Fútbol sin fronteras
EL TRATADO de Maastricht ha llegado, no podía ser de otra manera, al ámbito deportivo, y muy especialmente al deporte de máxima profesionalidad: el fútbol. Y lo ha hecho a través de una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (UE), con sede en Luxemburgo, que ha aceptado la demanda del futbolistá belga del Lieja Jean-Marc Bosman contra la negativa de su club a traspasarle al equipo francés del Dunkerque. A partir de ahora, los futbolistas de cualquier Estado de la UE no tendrán la consideración de extranjeros a efectos de su alineación en las ligas nacionales de fútbol ni podrá cobrarse cantidad alguna en concepto de traspaso de un club a otro si el jugador ha concluido su contrato.Tras este revolucionario fallo, la acrisolada tendencia del mundo del fútbol a considerarse una isla ajena a las normas que afectan a todos los ciudadanos ya no tiene base legal donde sustentarse. Ahora acaba de caer la barrera de la nacionalidad, que ya era artificial desde el momento en que entró en vigor el Tratado de Maastricht, el 1 de enero de 1993. El cupo de dos y luego de tres extranjeros por club fue una medida previsora con vistas a la futura normativa sobre libre circulación de trabajadores en el ámbito de la UE. Pero dicha normativa anula el sistema de cupo. La sentencia del Tribunal de Justicia de la UE sólo ha confirmado su defunción.
La sentencia es una bomba en la línea de flotación de la UEFA. Obliga a cambiar de arriba abajo sus normas sobre traspasos y sobre limitación de futbolistas contratables y alineables si son naturales de la UE. Y tendrá efectos inevitables en el nacimiento de un nuevo equilibrio entre clubes grandes y modestos. En principio, esta desregulación puede favorecer más a los últimos, dedicados preferentemente a las ligas nacionales de fútbol, que a los primeros, interesados también en las competiciones continentales. Y ello porque la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE permite que las limitaciones de nacionalidad -el sistema de cupo- sigan vigentes en las competiciones europeas, así como en el caso de las selecciones nacionales, dado su carácter deportivo, y no empresarial ni lucrativo.
Este fallo no ha podido coger a nadie de improviso. Ni a los directivos de la UEFA ni a los de los clubes. Y si ha sorprendido a algunos será por su obcecación en mantener los ojos cerrados ante los cambios surgidos a su alrededor en los últimos años. Al fútbol también ha llegado la libertad de mercado, y esto tendrá profundas consecuencias. Los jugadores, hasta no hace mucho mercancías en manos de directivos que vendían, compraban, retenían y traspasaban futbolistas como si fueran pura sangres de hipódromo, son ya dueños plenos de su destino profesional.
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