la inmensa satisfacción de trabajar al lado de don Manuel Gutiérrez Mellado, capitán general, consejero permanente de Estado. Todos los jueves y algunos otros días de cada semana, en reuniones que con frecuencia se prolongaban mañana y tarde, el consejero Gutiérrez Mellado exponía su parecer en relación con los asuntos consultados al Consejo por el Gobierno de la nación y los de las comunidades autónomas. Como testigo de tan importante fase de su vida, iniciada en junio de 1994, fecha de su nombramiento como consejero presidente de la Sección Primera, me ha parecido un deber dar a conocer lo que, en otro caso, habría quedado en las actas de las sesiones de trabajo y en el recuerdo de quienes, como compañeros suyos, disfrutamos de su permanente actitud afectuosa y sencilla, de su agudeza para captar en un instante el núcleo básico de los problemas, del rigor de sus intervenciones, de su lealtad constitucional, de su preocupación por el prestigio de las instituciones que articulan la vida nacional y de su gran amor a España.El general -como le llamábamos casi siempre, eludiendo así, intencionadamente, otros tratamientos que legalmente le correspondían, pero que parecían producirle un cierto rubor, pues hasta tal grado llegaba su modestia- emanaba ternura y creaba a su alrededor un clima de naturalidad, franqueza y afecto que hacía muy fácil la comunicación y el diálogo sinceros. A ,veces, al amparo de ese ambiente propicio, en el interlocutor surgía espontáneamente el comentario de admiración hacia lo mucho que había hecho por la convivencia pacífica. Ése era justamente el momento en que el general se removía en su butaca, cruzaba una pierna sobre la otra y, con elegancia, desviaba la conversación hacia otros derroteros más impersonales. Tan lejos como de la autocomplacencia estaba siempre el general de la descalificación de aquéllos de quienes discrepaba. Las intervenciones del general -dentro y fuera del Consejo se caracterizaban por la diafanidad. Exponía su pensamiento con frases cortas, claras, desprovistas de hojarasca, dando la impresión de haberlo sometido previamente a un proceso selectivo decantador de las ideas principales. Tenía la rotundidad y la fuerza persuasiva de la claridad. Cuando hablaba demostraba creer profundamente en lo que decía. La congruencia y la utilidad de sus opiniones, potenciaban su capacidad de convicción. Elegía el argumento principal y prefería una razón fuerte a varias débiles. Le molestaba andarse por las ramas e iba directamente al grano. Dominaba la elocuencia de lo conciso y directo. A su condición de militar -la que más le enorgullecía, a la que quería servir sin desmayo, en la que había aprendido, como tantas veces repetía, cuanto de bueno había podido entregar a los demás- asociaba su lealtad constitucional. "Lealtad", dijo textualmente el general en el inolvidable discurso pronunciado en septiembre de 1994 ante los cadetes de la Academia General Militar de Zaragoza, "en todas las direcciones, hacia el superior, hacia el subordinado, hacia el igual. Lealtad a España, a sus leyes, a nuestro comandante supremo: el Rey, y a los que rijan el Gobierno de la nación, así como a las gentes de los rincones de España". En la búsqueda de la solución objetiva y justa para las cuestiones que le eran consultadas, se servía de la ley en cuanto expresión de la voluntad general democráticamente expresada, interpretada siempre y leída a la luz de los valores constitucionales. Y cuando la ley no daba una respuesta unívoca, sugería la solución más proxima a la satisfacción de los intereses de los más débiles, la que mejor contribuyese a extender la igualdad, aquélla que con mayor fuerza vertebrara la pacífica convivencia y mejor suerte deparara a España.

Porque el amor a España o, más precisamente, el amor al pueblo español era para don Manuel lo primero. El suyo era un patriotismo sin exclusiones y sin concesiones demagógicas. Predispuesto a dar sin esperar nada a cambio, mantenía una actitud que equilibraba el legítimo orgullo de lo que históricamente España ha sido, es y puede ser en el futuro con la tensión exigente de quien vive movido por el deseo de contribuir a resolver los problemas propios de una sociedad en permanente evolución. Nunca oí al general ningún comentario reduccionista o simplificador de una realidad compleja. Sus análisis eran lúcidos y realistas. Infatigable oteador de cuanto ocurría dentro y fuera de nuestras fronteras, el general salía al paso de los problemas colectivos para implicarse personalmente en la búsqueda de soluciones idóneas. Vivía un patriotismo dinámico, generoso y servicial. Cifraba la grandeza de España en su capacidad para afrontar democráticamente los retos de su constante progreso en beneficiode todos.

El Consejo de Estado, institución con cerca de cinco siglos a sus espaldas, por la que, semana tras semana pasan, en proyecto, leyes, reglamentos, acuerdos por medio de los cuales quien tiene la legitimación democrática para gobernar pretende satisfacer las más profundas aspiraciones del pueblo soberano, le proporcionó al general la oportunidad de influir tan eficaz como discretamente -con una discreción que imprimió a la institución, sin duda por considerar que así se sirven mejor los intereses generales- en la marcha de los asuntos que a todos nos conciernen.

Se ha dicho, con razón, que el general Gutiérrez Mellado supo convertir al Ejército vencedor de la gerra civil en el Ejército de la España democrática. De esta dimensión de su ejemplar biografía ya han hablado otras personas con mayor autoridad y conocimiento. Quien escribe estas líneas lo hace con el propósito de dar a conocer una faceta su personalidad que quizá no sea suficientemente conocida y también con la voluntad de adherirse al homenaje que recibe quien fuera durante 11 años ejemplar, admirable y queridísimo consejero permanente de Estado.

Don Manuel afirmó que las Fuerzas Armadas están constituidas "por hombres y mujeres entusiastas con entrega total a su quehacer profesional, identificados con la sociedad en la que deben estar integrados y capaces de merecer el amor de su pueblo". Todos hemos podido comprobar el enorme cariño con que el pueblo español ha despedido al general en su fallecimiento. El Consejo de Estado quiere estar en la primera línea de ese clamor nacional.

Fernando Ledesma Bartret es presidente del Consejo de Estado.

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